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dimanche 18 janvier 2015

La violencia islámica está en el Corán

Días atrás, dos ministros del Gobierno español (Exteriores y Justicia, si no recuerdo mal) afirmaron, más o menos al alimón, que el Islam es una religión de paz. Es lo mismo que sostienen portavoces de instituciones y asociaciones islámicas de nuestro país. Cuando unos y otros lo dicen, así será.

No sabía yo que los señores García-Margallo (viejo correligionario mío en la democracia cristiana) y Catalá, eran expertos en la fe de Mahoma, pero siempre es grato descubrir conocimientos ajenos. Ahora bien, a poco que uno transite por el Corán, se lleva más de una sorpresa.


El libro sagrado de los musulmanes está dividido en suras, y estas en aleyas, que podríamos aceptar con cierto atrevimiento a fin de entendernos como capítulos y versículos. En la sura 2, aleya 190, podemos leer: “Combatid por Dios contra quienes combaten contra vosotros, pero no os excedáis...” Aleya 191: “Matadlos donde deis con ellos, y expulsadles de donde os hayan expulsado...”, base doctrinal de quienes pretenden “recuperar” el Andalus. Aleya 193: “Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda culto a Dios. Si cesan no haya más hostilidades que contra los impíos”.


Sura 3, aleya 28: “Que no tomen los creyentes como amigos a los infieles en lugar de tomar a los creyentes (...), a menos que tengáis algo que temer de ellos...” Sura 4, aleya 56: “A quienes no crean en Nuestros designios les arrojaremos a un Fuego. Siempre que se les consuma la piel, se la repondremos, para que gusten el castigo. Dios es poderoso, sabio.”


Sura 8, aleya 65: “¡Profeta! ¡Anima a los creyentes al combate! Si hay entre vosotros veinte hombres tenaces, vencerán a doscientos. Y si hay cien, vencerán a mil infieles, pues éstos son gente que no comprende.”


No es necesario seguir. Para muestra bastan estos botones. O leer, en estas mismas páginas, al católico caldeo irakí Raad Salam Naaman para entender cabalmente cómo se las gastan ciertos musulmanes.


Como el Islam, la generalidad del Islam, considera, siguiendo los preceptos de su libro sagrado, que es infiel todo aquel que no sigue la fe de Mahoma, viene a resultar que todos somos infieles, por lo tanto, todos los no musulmanes podemos ser objeto de la guerra santa, en particular si pertenecemos al mundo occidental.


El odio a Occidente, incluidos todos los países más o menos occidentalizados o en vías de serlo (China, Extremo Oriente, Sudeste asiático, África, etc.) tiene una explicación histórica y sociológica. El Islam se ha quedado atrasado en todo, atascado en la Edad Media. Hoy en día, el inmenso mundo musulmán no aporta ningún progreso en nada, no destaca en nada, absolutamente en nada, si acaso sólo en violencia, intentando inútilmente preservar la cultura medieval que le es propia.


Su vida entera depende de los progresos y avances científico-técnicos de Occidente. Ello tiene, necesariamente, que ocasionarles una tremenda frustración, viendo que el mundo, empezando por sus propias estructuras, se les escapa de las manos. De ahí que los grupos extremistas y fanatizados reaccionen con inusitada violencia, con la “comprensión” generalizada, si no es con el apoyo logístico y económico del resto del mundo islámico, intentando evitar lo inevitable.


El fanatismo islámico conserva, sin duda, una gran capacidad para causar enormes daños a Occidente, como quedó probado en el ataque y destrucción de las torres gemelas de Nueva York el 11-S de 2001 y en los asesinatos de días pasados en París. La tendría aún mayor si Irán lograra poseer la bomba atómica. Sin embargo, no tiene ninguna capacidad para cambiar el mundo ni imponer su credo y cultura al resto del planeta.


Todo lo que está ocurriendo ahora lo dejó científicamente analizado el gran historiador inglés Arnold Joseph Toynbee en su voluminosa obra en doce tomos Estudio de la Historia, del que hay un amplio compendio en tres tomos a cargo de D.C. Somervell (publicado por Alianza Editorial en 1970), y unas charlas radiofónicas que el propio Toynbee ofreció en la BBC de Londres. Pero la intelectualidad islámica, si existe, ¿ha leído a Toynbee? ¿Lo han leído las élites políticas y culturales occidentales?


En resumen podríamos decir que la violencia islámica es, además de lo que manda el Corán, la reacción previsible de una civilización que se considera avasallada por otra superior política, científica y técnicamente, y que no sabe cómo parar lo imparable. Ha ocurrido siempre así. Ejemplos históricos los hay para aburrir.


El Islam continuará siendo lo que es y revolviéndose peligrosamente en su impotencia, incluso de ellos mismos entre sí por diferencias de legitimidad ortodoxa, hasta que no veamos que consienten levantar templos cristianos en los países más estrictos o algo tan baladí como que un moro –según lo llamaría el clásico- vaya por la calle del bracete de su mora. Entonces podremos empezar a pensar que los musulmanes se están haciendo culturalmente vegetarianos.


Tienen que ver que el mundo se les escapa de las manos. Los estertores de una civilización que agoniza. No han leido a Toynbee.



La pasarela de los hipócritas

Tras la última masacre perpetrada por Boko Haram, el arzobispo Kaigama solicitaba que se organizase en Nigeria una manifestación como la que ha tenido lugar en París, con asistencia de multitud de mandatarios. ¡No lo verán sus ojos! Porque esos mandatarios que fueron a París son una patulea de la peor calaña, felpudos del Nuevo Orden Mundial que cada día provocan o permiten masacres en los arrabales del atlas sin que les tiemble el pulso; pero que, ante el asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo, lacayos del Nuevo Orden Mundial como ellos (aunque mucho peor remunerados), se reúnen en una pasarela de los hipócritas para llorar como meretrices disfrazadas de plañideras sobre la leche derramada por ellos mismos.

Esta patulea de mandatarios puede decir con plena propiedad (no como las masas gregarias que se apuntaron al lema, sin saber lo que decían): «Yo soy Charlie Hebdo». Y es que, en efecto, al igual que Charlie Hebdo, esta patulea apoyó los bombardeos de Libia y a los «rebeldes» que, tras asesinar a Gadafi, han macheteado cristianos a mansalva; al igual que Charlie Hebdo, esta patulea apoyó a los «rebeldes» que se levantaron en Siria y han crucificado o decapitado cristianos a porrillo; al igual que Charlie Hebdo, esta patulea ha apoyado los ataques desproporcionados de Israel a los palestinos; al igual que Charlie Hebdo, esta patulea apoya las matanzas de inocentes que la marioneta Poroschenko ordena en el Donbass; al igual que Charlie Hebdo, esta patulea odia minuciosamente a Rusia, porque teme que sea la tercera Roma profetizada por Filoteo; al igual que Charlie Hebdo, esta patulea mira con complacencia a las guarras de Femen (también presentes en la manifestación, esta vez muy morigeradamente vestiditas); al igual que Charlie Hebdo, esta patulea considera que ETA es un movimiento de liberación que ponía bombas para que su onda expansiva masajease y realzase las tetas de las bañistas, según se celebraba en una portada especialmente repugnante de Charlie Hebdo. Caiga sobre Rajoy la ignominia de haberse solidarizado con quienes hicieron escarnio de la sangre derramada por los etarras.


La patulea congregada en París no tiene otra misión en la vida sino acatar los designios inicuos del Nuevo Orden Mundial hasta cumplir su objetivo último, que es de naturaleza anticrística. Y tal objetivo se desarrolla según dos procedimientos: en los arrabales del atlas, azuzando a los islamistas, bien mediante el patrocinio bien mediante el enviscamiento; en Occidente, impulsando el laicismo, hasta convertir la derruida Cristiandad en un páramo apóstata. Porque islamismo y laicismo son, como la Bestia del Mar y la Bestia de la Tierra del Apocalipsis, dos instrumentos que el Nuevo Orden Mundial maneja simultáneamente con el propósito común de erradicar el cristianismo; huelga añadir (basta con leer a Kavafis) que el día en que el islam decida dar la puntilla al Occidente apóstata, nadie le opondrá resistencia, porque los pueblos que han renegado de su fe son masas blandulosas y genuflexas; y porque morir en defensa del laicismo es tan ridículo como hacerlo en defensa del sistema métrico decimal.


Y esta patulea de mandatarios que lloriqueaban por los caricaturistas de Charlie Hebdo, lacayos del Nuevo Orden Mundial como ellos (aunque mucho peor remunerados), montarán entonces otra pasarela de los hipócritas, mientras las masas gregarias que antes los acompañaban son degolladas por los invasores. Sólo que esta vez no fingirán consternación, sino júbilo; y, en vez de posar erguidos ante las cámaras, posarán prosternados en dirección a La Meca, proclamando: «¡Alá es grande!».


© Abc



Seis millones de fieles en la misa con el Papa en Manila superan el récord de san Juan Pablo II

Las dos jornadas más intensas de todo el pontificado del Papa Francisco concluyeron el domingo con una misa en el Rizal Park de Manila en la que participaron «de seis a siete millones de personas» según el portavoz del Vaticano. El padre Federico Lombardi añadió que los récords mundiales «se baten en Manila», donde san Juan Pablo II había reunido cinco millones de personas en ese mismo parque en 1995 durante la Jornada Mundial de la Juventud.

Afluencia masiva a pesar del viento y la lluvia

La afluencia de fieles fue masiva a pesar del viento y la lluvia del tifón «Amang», que castigó el domingo la capital después de pasar el sábado por Tacloban. El gigantesco parque Rizal y sus alrededores fueron un mar de ponchos y chubasqueros a causa del tifón que «persigue» al Papa desde el sábado.


La protección civil y la organización han mejorado mucho en los últimos veinte años, por lo que la entrada de los fieles fue muy ordenada y, a pesar del pésimo tiempo, sólo 51 personas necesitaron asistencia médica.


Francisco recorrió dos veces el inmenso parque el el papamóvil y pudo ver que decenas de millares de fieles levantaban en alto pequeñas imágenes del Santo Niño de Cebú, el primer Niño Jesús del archipiélago, cuya fiesta se celebraba precisamente este domingo.En su homilía, el Papa afirmó que «a lo largo de estos días os he escuchado cantar ‘Somos todos hijos de Dios’. Eso es precisamente lo que el Santo Niño nos enseña».


Francisco les dijo también que «Dios creó el mundo como un hermoso jardín y nos pidió que lo cuidásemos. Pero, por el pecado, el hombre ha desfigurado la belleza natural y ha destruido la unidad y la belleza de la familia humana, creando estructuras sociales que perpetúan la pobreza, la ignorancia y la corrupción».


Plan de Dios

El Papa les exhortó a mantener «el plan de Dios para nosotros» sin dejarse engañar por el diablo «que es el padre de la mentira, y esconde sus trampas bajo las apariencias de sofisticación, de ser ‘moderno’ o de ser ‘como todos los demás’».


El papel de San José como protector de Jesús, debe recordar a todos, según el Papa, «la importancia de proteger nuestras familias, la familia de la Iglesia, que es la familia de Dios, y también el mundo, que es la familia humana».


Refiriéndose a los peligros, Francisco afirmó que «por desgracia, en nuestros días, con demasiada frecuencia la familia necesita protección frente a ataques insidiosos y programas contrarios a lo que consideramos verdadero y sagrado, y que es lo más hermoso y noble de nuestra cultura».


Querer y proteger a los niños

En tono positivo y emocionado, el Santo Padre invitó a la inmensa multitud y a todos los filipinos a mantener una actitud favorable a la vida pues «tenemos que ver a cada niño como un regalo al que hay que dar la bienvenida, querer y proteger».


Refiriéndose a un problema que afecta a millón y medio de niños y a varios millones de muchachos en todo el país, el Papa añadió que «tenemos que cuidar también nuestros jóvenes, no permitiendo que les roben la esperanza y les condenen a una vida en las calles».


Al final de la homilía, su despedida de los filipinos fue, como siempre: «Por favor, ¡no os olvidéis de rezar por mí!».


Pero el programa incluía todavía unas palabras de agradecimiento del cardenal Luis Tagle, al final de la misa. El arzobispo de Manila, volvió a conmover a un Papa que se había emocionado casi hasta las lágrimas el sábado en Tacloban con los supervivientes del supertifón Yolanda y el domingo en la Universidad de Santo Tomas de Manila ante la pregunta de una niña de doce años.


Era el último acto público del viaje, y el cardenal Tagle le prometió que «los filipinos rezaremos por usted», que es ya muy afortunado porque «Jesús reza por usted», como le dijo hace dos mil años a San Pedro. Por lo tanto, «sus amados filipinos nos unimos con Jesús para rezar por usted al Padre».


Las palabras de Tagle iban a lo esencial, a la fuente de la inmensa energía que despliega Francisco y que ha contagiado a todo un país, alegrando a millones de personas allí por donde ha pasado. El Papa se conmovió y se lo agradeció con un gran abrazo mientras los fieles rompían en un estruendoso aplauso final.



Un espíritu de valentía, amor y buen juicio

Que nuestras sociedades europeas ya no reconocen a la tradición cristiana como el tejido ético-cultural que sustenta la ciudad común, que esa tradición ya no plasma sus leyes, y que éstas no sólo no la custodian y valoran, sino que en ocasiones atentan directamente contra algunos de sus valores esenciales, es algo que difícilmente se podrá negar a estas alturas. Y eso que hay gente a la que le ha costado reconocerlo, y más aún, aceptarlo. Sin embargo deberíamos acoger este dato con la serenidad que expresaba Benedicto XVI en el vuelo que le llevaba a su tierra natal, Alemania, cuando comentó del siguiente modo las reacciones contrarias a su visita: “es algo normal que en una sociedad libre y en un tiempo secularizado existan oposiciones a una visita del Papa. Es justo que se exprese, eso forma parte de nuestra libertad y debemos tomar nota de que el secularismo y la oposición al catolicismo son fuertes en nuestras sociedades. Cuando estas oposiciones se manifiestan de modo civil, no hay nada que objetar”.

Cierto, no siempre esa oposición se manifiesta de un modo respetuoso sino todo lo contrario, y entonces es justo que los católicos levantemos la voz y reivindiquemos nuestro derecho de ciudadanía. Pero la cuestión que deseo abordar es otra. Que la situación sea como describía al principio supone, en primer lugar, un desafío para nuestra fe, que sólo puede vivir en relación y diálogo permanente con otros que no la comparten, y que tal vez incluso la combaten. Es un desafío que puede producir vértigo, pero no deberíamos perder de vista la historia (nuestra falta de memoria es proporcional a nuestra debilidad), en la que tantas veces los cristianos han vivido (y viven hoy) en condiciones semejantes, y eso no ha impedido un testimonio límpido de fe, esperanza y caridad. Por otra parte, el comprensible vértigo se ve atemperado por la confianza en que es el Señor quien conduce la historia, así que mala gana de enfadarnos si nos hace pasar por esta circunstancia.


Un caso práctico lo encontramos en el acoso cultural que a veces sentimos por parte de medios de comunicación, legislaciones, e incluso formas de ocio y cultura, que llegan a convertirse a veces en verdaderas agresiones morales. Empecemos por decir que en muchos casos estas expresiones nacen de una radical falta de familiaridad con el cristianismo como vida presente; se alimentan de estereotipos torpes o malvados, pero también de mitos y leyendas, y de experiencias negativas muy profundas de algunas personas. Y haremos bien en no rasgarnos las vestiduras ante todo ello, más bien, es bueno estar dispuestos a “encajar”, a pagar el precio de vivir en una sociedad plural, en la que nuestra fe no goza ya de la protección de la ley ni de la opinión común, y en la que es normal que nuestros símbolos no sean entendidos y nuestras convicciones sean tergiversadas.


Hay aquí una gran provocación para el diálogo misionero, aunque claro, eso exige algo más que atrincherarse y lanzar venablos. Hace falta salir de verdad al encuentro del otro, estando dispuestos a correr el riesgo, a pagar personalmente por la oportunidad de comunicar la belleza y la verdad del cristianismo, dentro de las relaciones que conforman la vida, en el tejido de la ciudad de la que formamos parte y de la que no estamos dispuestos a que nos excluyan, pero tampoco a autoexcluirnos. Esto no significa renunciar a defender el propio derecho a la fama, a la integridad moral o al respeto a personas, símbolos y convicciones. Con la valentía y el buen juicio que aporta la experiencia cristiana (cuando no ha sido adulterada ni reducida) podemos y debemos reivindicar nuestro estatuto de ciudadanía, como hizo Pablo de Tarso ante el tribunal romano, o como hacía Karol Wojtyla frente a los comunistas polacos.


Un caso reciente es el de las caricaturas de la revista satírica Charlie Hebdo, que no se han ocupado sólo del islam, sino también de los cristianos. Debemos estar dispuestos, como todos, a la crítica pública (a veces con razón, otras sin ella) e incluso a recibir la sátira corrosiva que es un rasgo de la cultura deprimida de esta época, que es la nuestra. De ahí a aceptar sin más la agresión gratuita, incluso la blasfemia, va un trecho. Cuando así sucede, los católicos debemos defender nuestro derecho con todos los recursos a nuestro alcance: con la palabra, la denuncia, el debate público y el recurso a las leyes. Puede suceder que nuestra palabra no sea escuchada y que las leyes no nos presten el amparo deseado. Entonces, ¿qué hacer?


Seguiremos diciendo en voz alta que no es justo, que provoca un daño profundo, que es pernicioso para la convivencia. Lo haremos con escrupuloso respeto a los procedimientos democráticos y a la ley, incluso si sostenemos con brío que esa ley es injusta y debe ser cambiada. ¡Esto es verdadera laicidad! Pero además lo diremos sin olvidar que quienes nos agraden son mucho más que el contenido de sus agresiones, están hechos del mismo deseo y de la misma sed que nosotros, y por tanto defenderemos su libertad y su seguridad como si fueran las nuestras, tal como han hecho los católicos franceses estos días. Por otra parte, el modo en que comparecemos en la plaza dice quiénes somos, de qué fuente bebemos y dónde radica nuestra fuerza.


Reconocer esta condición no debe significar recluirse en los cuarteles de invierno y levantar un robusto muro de protección. La fe necesita vivirse al aire libre, de lo contrario muere. Así que la primera tarea de esta hora es vivirla de modo que los hombres y mujeres de nuestra ciudad la puedan encontrar de nuevo en la plaza, en medio de sus quehaceres, de sus gozos, dolores y hasta diversiones. Y no porque gritemos mucho y tengamos influencias sino por su atractivo humano, por la promesa de vida que lleva consigo. Es preciso hacer esto “cuerpo a cuerpo”, como decía plásticamente el papa Francisco, pero también con realismo y paciencia, con un punto de sana ironía, intentaremos comunicar esa promesa a través de obras sociales de diverso tipo y dimensión. Donde se pueda y como se pueda.


Por otra parte, seamos pocos o muchos, influyentes o poco relevantes, no podemos renunciar a aportar la sabiduría del Evangelio a la configuración de una ciudad que sigue siendo nuestra, a pesar de las incomodidades y apreturas que podamos sentir en ella. Y eso significa intervenir en el debate público, dialogar, no encastillarnos, participar en los instrumentos sociales y políticos que existen, naturalmente con nuestra propia identidad. Y no nos hagamos ilusiones, esa identidad no es una coraza ni un parapeto, es algo vivo que necesita alimentarse cada día en la comunión de la Iglesia. Con frecuencia el rédito político-social de esta contribución nos parecerá nimio, prácticamente inútil. Y sin embargo no es verdad. A veces servirá para poner un dique al mal, para suscitar una pregunta, para abrir un resquicio en el búnker al que se refería Benedicto XVI en su discurso al Bundestag. Es curioso: tanto el papa Ratzinger entonces, como recientemente Francisco en Estrasburgo, han sabido hablar desde la fe sin actitudes defensivas, respetando las condiciones de esta hora. Y eso no ha significado perder ninguna eficacia misionera, todo lo contrario. Pues aprendamos de ellos.


© PáginasDigital.es



El cardenal Tagle relata emotivo almuerzo de Papa Francisco con sobrevivientes de tifón Yolanda

El Arzobispo de Manila (Filipinas), Cardenal Luis Antonio Tagle, no pudo esconder la emoción que vivió durante el tercer día del viaje del Papa Francisco a Filipinas, especialmente por la visita a Tacloban, la ciudad más afectada en 2013 por el tifón Yolanda.

En conferencia de prensa, el Cardenal Luis Antonio Tagle indicó que “fue un día completo, aunque sólo pudiéramos estar allí una pocas horas”, refiriéndose a la suspensión de los actos y el regreso del Papa Francisco a Manila debido al endurecimiento del clima en Tacloban, con la amenaza de un tifón.


Recordando el almuerzo de media hora que Francisco compartió con los sobrevivientes del tifón Yolanda, que acabó con la vida de más de 8 mil personas en 2013, el Arzobispo de Manila aseguró que “nunca olvidaré la cara del Santo Padre mientras escuchaba a casa uno”.


Al escuchar los testimonios de personas que habían perdido a sus padres, a su esposo, o hijos, Francisco “sacudía la cabeza, y en algunos momentos gimió, porque estaba sufriendo”.


El Santo Padre estaba tan conmovido, recordó el Cardenal, que cuando este le preguntó si quería decir algo, le respondió “¿y qué podemos decir?”, para luego hablas del “misterio del silencio de los que sufren”.


Inicialmente, dijo el Arzobispo de Manila, Francisco tenía la intención de repetir el mensaje central de la homilía que pronunció en la Misa, pero incluso él mismo quedó en silencio. “Nadie comía y por eso el Papa les decía: '¡Come, come!'”, dijo.


En el diálogo con la prensa, el Cardenal Tagle expresó su esperanza de que el testimonio de la fuerza del mensaje evangélico de la solidaridad, la misericordia y el perdón haya llegado a través de la Misa, transmitida por televisión.


Parte de su emoción, dijo, fue porque “la gente pudo soportar la lluvia y los fuertes vientos por amor”.


El Cardenal reveló que el Papa saludó también a los habitantes de otras zonas que han experimentado otros tipos de desastre. “Saludamos a gente normal que no pudo venir a la misa pero que se quedaron en las calles esperando toda la noche y estaban mojados; incluso los niños no tenían miedo a enfermar”, dijo.


El Arzobispo de Manila también compartió que el Papa no quiso resguardarse de la lluvia y cambiar el papamóvil descubierto por otro auto, aunque sí recibió un chubasquero que le ayudó a soportar mejor la lluvia, incluso durante la celebración de la Misa.


Lo fieles que asistieron a ella también recibieron uno que les repartieron los organizadores.


Refiriéndose al posible cansancio del Papa Francisco, el jefe de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, indicó que “nuestra experiencia es que tiene una energía increíble y una buena capacidad de recuperarla con dos horas de descanso”.


Lombardi apuntó que a veces se han cancelado pequeñas actividades en Roma porque el Papa dice que no haría un buen servicio a la gente si está tan cansado. En esos casos, dijo, “se cancela, descansa, y comienza de nuevo”.


“Siempre nos sorprende que un hombre de su edad puede hacer lo que está haciendo, en casa y en el extranjero”, dijo el P. Lombardi, y recordó que en el viaje a Corea del Sur en agosto de 2013 le preguntó al respecto y le dijo que “es la gracia de la oficina”.


Si Dios le da una carga, también le da lo que necesita para hacerlo”, señaló el P. Lombardi.



Queman varias iglesias en Níger en protesta por las caricaturas de «Charlie Hebdo»: 10 muertos

Al menos cinco personas han muerto en Níger este sábado en los disturbios por las protestas contra la publicación de las caricaturas de Mahoma en periódicos y revistas occidentales, según el último balance de las autoridades, con lo que ya son diez los muertos confirmados en dos días de violencia.

La Policía ha empleado gases lacrimógenos contra los grupos de jóvenes que han lanzado piedras contra los agentes, saqueado comercios e incendiado varias iglesias de la capital, Niamey, pese a que las autoridades han prohibido las movilizaciones, convocadas por eruditos islámicos. Una comisaría ha sido atacada y al menos dos coches de la Policía han sido incendiados.


«Han ofendido a nuestro profeta, Mahoma, eso es lo que no nos gustan», ha explicado uno de los participantes en las manifestaciones, Amadou Abdoul Ouahab.


Siete iglesias incendiadas

Siete iglesias han sido quemadas este domingo en nuevos enfrentamientos desatados en Niamey, capital de Níger, provocados por la publicación de nuevas caricaturas del profeta Mahoma. En esta nueva jornada de protesta que aún continúa, un número indeterminado de personas fueron heridas por los enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas del orden que procedieron al uso de gases lacrimógenos.


La embajada de Francia en Níger pidió a sus nacionales aumentar la vigilancia y no salir a la calle. Los manifestantes incendiaron la casa familiar del ministro de Exteriores nigerino, Mohamed Bazoum, y presidente del Partido Nigerino Para La Democracia y el Socialismo que está actualmente en el poder, sin aparentemente causar víctimas mortales.


Medios privados nigerinos informaron sobre la detención de cinco ulemas, pero ninguna fuente oficial lo confirmó. También varias tiendas de venta de bebidas alcohólicas, locales de juego de azar, dos vehículos de policía y neumáticos fueron incendiados lo que provocó nubes de humo visibles desde varios puntos de la ciudad.


Postura del presidente

El presidente, Mahamadou Issoufou, ha explicado que los cinco muertos eran civiles. Cuatro de ellos muerieron en bares o iglesias incendiados. Además, Issoufou ha anunciado la apertura de una investigación para hallar a los responsables de la violencia para que sean castigados.


"Quienes saquean inmuebles religiosos y los profanas, quienen persiguen y asesinan a cristianos compatriotas o extranjeros que viven en nuestro país, no han entendido nada del islam", ha afirmado en un discurso televisado.


Sin embargo, Issoufou ha asegurado compartir el malestar de los musulmanes por la publicación de las caricaturas. Para el presidente nigerino, la libertad de expresión no debe implicar libertad par ainsultar las creencias religiosas.


Issoufou participó en la manifestación del pasado domingo en París junto al presidente francés, François Hollande, y decenas de dirigentes mundiales más para condenar el atentado contra la redacción de la revista satírica 'Charlie Hebdo', en el que murieron doce personas asesinadas por dos yihadistas.