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dimanche 5 avril 2015

San Guillermo de Eskill, abad y obispo.

San Guillermo de Eskill, abad y obispo. 6 de abril y 16 de junio (traslación de las reliquias).

De sus primeros años solo sabemos lo que las tradiciones recogidas dicen, y es que era de ascendencia real francesa y que nació sobre 1105 en París. Cuando fue ordenado de subdiácono se le nombró canónigo regular en la iglesia Santa Genoveva de París. Allí fue objeto de celos y envidias por los demás canónigos abochornados por el ejemplo que les daba de piedad, caridad y humildad, mientras que ellos eran comodones y fríos en la piedad. Le acusaron de falsedades como pretender ser obispo, intrigar, simular religiosidad, avaricia, etc. por lo que el obispo y el rey le apartaron de la colegiata y le envió a Epinay. En 1147, el papa San Eugenio III (8 de julio) se enteró de la situación en una visita a París y enojado, arrojó a los canónigos regulares, sustituyéndolos por los canónigos regulares de San Agustín. Guillermo regresó a la colegiata, fue nombrado subprior y continuó siendo un ejemplo, como siempre.


En 1165 conoció a San Absalon (21 de marzo), obispo de Lund que le invitó a gobernar el monasterio de Eskill, Dinamarca, necesitado de un abad santo y competente. El santo aceptó y al llegar se encontró una debacle material y espiritual. monjes ociosos y vagos, indisciplinados, la iglesia descuidada, las celdas llenas de propiedades particulares, etc. Se puso al trabajo, restauró la disciplina, corrigiendo los excesos y echando a los irreductibles, restauró el culto solemne, embelleció la iglesia, y en poco tiempo el monasterio era irreconocible. Además, fundó el monasterio de Santo Tomás de Ebelholt, de donde fue nombrado obispo.


En 1193, Felipe Augusto de Francia, se casa con la princesa de Dinamarca, la Beata Ingeborg (30 de julio), para repudiarla a los pocos meses y encerrándola. Aludiendo que no se había consumado el matrimonio pidió al papa Inocencio III declarara la nulidad del matrimonio. Aunque los obispos franceses, temerosos del rey, declararon la nulidad, ya que los cónyuges eran parientes, el papa rechazó esta conclusión y no dio la nulidad. En 1194, ya bastante mayor, fue nuestro Guillermo a Francia, como legado de Valdemar I, padre de Ingeborg, para convecer al rey Felipe Augusto de su error. Para la ocasión escribió una "Genealogía de los reyes daneses", para desmentir la supuesta consanguinidad. De nada sirvió, incluso la tradición dice que el rey francés le encarceló durante dos años. Este asunto de Felipe Augusto e Ingeborg fue poniéndose más dificil. A los tres años el rey se casó sacrílegamente con Inés de Meran, para asegurar descendencia. El mismo papa reaccionó prohibiendo el culto en todo territorio en el que dominase Felipe Augusto, obligándole a expulsar a la Meran y convivir con Ingeborg. Aceptó el rey, pero por poco tiempo, pues la repudió nuevamente, para al ser presionado por el papa, la aceptó por tercera vez. Treinta y siete años más duró el matrimonio, sufriendo Ingeborg los desprecios y humillaciones de Felipe Augusto, como si fuera ella la culpable. La oración, la caridad y la penitencia eran su consuelo.


Por su parte, nuestro santo, regresó a Dinamarca, donde continuó su trabajo pastoral durante más de treinta años. El Domingo de Pascua de 1203, con 98 años, le llegó la muerte y la entrada en el cielo.


Después de treinta años de trabajo intensivo Wilhelm murió en Ebelholt, 98 años. Allí, fue enterrado en la iglesia del monasterio, y años más tarde, las reliquias fueron elevadas y trasladadas solemnemente con motivo de la canonización por Honorio III en 1224.



¡Ha resucitado, aleluya!



Le invito a escuchar el audio de esta reflexión en el siguiente vínculo:



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Queridos amigos y hermanos de ReL: «Resurrexit, alleluia» - «¡Ha resucitado, aleluya!». Este es el anuncio gozoso de la Pascua, que nos llega para hacer más firme nuestra esperanza.


«Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). El Ángel consuela así a las mujeres que habían ido al sepulcro. Así nos repite a nosotros la liturgia pascual: ¡Cristo ha resucitado, Cristo está vivo entre nosotros! «La muerte ya no tiene dominio sobre Él» (Rm 6,9).


«¡Resurrexit!» Hoy Tú, Jesucristo, Redentor del hombre, te levantas victorioso del sepulcro para ofrecer también a nosotros, turbados por tantas sombras que nos amenazan, tu promesa de gozo y de paz.


A ti, Cristo, nuestra vida y nuestro guía, se dirija quien esté tentado por el desánimo y la desesperación, para escuchar el anuncio de la esperanza que no defrauda. En este día de tu triunfo sobre la muerte, que la humanidad encuentre en ti, Señor, la valentía de oponerse a tantos males que nos afligen.


Que encuentre, en particular, la fuerza para hacer frente al inhumano, y por desgracia extendido, fenómeno del fundamentalismo y del terrorismo, que niega la vida y vuelve perturbada e insegura la existencia cotidiana. Que tu sabiduría ilumine a los hombres de buena voluntad en el compromiso inevitable contra esta plaga.


Tú, primogénito de muchos hermanos, haz que cuantos se sienten hijos de Abraham descubran la fraternidad que los une y los mueva a propósitos de cooperación y de paz.


¡Escuchad todos los que os interesáis por el futuro del hombre! ¡Escuchad, hombres y mujeres de buena voluntad! Que la tentación de la venganza abra paso a la valentía del perdón; que la cultura de la vida y del amor haga vana la lógica de la muerte; que la confianza vuelva a reanimar la vida de los pueblos. Si nuestro futuro es único, es un compromiso y un deber de todos construirlo entre todos y en Cristo.


«Señor, ¿a quién vamos a acudir?» Sólo Tú, que has vencido a la muerte, «tienes Palabras de vida eterna» (Jn 6,68). A ti dirigimos con confianza nuestra oración. Ayúdanos a trabajar sin cesar para que venga ese mundo más justo y solidario que Tú, resucitando, has inaugurado.


En este esfuerzo está a nuestro lado aquella que creyó que se cumplirían las Palabras del Señor (cf. Lc 1,45). ¡Dichosa tú, María, testigo silencioso de la Pascua! Tú, Madre del Crucificado resucitado, enséñanos también a nosotros a ser, testigos convencidos y gozosos del mensaje de vida y de amor del Redentor resucitado.


«Resurrexit, alleluia» - «¡Ha resucitado, aleluya!». ¡Feliz Pascua de Resurrección queridos amigos y hermanos.


Con mi bendición.

Padre José Medina



El sepulcro vacío de Jerusalén

Hace tan solo dos semanas que retornó de Tierra Santa la peregrinación diocesana de San Sebastián. Cuando llegamos a la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén -auténtico culmen de la peregrinación-, resonó en nosotros de forma singular el anuncio del Evangelio: "No está aquí, ¡ha resucitado!" (Lc 24, 6; Mc 16, 6; Mt 28, 6).

De una manera muy gráfica, se nos hacía patente la diferencia entre las peregrinaciones a Roma o a Santiago de Compostela, en las que se visitan los sepulcros de los apóstoles Pedro y Santiago; y el encuentro con el sepulcro vacío de Jesús en Tierra Santa. El de Jerusalén, es el único sepulcro vacío del mundo y de la historia, puesto que en todos los demás reposan los cuerpos de los difuntos en espera de la resurrección final.


La peregrinación a Tierra Santa ha sido designada como el "quinto evangelio"; y, ciertamente, aporta mucha luz para la comprensión de los cuatro evangelios; especialmente en el momento actual, en el que se tiende a deshistorizar los relatos del Nuevo Testamento, algo que ha estado tan en boga en las últimas décadas. Frente a la tendencia a reducir los evangelios a unas meras enseñanzas morales y espirituales, la visita a la Tierra Santa remarca fuertemente la dimensión histórica del mensaje de Cristo: "Aquí, el Verbo se hizo carne"; "Aquí nació Jesús"; "Aquí fue crucificado"; "Aquí resucitó"... Y es que, lo mejor del Evangelio no es simplemente que sea ‘bello´ y ‘bueno´; sino que, al mismo tiempo, es ‘verdadero´. Insisto: la peregrinación a Tierra Santa es un buen antídoto frente a la deshistorización del mensaje cristiano.


Uno de los ejemplos más clamorosos es el referido a la resurrección de Jesús.


Algunos teólogos, en su intento de conseguir que la fe cristiana esté plenamente integrada en los parámetros de la cultura contemporánea, pretendieron realizar una reinterpretación de la resurrección, de forma que la fe cristiana en la resurrección de Jesucristo no implicase la historicidad del sepulcro vacío, la revivificación del cadáver, ni las apariciones de Jesucristo resucitado a los apóstoles. Todo eso no serían más que construcciones literarias de los evangelios.


Para estos autores, la resurrección de Cristo se reduce a la experiencia subjetiva de que Jesús vive dentro de nosotros, y de que inspira nuestra existencia.


La respuesta de la Iglesia Católica es contundente a la hora de rechazar este tipo de explicaciones que vacían de contenido la fe en la resurrección de Jesús.


Aunque la resurrección de Cristo supera el orden natural para entrar en una dimensión trascendente, es imposible interpretarla fuera del orden físico, y es inadmisible la negación del hecho histórico sucedido en el sepulcro vacío de Jerusalén.


Para responder a este tipo de interpretaciones racionalistas de la fe, ya en el año 1970, el ahora beato Pablo VI convocó un Simposio Internacional de Teólogos Católicos bajo el nombre de "Resurrexit".


El combate por la defensa de la fe fue coronado por San Juan Pablo II con la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.


En él se confiesa la fe en la resurrección de una forma inequívoca, en plena sintonía con la Tradición de la Iglesia: La fe de los discípulos no es el fundamento de las apariciones de Jesús resucitado y del sepulcro vacío.


Justamente es al revés; son aquellos acontecimientos históricos -el sepulcro vacío y las apariciones del Señor resucitado- el fundamento de la fe de los apóstoles: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente" (Jn 20, 27).


El año 2006 la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, publicó una Instrucción Pastoral, con el nombre de "Teología y secularización en España", en la que salía al paso de estos errores con nitidez: "En algunas cristologías se perciben los siguientes vacíos:


1) una incorrecta metodología teológica, por cuanto se pretende leer la Sagrada Escritura al margen de la Tradición eclesial y con criterios únicamente histórico-críticos, sin explicitar sus presupuestos ni advertir de sus límites;


2) sospecha de que la humanidad de Jesucristo se ve amenazada si se afirma su divinidad;


3) ruptura entre el "Jesús histórico" y el "Cristo de la fe", como si este último fuera el resultado de distintas experiencias de la figura de Jesús desde los Apóstoles hasta nuestros días;


4) negación del carácter real, histórico y trascendente de la resurrección de Cristo, reduciéndola a la mera experiencia subjetiva de los apóstoles;


5) oscurecimiento de nociones fundamentales de la Profesión de fe en el Misterio de Cristo: entre otras, su preexistencia, filiación divina, conciencia de Sí, de su Muerte y misión redentora, Resurrección, Ascensión y Glorificación".


Volviendo al inicio de nuestro artículo, es decir, retomando la experiencia de nuestra peregrinación a Tierra Santa, es necesario hacer una matización importante. En realidad, no es cierto que el sepulcro de Cristo sea el único sepulcro vacío del mundo y de la historia.


Existe un segundo sepulcro vacío: el de la Madre del Redentor. En efecto, en Jerusalén, al pie del Monte de los Olivos, y junto al Torrente Cedrón, se venera la tumba de la Virgen María, desde la cual fue asunta al Cielo y glorificada en cuerpo y alma. La fiesta que celebramos el 15 de agosto -Asunción de María a los Cielos en cuerpo y alma- nos recuerda que Ella ha recibido ya el don de la resurrección de forma adelantada, mientras que el resto de los santos esperan participar de la resurrección de Cristo en la parusía. Por algo ella es la Madre del Resucitado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!



«Nunca nos detenemos ante la cruz: la cruz no es una maldición, sino una herramienta de la gloria»

"A pesar de que nuestros sufrimientos, los de los refugiados y los de todo Irak se extienden, nuestra esperanza está fundada en que el Señor ha resucitado. Él es el Señor de la Vida y la vida vence siempre sobre la muerte; ahora domina la resurrección", dice a Asia News el padre Janan Shamil Aziz, un sacerdote de la diócesis caldea de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, unos días antes de la Pascua.

Desde el pasado mes de junio, la Iglesia de Erbil carga sobre sí el peso y la vida de más de ciento treinta mil refugiados cristianos que huyeron de Mosul después de la conquista de la ciudad por Estado Islámico. Las heridas de la huida, el empobrecimiento y la búsqueda de alojamiento son el drama diario al que los cristianos se enfrentan.


Los refugiados han perdido la esperanza de volver pronto a sus hogares. Las victorias del ejército iraquí en Tikrit están aún lejos de Mosul. Así que se está buscando una transición a algo más estable. Ahora los campos ya no consisten en tiendas de campaña, sino en contenedores donde las familias pueden vivir con mayor espacio y una menor dependencia del clima, caluroso en verano y frío en invierno.


La Iglesia caldea también ha encontrado más de seiscientos edificios donde alojar a miles de familias. Tener una casa, aunque sea habitada por dos o tres familias, significa un paso más hacia la normalidad.


Estos días, a elevar la esperanza también contribuye la visita del cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y antiguo nuncio en Irak, enviado por el Papa Francisco para hacer sentir su cercanía con el pueblo iraquí y en especial de los refugiados. Una de las misas que celebre será incluso transmitida por la televisión kurda.


El padre Janan, quien también es secretario de monseñor Bashar Warda, obispo caldeo de Erbil, explica: "El cardenal Filoni fue recibido muy calurosamente, ya que es un enviado del Papa. Todos perciben que no están solos en su sufrimiento y encuentran la fuerza para seguir soportando. Desde el comienzo de este drama, los refugiados y los obispos siempre han pedido lo mismo: ´No nos dejéis solos´".


"La resurrección -concluye el padre Janan- es el punto fundamental de nuestra fe, no sólo en este tiempo de prueba y dolor. En nuestra tradición oriental, nunca nos detenemos ante la cruz: la cruz no es una maldición, sino una herramienta de la gloria, porque remite a la resurrección".



Trescientos sin techo de toda Roma recibieron el Viernes Santo un regalo sorpresa del Papa







































Trescientos sin techo de toda Roma recibieron el Viernes Santo un regalo sorpresa del Papa

En los últimos meses el Papa ha multiplicado sus gestos de atención hacia los sin techo.




En la noche del Viernes Santo, unas trescientas personas sin techo que viven en las calles de Roma recibieron un donativo del Papa Francisco mientras se celebraba el Vía Crucis en el Coliseo Romano.

El limosnero pontificio, Konrad Krajewski, distribuyó los sobres con dinero, y una tarjeta del Papa con un saludo, entre quienes se disponían a pasar la noche en las estaciones ferroviarias de Roma.


Es el segundo Viernes Santo en que el Papa Francisco realiza este gesto. Monseñor Krajewski, acompañado por el director de la Limosnería, monseñor Diego Ravelli, visitó las estaciones de San Pedro, Termini y otras para distribuir la donación papal.


En los últimos meses, la Limosnería pontificia además de donaciones económicas ha distribuido paraguas, bolsas de dormir, ha organizado la construcción de duchas y una barbería cerca a San Pedro y recientemente invitó a un grupo de indigentes a visitar la Capilla Sixtina.




Dentro de la tragedia del mundo ha sucedido algo nuevo

Tengo que confesaros, al empezar este mensaje para la Pascua de Resurrección, la gran incomodidad que siento al pensar que las grandes palabras y las grandes certezas de la Resurrección de Cristo –y, en Él, de la resurrección del hombre y del mundo– corren el riesgo de no asombrar ya a nadie, ni siquiera a nosotros que las pronunciamos. Efectivamente, estas palabras no encuentran, o encuentran con gran dificultad, los caminos de nuestro corazón, sino que a menudo encuentran los caminos a una emoción inmediata, que desgraciadamente nos satisface.

Sin embargo, no encuentra los caminos de la razón y el hombre, por suerte o por desgracia, vive sobre todo de razones. ¿Qué está obligada a entender nuestra razón en estos meses y días terribles? Una violencia imparable, que caracteriza todos los ámbitos de nuestra vida personal, social, nacional, mundial. Estamos comiendo los frutos amargos de la rebelión hacía Dios y de la apostasía de Cristo que comporta, inexorablemente, la apostasía del hombre de sí mismo. Un odio y una nada que parecen rechazar las grandes certezas de la fe en el fondo de nuestra conciencia, hasta dejarla totalmente ocupada por una cotidianidad que no comprende y no corresponde a las exigencias de la vida auténtica.


Sin embargo, a esta tragedia, que atañe a toda la humanidad y no solo a la cristiandad, nosotros llevamos la novedad de Cristo. Efectivamente, con gran humildad pero con gran realismo –porque la virtud típica del cristianismo es el realismo, realismo en percibir la existencia y en percibir que la novedad es Cristo–, nosotros los cristianos sabemos que sólo Cristo ha llevado y lleva dentro de la experiencia humana una semilla buena de verdad, de libertad y de justicia, destruyendo las raíces del mal y de la violencia presentes en el corazón de la sociedad.


Esta, hermanos y hermanas, es la Pascua: Cristo ha vencido a la muerte y ha resucitado, y la muerte es el signo vergonzoso del mal y de la violencia. La muerte nos recuerda que el hombre no puede realizarse con sus manos, con su inteligencia, con su voluntad.


¡Cristo ha resucitado! Con Él resucitan el hombre y el mundo, y esta total certeza que ha colmado desde siempre mi vida de verdad, de gozo, de capacidad de sacrificio, de dedicación a los hombres, de bondad y de compañía para cada hombre que he encontrado y encuentro –y que estoy llamado a reconocer por la totalidad con la que embarga mi vida– es una certeza que tengo la intención de comunicaros y transmitiros en estos días, de corazón a corazón, para que lo que llena mi vida, a pesar de mis límites y mis fatigas, pueda ser experimentado también por vosotros.


Que de esta experiencia de vida nueva, proclamada y comunicada, nazca en vosotros –en vuestras familias, en las relaciones diarias, en las circunstancias dentro de las cuales hacéis experiencia, a veces muy dura, de una vida cotidiana gravemente marcada por la pobreza– el gozo que es el signo de la presencia de Cristo, reconocido por nuestra libertad y correspondido por nuestro corazón.


Por esto alegraos, hermanos y hermanas, como a menudo recuerda San Pablo a los primeros cristianos. Abandonaos a este gozo, invertir sobre él la totalidad de la inteligencia y del corazón para que Dios pueda mantener, en vosotros y a través de vosotros, la gran promesa que ha hecho a toda la humanidad a través de Cristo: «Pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Cor 5,17).


Buena Pascua a todos, desde los más pequeños a los más grandes; para aquellos para los que la vida es suficientemente tranquila como para los que tienen dificultad en llegar a final de mes; para los enfermos y los ancianos, para que en la variedad de condiciones y situaciones Cristo entre en vuestra existencia como principio nuevo y de victoria, porque Cristo es la victoria que vence al mundo.


¡Buena Pascua a todos!



Luigi Negri es el arzobispo de Ferrara-Comacchio (Italia).
Artículo publicado originalmente en Tempi.

Traducción de Helena Faccia Serrano.