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lundi 6 octobre 2014

Tricia creía que se bastaba ella sola con su hijo, hasta que su enfermera los adoptó en su familia

Tricia Somer se había defendido sola toda la vida.

Huérfana y sin marido, educaba sola a su hijo Wesley (con ella en la foto sobre estas líneas).


Se había acostumbrado a contar sólo y siempre con ella misma, y pensaba que lo había conseguido.


Hace pocos meses, con el descubrimiento de su enfermedad, todo lo que había construido se derrumbó ante ella.


Ingresada de urgencia la pasada primavera en el Community General Hospital de Harrisburg, Pennsylvania, por dolores muy fuertes en el estómago, le diagnostican un hemangioendotelioma epitelioide, una forma rara de sarcoma.


Inmediatamente Tricia piensa en su Wesley, su hijo de 8 años. No consigue ni siquiera imaginar que se quede solo. Está desesperada.


Es precisamente entonces cuando en la vida de Tricia (y en su habitación de hospital) entró otra Tricia, Tricia Seaman, enfermera oncológica cinco años mayor que ella.


«Cuando entró en la habitación – recuerda Somers – fue una sensación arrebatadora. Es difícil de explicar, pero era como un sensación de calor».


Los días sucesivos, Somers habla continuamente con Seaman de su hijo Wesley, al que llama a menudo para asegurarse de que está bien y para guiarlo como se hace con un niños que es aún pequeño. «Sufría por ella», explica la enfermera. «Sabía que su situación era bastante grave y que es verdaderamente insostenible tener un hijo pequeño y estar ingresada en el hospital».



Así, las dos mujeres (juntas en la foto) se hacen amigas y empiezan a verse también cuando la enfermera no se ocupa de la habitación de la paciente.


Hasta que precisamente el día del alta hospitalaria, Somers, que acaba de saber que sus condiciones empeoran rápidamente, deja atónita a Seaeman con estas inesperadas palabras: «Estoy muy contenta de que hayas pasado, porque tengo que preguntarte una cosa. Si muero, ¿te ocuparás de mi hijo?».


Sorprendida, Seaman vuelve a casa y habla de ello con su marido, Dan, y sus cuatro hijos.


La otra Tricia no lo sabía, pero los cónyuges Seaman había pedido ya la adopción y habían sido declarados idóneos unos meses antes: era imposible creer que la extraña petición de esa pobre mujer llegase por casualidad.


«Tenemos que ayudarla», se dijeron. «Sólo tenemos que seguir lo que Dios nos pide que realicemos aquí».


Así, las dos familias se acercaron la una a la otra, transcurriendo juntas la Pascua y la Fiesta de la Madre.


Sin embargo, en mayo las condiciones de Tricia Somers empeoran a causa de la quimioterapia.


Según los médicos ya no puede vivir sola, por lo que los Seaman toman la decisión de ocuparse inmediatamente no sólo de Wesley, sino también de Tricia que, cuidada por la enfermera, su marido y sus hijos, empieza a recobrar las fuerzas. ¿Cómo es posible? «Simplemente, es amada por una familia, es parte de la familia y esto hace una gran diferencia», explica Seaman.


Confirmado por Somers: «Esta familia me ha sustancialmente salvado la vida, porque en mayo me habían dicho que habría tenido un mes más de vida; en cambio, aún estoy aquí».


Mientras tanto, los Seaman han llevado adelante los trámites para la adopción. «Mi hijo – dice Somers – es muy consciente de que cuando muera él será bienvenido aquí. Y sabe que Dan y Tricia serán sus tutores. Le han explicado que nunca podrán ser como la madre y el padre, pero han dicho que están seguros que serán casi lo mismo. Han respondido a mis oraciones. Es maravilloso».


(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)



Anécdotas de exorcistas

La anécdota, maravillosa y viva , contada por María Vallejo-Nágera en esta misma Web, me ha traído a la memoria otro par de historias que merece la pena sacar ahora, que tanto tiempo ha pasado, del baúl de mi memoria.

Julio de 2007. Acabo de llegar a Medjugorje. Por entonces, en lo que a mí respecta, aún no existía ningún libro sobre el asunto en otro lugar que no fuera la mente de Dios. En esta ocasión fui allí a conocer el retiro de sacerdotes que la parroquia organiza cada año, para sacar algún reportaje y seguir aprendiendo de tan singular fenómeno.


En la puerta

En ese vuelo, a Alitalia se le cayó mi maleta en algún punto entre Milán y Sarajevo, por lo que llegué con una pequeña mochila a la puerta de mi pensión. Allí, en la misma puerta, coincidí con un fraile muy mayor que caminaba ayudado de un bastón y cuyo equipaje no era mayor que mi mochila, esto sin haber perdido él ninguna otra maleta.


Caminaba un pelín encorvado, calzaba unas sandalias de cuero y calcetines negros, un gorro de pescador y unas enormes y modernas gafas de sol. Pintoresco.


Su hábito blanco llamaba la atención, aunque no tanto como esa enorme medalla de San Benito, del tamaño de una galleta, que colgaba de su cuello.


Le abrí la puerta cediéndole el paso. "Thank you, my friend", dijo con un tono de voz imponente, profundo y amistoso como el de un contador de cuentos, gastando un acento americano de cowboy que me hizo preguntarme de dónde habría llegado semejante elemento.


Esos días éramos muy pocos huéspedes en la pensión. Aunque Medjugorje estaba lleno de sacerdotes, donde yo me quedé estaban tan solo tres. Dos eran diocesanos bosnios, y el fraile mayor.


El padre Samuel

En esos días de retiro de sacerdotes, los curas que van a Medjugorje no pagan su estancia. La parroquia tiene pedido a las pensiones que no se la cobren, que les acojan gratis con generosidad.


Desde la primera cena me senté adrede junto al fraile de la medalla de San Benito. Tenía una preciosa historia que contar y una amena conversación.


Se llamaba Samuel. El padre Samuel. Era un benedictino de un convento de Albuquerque, Nuevo México, Estados Unidos. El motivo de su viaje era que su comunidad le había regalado una peregrinación a donde él quisiera con motivo de sus cincuenta años de ordenación sacerdotal, y él había elegido Medjugorje "para dar gracias a la Virgen María", me explicó.


Yo le pregunté que por qué Medjugorje. Quiero decir que si era para dar gracias, por allí tenía santuarios mucho más cercanos. Me llamó la atención que un anciano de más de setenta años se hubiese pegado ese viaje, él solo, por este motivo, pudiendo haberse quedado mucho más cerca de su casa. Entonces él me lo explicó:


-Verás, hijo. Yo vine a Medjugorje por primera y única vez hace doce años. Y tú, cuando te enamoras de alguien en un lugar, ¿no deseas siempre regresar a ese sitio? ¿No haces lo que sea posible por volver a ese mismo lugar a Verla? Por eso quise venir aquí y no a otra parte".


Los ojos del padre Samuel eran azul celeste y transmitían la paz con la que duermen los niños, la profundidad del espacio, la sabiduría de un abuelo y la autenticidad del que ha visto lo invisible. Siendo benedictino, ejercía como exorcista desde hacía más de treinta años en su diócesis. Cosas todas estas que explican el episodio que viví con él aquella primera noche. O más bien, la mañana siguiente de nuestra llegada.


Tostadas para desayunar

Nuestra pensión carecía de aire acondicionado, y si has estado en Medjugorje en pleno verano, sabrás lo que esto puede llegar a suponer. Para calmar un poco el calor, el dueño de la pensión nos había colocado en cada habitación unos enormes ventiladores de pie, de esos muy altos y con aspas, cuyas helices a toda potencia dan la sensación de que van a salir volando en cualquier momento por encima de tu cama.


Esa primera mañana me despertó el olor de las tostadas. Abrí los ojos y enseguida me hice una idea del suculento desayuno que estaban preparando, aunque me extrañó que estando yo durmiendo en el segundo piso, el olor de la cocina subiese hasta tan alto. O eran unas tostadas muy grandes, o había un incendio. "Eso no es el desayuno", pensé aún con los ojos cerrados…


De un brinco salí al pasillo en pijama, viéndome sorprendido por una humareda espesa y maloliente. Agarré como pude mi pasaporte y bajé los escalones de cuatro en cuatro hasta llegar en un santiamén al recibidor-comedor tan típico de esas pensiones. Allí estaba el padre Samuel, sentado como si nada, untándose un poco de mermelada en una rebanada de pan blanco, y el dueño de la pensión más pálido que el hábito benedictino de nuestro amigo de Nuevo México. Pregunté qué había pasado y el hostelero me explicó como pudo lo que había sucedido.


En plena noche, saltó una alarma de humos que los caseros tenían en la planta baja. Subió este buen hombre al primer piso y vio que salía humo de la habitación del padre Samuel. Al entrar vio cómo el ventilador daba vueltas en llamas a la velocidad de un infernal tornado.


Mientras el dueño de la pensión me contaba esto, el padre Samuel permanecía allí sentado, sonriendo como si nada, comiéndose su rebanada de pan con mermelada. No dio ninguna explicación. No dio ninguna importancia. Escuchaba y mojaba su tostada en un enorme tazón de café como el que oye la radio por la mañana. Le pregunté entonces a él qué hizo al despertarse y ver el fuego: "Soplar", me contestó sonriendo como si nada. Ahí entendí lo que pasaba: ni era la primera vez que el padre Samuel vivía algo parecido, ni le iba a quitar las ganas de comer.


Agua bendita

Me senté entonces tranquilo a su lado y supe estar desayunando al lado de un santo del que no sabía nada y sobre el que todo quería saber. El dueño de la pensión me dijo que temió por si el padre se había asfixiado, pues la habitación estaba llena de humo. Entonces le pregunté al padre Samuel qué hizo él al ver la humareda, y me respondió de nuevo sonriendo, como con mucha gracia: "Abrir la ventana". Un genio, el padre Samuel.


Me hice amigo suyo. No me despegué de él en toda esa semana. Ya esa segunda noche, llegamos a juntos a la pensión y me senté a cenar con él. Me llamó entonces la atención que mientras me contaba algo, sin parar de hablar, ser sirvió agua en el vaso y, antes de beber, bendijo el agua como con un gesto automático, no pensado. Hizo la señal de la cruz, y se bebió todo el vaso para seguir cenando y hablando como si nada.


Le pregunté por qué se bebía el agua bendita, porque me pareció raro, y entonces él me preguntó:


-¿No te comes tu los huevos fritos bendecidos? ¿No bendices la comida antes de comer? El arroz, las lentejas, la carne… pues yo lo hago con el agua antes de beber.


-¿Por qué? -insistí.


-Porque sería absurdo bendecirla despues de haberla bebido -dijo sonriendo de nuevo.


Aquellas conversaciones dieron para mucho. Algunas de ellas me marcaron, o más bien me confirmaron sobre asuntos que yo iba conociendo pero que aún no sabía si eran cosa mía o si realmente podrían ser así. Como aquella en la que le dije que muchas personas en la Iglesia no creían en su trabajo de exorcista, incluso muchos sacerdotes y obispos. "El Evangelio es muy claro", se limitó a responder otra vez sonriendo. "Quien no crea en esto, no tiene fe en la Iglesia. Tambien hay gente que no cree en el purgatorio o en el infierno, y eso no significa que no existan, sino que ellos no creen".


Siete días después me despedí de él. Fue entrañable. Me abrazó y me bendijo, y me pidió que me portase bien, que no dejase de seguir al Señor. Se marchó tal y como vino. Con su hábito blanco benedictino, con ese gorro de ir a pescar y sus gafas de sol. Caminando encorvado apoyándose sobre un viejo bastón, rumbo a Albuquerque, Nuevo México, a más de diez mil kilómetros de allí. Sentí pena porque pensé que no le volvería a ver, pero intuyo que la mía no sería nada comparada con la que sentía él por marcharse del lugar donde doce años antes se enamoró de aquella Mujer.


El padre Enrique

La segunda anécdota tiene como protagonista a otro sacerdote que ha marcado mucho mi vida. A decir verdad, mucho más, pues fue de él del que se sirvió Dios para metérseme en su bolsillo y no salir nunca de ahí. Al padre Enrique González, diocesano de Madrid, le conocí años antes que al padre Samuel. En concreto, en 2003, y siempre digo que mi padre espiritual, con permiso del padre Cruz, es él.


El padre Enrique fue director espiritual del seminario de Madrid muchos años, labor que fue dejando poco a poco cuando el cardenal Rouco le nombró, en ese 2003, exorcista de la diócesis de Madrid.


Durante años ha sido el único de toda la archidiócesis, y antes de él, ni se sabe cuantos años estuvimos en Madrid sin ningún exorcista. De hecho, el padre Enrique me contó cómo a él nadie le enseñó a hacer nada de lo que tenía que hacer. Fue un exorcista autodidacta, lo cual te da mucha idea de la percepción que ha habido -y aún hay- sobre este ministerio abandonado durante décadas en Madrid.


El padre Enrique exorcizaba durante más de diez horas diarias. Su agenda estaba llena, y su capilla de oración era un centro de peregrinación cuya puerta de la calle nunca cerraba. Ciertas prácticas o costumbres que se han instalado en la vida actual de los hombres como si nada, son puertas abiertas a una realidad espiritual en ausencia de Cristo, y en su ausencia se hace presente otra presencia, bastante menos amable. Espiritismo, wija, yoga, reiki... son todos ellos ejercicios espirituales en ausencia de Cristo, y antes de que nadie me empiece a sacudir, yo simplemente recomiendo no hacerlo, por las cosas que he visto. Cito esas prácticas como las más normales, pero existen otras vías más explícitas para sufrir una infestación demoníaca, una influencia maligna o una posesión. Obviamente, pactos y ritos con el Diablo para obtener lo que sea le destroza la vida a la gente, y participar en alguna medida en la ejecución de un aborto es también una puerta abierta a la acción del Demonio.


Con el padre Enrique disfruté una relación preciosa: la que hay entre un padre que acoge a un hijo cuando está empezando a conocer al buen Dios. Como le conocí justo por aquella época, de tanto ir por allí a verle y hablar con él, y porque lo quiso Dios, le asistí en algunos exorcismos, en los que obviamente vi cosas que te llevan de una forma u otra a una conversión a Dios. Digamos que sin hacerte el camino hasta Cristo, te lo facilitan mucho.


La fe de los demonios

Conocí así la presencia real de Cristo en la Eucaristía; la existencia de Satanás; el poder de una sencilla oración bien hecha; encontré explicación a situaciones de inmenso dolor que conocía de algunas personas y familias; o que un exorcismo es una oración preciosa en la que se tocan de manera muy visible muchos de los misterios de nuestra fe en Cristo. También aprendí de la fe de los demonios y de la falta de fe de los cristianos que, como yo, en alguna esquina de su vida han dejado de creer que Jesús está vivo, no muerto, y en el poder conferido por Él a la Iglesia.


El padre Enrique tenía la costumbre no ya de bendecir el agua y la sal, o el aceite y otros sacramentales para sus rituales, sino de exorcizarlos con una oración que hay para ello y que confiere una sacralidad mayor a estos elementos. De su capilla del Don de María, el agua exorcizada salía por litros cada día, y por kilos los botes de sal. El padre nos enseñaba a los que nos llamaba "su grey", un montón de chavales que parábamos por allí a ayudar y a rezar, el valor que tiene la oración de un sacerdote, el poder que tiene nuestra oración, y un montón de cosas que yo no vi ni de lejos en ningún otro lugar.


Peregrinaciones

El padre tenía y tiene la costumbre de hacer enormes peregrinaciones caminando en verano. La más famosa peregrinación que ha hecho fue la que realizó desde Santiago de Compostela a Jerusalén, con motivo del jubileo de 2000. Eso le llevó algo más de un verano. Catorce meses para ser exactos, atravesando montes, bosques y desiertos, en una aventura que por más que se la he oído contar, no me canso nunca.


Por aquella fechas de mi trato más cercano con él, me asaltó una pregunta por un asunto que podía parece absurda, pero que la hice con la libertad de los hijos a sus padres. La pregunta, medio en broma medio en serio, era que si se podía exorcizar el agua de la piscina de una urbanización. Bromeamos los que allí estábamos imaginando a media comunidad de vecinos dando saltos como salmones, buceando en alcohol de quemar. Sin embargo, el padre se quedó pensando, levantó de pronto sus ojos sobre las gafas y, mirándome muy serio, me preguntó: "¿Como cuando exorcicé el Adriático?". La carcajada inundó aquella madrugada de sábado entre los que estábamos allí con él, quien también divertido, nos explicó una anécdota que, como la del padre Samuel, me pareció preciosa, llena de fe y de convencimiento en que lo que Dios hacía en su vida, no era un juego, sino algo muy serio. Algo real.


El padre nos contó que él, cuando estaba en Madrid, obviamente rezaba la oración oficial de exorcismo cada día, y doy fe que al menos lo hacía diez veces. Pero cuando estaba peregrinando y no tenía que exorcizar a nadie, él también la rezaba a diario. En el rito hay diferentes oraciones, muy parecidas, porque no es lo mismo exorcizar a una persona que una casa o que un monte o que un animal, que también sufren de estos males.


Nos contó cómo, por ejemplo, si va caminando por una montaña y encuentra un manantial, exorciza esa agua, y toda esa bendición llega a todos los rincones que riega el manantial. ¿Hasta donde? "No lo sé", contestaba sin entrar en debates, "lo que sí que se es que lejos de hacer ningún mal, hará mucho bien".


El bosque con sus árboles, también los exorcizaba. El desierto con su arena, los pájaros y el aire... Y así todos los parajes y lugares que el Espíritu le daba a entender. Un buen día de largo caminar, al llegar de noche a la costa adriática, a la luz de una maravillosa puesta de sol, se puso la estola en la playa y exorcizó todo el mar.


Así, con estas historietas nos regaba este padre cada día a un buen número de hijos suyos que crecimos a su sombra. Nunca llegó a exorcizar el agua de la pisicna de aquella urbanicación, pero a nosotros nos dejó en herencia un testimonio que ahora yo, os doy a conocer.


Hoy, Madrid tiene siete exorcistas, y el padre no es ninguno de ellos. Aunque él no se queja, echa de menos ese ministerio. Carmela, la madre de tantos de nosotros, la monja que le ayudaba en los exorcismos y en tantas otras tareas, me explicaba no hace mucho que él echaba de menos ese ministerio de exorcista, porque a él "le parecía precioso", poder colaborar con el Señor en la liberación de las ataduras y torturas de Satanás, para que volviesen a sus casas y familias con una vida nueva, con una vida diferente.


Jesús está vivo, pero ojo, los malos también. Yo doy testimonio de que no son un invento chino.


Sin haberlo querido, me ha salido yo diría que el episodio de un libro. Gloria a Dios por todos sus sacerdotes. Gloria a Dios.


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Experimentar la fe, conocer radicalmente


Bastaría con estar despiertos y atender a lo que nos va sugiriendo, a través de la realidad, el Misterio presente que nos hace ser en cada circunstancia. Estas serían las condiciones para hacer posible vivir y relacionarse intensamente con Cristo. Así de sencillo, pero no nos lo acabamos de creer.


Se trata de hacer una experiencia liberadora de todo aquello que nos impide vivir de forma plenamente humana. Porque experimentar la fe tiene obstáculos tanto en nuestra forma de vivir como en las circunstancias sociales que atravesamos. Los ideales y arquetipos de ayer ya no nos sirven, si no pueden verificarse hoy. Y siguen cayendo una y otra vez, de sus pedestales, personas e instituciones.


La liberación de esta gran decepción o pesadumbre existencial, es decir la esperanza radical, sólo puede venir de lo que (y de quien) ya está libre y liberado, de lo más esencial, de aquello que nos constituye, de aquella compañía que es la presencia visible donde puede alcanzarme de nuevo, aquí y ahora, a mí, el Misterio.


Es preciso por tanto un reconocimiento, una verificación o trabajo personal, para que sea posible un conocimiento afectivo radical. Esto solamente es posible por una convivencia (afectiva y efectiva) en toda circunstancia de la vida, de la realidad de cada momento.


Por eso podemos decir que si Él no está, nosotros no somos. Porque somos conscientes de la dependencia radical de nuestro ser respecto del Ser, de nuestro ser mendigos, para madurar, para hacer la experiencia del que nos precede, el seguimiento de quien ya ha llegado.


No se es hijo o discípulo por una mera repetición o imitación del padre o del maestro. Ser verdaderamente hijos, o discípulos, es hacer la experiencia de quien va delante abriéndonos el camino de la madurez de la vida, en la totalidad de factores que ésta implica.


Tenemos todo lo necesario para caminar, seguir, pertenecer, reconocer y verificar. Pidamos no quedarnos atrapados por la limitación de la queja, de cierta incomodidad o de una circunstancia adversa, sin mirarla y superarla desde Cristo.


Nuestra época precisa de personas con esperanza, con criterios claros y certeros, que sepan mirar y acoger con verdadero afecto a los demás. Que sepan vivir la realidad como amiga y no como obstáculo a su realización. Para todo ello es preciso que tengamos claro qué es lo esencial en la vida, qué nos constituye, qué unifica nuestro yo, en suma cómo podemos vivir. Que nos lo recordemos cada día, cada instante, y que pidamos que el Misterio nos responda con su Presencia.

La familia, iglesia doméstica

Con motivo del Sínodo que se desarrolla ahora en Roma,, es decir la asamblea de un grupo de obispos convocados por el Papa, para tratar de los problemas de la Familia, estos días se hablará bastante sobre ésta. Desde el inicio de su existencia, la Iglesia ha concedido gran importancia a la familia cristiana. La vida familiar constituye para la Iglesia un bien precioso y desde siempre su tarea ha sido promoverla y protegerla. El Cristianismo creció y se desarrolló en el seno y ámbito de la institución familiar, hasta el punto de que la Iglesia primitiva se localizaba en una serie de casas familiares entrelazadas por los apóstoles itinerantes que las mantenían unidas con los vínculos de una misma comunión de vida y fe (cf. Hch 10,2 y 24; 16,31-34; 2 Tim 1,5).

La familia debe ser “una Iglesia doméstica” (cf. LG 11). La familia cristiana es la primera y más básica comunidad eclesial, llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana. En ella se viven y se transmiten los valores fundamentales de la vida. Formar un matrimonio y una familia cristiana significa vincularse a la Iglesia de una forma específica, es decir por medio del amor conyugal y familiar que edifica el Reino de Dios en el mundo y en la Historia.


La familia cristiana surge del sacramento del matrimonio y es el espacio natural en el que la persona nace a la vida y a la fe. El Evangelio se transmite en ella de manera espontánea al hilo de los acontecimientos, así como allí tiene lugar el inicio de la oración y del despertar religioso, se desarrollan los sentimientos de amor, se vive la integración en la comunidad eclesial, y uno es orientado para vivir la vida con un sentido vocacional. “Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). Vivir en el Señor no impide, sino todo lo contrario, los grandes momentos de amor, de sentirse a gusto y comprendido, de risas, porque el amor lleva consigo la felicidad y la alegría de vivir. Los esposos tienen entre sí un deber mutuo de santificación, de recíproca asistencia espiritual y de educación de los hijos, incluida especialmente la transmisión de la fe, lo que implica el buscar juntos a Dios.


“Despertar y avivar una fe sincera, favorece la preparación al matrimonio y el acompañamiento de las familias, cuya vocación es ser lugar nativo de convivencia en el amor, célula originaria de la sociedad, transmisora de vida e iglesia doméstica donde se fragua y se vive la fe. Una familia evangelizada es un valioso agente de evangelización, especialmente irradiando las maravillas que Dios ha obrado en ella. Además, al ser por su naturaleza ámbito de generosidad, promoverá el nacimiento de vocaciones al seguimiento del Señor en el sacerdocio o la vida consagrada” (Papa Francisco, Discurso a la Conferencia Episcopal Española del 3-III-2014).


La espiritualidad conyugal y familiar nace de la fe, tiene su punto de referencia en la familia de Nazaret, considera la oración como el fundamento de la vida espiritual, se nutre y apoya en la Eucaristía, vive en la esperanza superadora del desaliento y pesimismo, y se expresa en la caridad. El amor entre marido y mujer es una prolongación del amor de Dios, y es también expresión de su voluntad. Los esposos cristianos se santifican apoyándose en la gracia y presencia de Dios en su matrimonio, por lo que es una espiritualidad en pareja, pero que va incorporando en ella a los hijos. Y aunque hay en todos nosotros una esfera íntima en la que nadie, ni siquiera el cónyuge, puede entrar, pues la vida cristiana se vive con responsabilidad personal, ya que tenemos una individualidad propia, la relación de cada esposo con Dios no es un asunto exclusivo suyo, porque también debe procurar la santificación y salvación del otro y de los hijos.


Por todo ello es lamentable que haya tantos matrimonios cristianos que viven su vida religiosa de espaldas al sacramento del matrimonio, pareciendo que están casados para todo menos para la oración, que cada uno hace por su lado. “La profesión de fe ha de ser continuada en la vida de los esposos y de la familia. En efecto, Dios que ha llamado a los esposos al matrimonio, continúa llamándoles en el matrimonio” (Exhortación de san Juan Pablo II, Familiaris Consortio, nº 51). La fe se transmite cuando se expresa, y se expresa en la catequesis, en la oración y en el comportamiento de cada día. La vida familiar debe suponer la vivencia religiosa y la oración en común, por ejemplo la asistencia a ser posible juntos a la Misa dominical, las oraciones antes de comer o del matrimonio junto a, o en la cama, que por ser el centro de la vida matrimonial es conveniente participe de un modo especial de la santidad del matrimonio y se realice en ella de forma principal la unión de los esposos con Dios.


Como nadie puede dar lo que no tiene, de aquí la enorme importancia de que los padres vivan una vida verdaderamente cristiana y centrada en la eucaristía, si tienen interés en que sus hijos sean cristianos de verdad. La familia cristiana es aquélla en la que los padres y los hijos de cierta edad intentan vivir en el hogar los valores y actitudes del evangelio. Los padres deben ser conscientes de que si bien ellos dan el cuerpo a sus hijos y Dios el alma, ellos y Dios deben colaborar en la educación cristiana de la prole y que la familia es el lugar más adecuado e insustituible para la transmisión adecuada de la fe y moral cristianas. Es en el seno de la familia donde los hijos experimentan los primeros procesos de maduración humana y cristiana, y donde aprenden los valores y criterios que les permiten diferenciar lo bueno de lo malo. La primera catequesis y las primeras oraciones de los niños corren cada vez más a cargo de los padres, lo que les debe llevar a reflexionar sobre la calidad de la fe que ellos proponen a sus pequeños.


“La familia cristiana es el primer ámbito para la educación en la oración. Fundada en el sacramento del Matrimonio, es la “iglesia doméstica” donde los hijos aprenden a orar “en Iglesia” y a perseverar en la oración. Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2685). La Iglesia no puede funcionar como algo ajeno a las vinculaciones afectivas, pero tampoco la familia cristiana puede concebirse como algo ajeno a la fe y a la realidad eclesial. Iglesia y familia son dos realidades que se iluminan y se condicionan mutuamente. Las comunidades eclesiales fervorosas suponen personas y familias que viven intensamente su fe y su vida espiritual. La Iglesia hace la familia cristiana y la familia cristiana hace a la Iglesia. La Iglesia es nuestra madre en cuanto nos engendra a lo fundamental de nuestro ser cristiano: a la vida de fe. Pero también somos constructores de una nueva familia y tenemos la gloria y el desafío de engendrar de nuevo a la Iglesia, cuya fe debemos transmitir a las nuevas generaciones.


Pedro Trevijano



El Papa al Sínodo de la Familia: «Hablen claro, con franqueza, que nadie diga qué pensarán de mí»

En la primera congregación general de la III Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los obispos, el papa Francisco invitó a los participantes a “hablar claro. Nadie diga: ´Esto no se puede decir; que pensarán de mí, esto o aquello´, porque hay que decir todo lo que se siente con franqueza”. Así como “escuchar con sinceridad”.

El Papa se dirigió a los padres sinodales agradeciéndoles “de corazón por vuestra atenta y calificada asistencia” y agradeció a todas las personas que “trabajaron con dedicación, con paciencia y competencia, por largos meses, leyendo, evaluando, y elaborando los temas, textos y trabajos de esta Asamblea General Extraordinaria”.


Agradeció también al secretario general, el cardenal Lorenzo Baldisseri, y a quienes trabajaron les deseó: “¡Que el Señor les recompense!”.


Agradeció también a la jerarquía de la Iglesia, clérigos, religiosos y laicos, “por vuestra presencia y participación que enriquece los trabajos y el espíritu de colegiado y de sinodalidad por el bien de la Iglesia y de las familias.


Recordó que fue su deseo, que el espíritu de sinodalidad tuviera lugar en la elección de los relatores, del secretario general y de los presidentes delegados.


“Los dos primeros -confió el Santo Padre- han sido elegidos directamente por el Consejo-post sinodal, elegido este a su vez por los participantes del último sínodo. En cambio como los presidentes delegados tienen que ser elegidos por el Papa, le pedí al mismo Consejo post sinodal, que me propusieran nombres y he nombrado a los que el Consejo me ha propuesto”.


Les recordó a los presentes que ellos traen “la voz de las Iglesias particulares, reunidas a nivel de Iglesias locales mediante las Conferencias Episcopales”.


Añadió que “las Iglesia universal y las Iglesias particulares son de institución divina”, mientras que “las Iglesias locales, así entendidas son de institución humana”. Y que ellos, “esta voz la traerán en sinodalidad”.


El Obispo de Roma les advirtió que es “una gran responsabilidad” la de “traer la realidad y las problemáticas en las Iglesias, para ayudar a caminar en ese camino que es el Evangelio de la familia”.


Y confió que “después del último Consistorio en febrero de 2014, en el cual se ha hablado de familia, un cardenal me escribió diciendo: ´Qué pena que algunos cardenales no hayan tenido el coraje de decir algunas cosas por respeto del Papa, considerando que el Papa pensara alguna cosa diversa”.


Y Francisco reiteró: “Esto no va bien, esto no es sinodalidad, porque hay que decir todo lo que en el Señor se siente que hay que decir, sin respeto humano, sin timidez, y al mismo tiempo hay que escuchar con humildad y acoger con corazón abierto lo que dicen los hermanos”, porque “con estas dos actitudes se ejercita la sinodalidad”.


Y reiteró: “Por ello les pido por favor, estas actitudes de hermanos en el Señor: hablar con franqueza y escuchar con humildad”.


Y concluyó invitandolos a hablar “con tranquilidad y paz, porque el Sínodo se realiza siempre cum Petro y sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos y custodia de la fe".


“Queridos hermanos -concluyó el Pontífice- colaboremos todos para que se afirme con clareza la dinámica de la sinodalidad”.



El sobrino del Papa peregrina con la Virgen de Luján y dice: «Mi tío está hecho un pendejo»

José Ignacio Bergoglio, sobrino del Papa Francisco, comparte sus recuerdos y se emociona con su tío. “Está hecho un pendejo [en Argentina y Uruguay esta palabra informal significa "chico, adolescente"; nota de ReL], le encanta lo que está haciendo”.

El hijo menor de María Elena, la única hermana viva del ex cardenal, estuvo junto a PERFIL en la 40ª edición de la peregrinación de la Virgen de Luján, que se realizó desde el mediodía del sábado 4 de octubre y se emocionó al ver el fervor religioso en los jóvenes, algo que relaciona directamente al cambio que realiza su tío, el papa Francisco.


La fe nunca se pierde. Se anestesia, se duerme. Uno se siente con más o menos fe, y en momentos depende de quién te inspire. Muchos volvieron a ir a misa o a rezar por mi tío. Hasta el menos creyente le enseña la oración del ángel de la guarda a un niño; o en un momento clave reza un Ave María. Y se nota que la gente está recuperando su fe”.


José Ignacio dice que a su tío lo nota “rejuvenecido”. “Está hecho un pendejo, le encanta lo que está haciendo y se emociona porque sabe el cambio que generó”, confiesa.


Fe en la familia

Desde pequeño, José creció con un vínculo muy cercano a la religión. Cuenta que su mamá es catequista, su padrino de bautismo es sacerdote, su tía era monja y ahora su otro tío es nada menos que el Papa.


“La fe es enorme en mi familia”, sostiene y da detalles sobre su vínculo con el ex cardenal. “Estamos igual de cerca que antes, con la diferencia de que no lo puedo ir a ver cuando quiero. Siempre llamaba para saber de todos y ahora lo sigue haciendo. Mínimo una o dos veces por semana habla con nosotros”, afirma.


A su vez, repasa algunos de los momentos donde se divertía con él. “Cuando estaba en la Catedral, iba a verlo y le contaba sobre mis cosas. En una de mis visitas, fui con un amigo, y como él estaba en una audiencia lo esperamos comiendo galletitas que preparaban las monjitas. Se reía porque siempre nos daban algo. Es un gran consejero y siempre te da su opinión como tío, no como cura o ahora Papa”, comenta.


Caminando a la basílica de Luján

Mientras José Ignacio repasa su historia y la de su familia, los peregrinos, junto a sus carteles, banderas y promesas, siguen la caminata sobre avenida Rivadavia para llegar a la Basílica. Allí también estuvo José, en 2003.


“Caminé a Luján movilizado por la fe. Me llamaba la atención y lo hice junto a una amiga. Por error, paramos más de una hora para tomar mate y luego nos costó seguir. Caminé en ojotas franciscanas y, pese a lo que me decían muchos, no me ampollé”, recuerda y asume que pronto volverá.


Fui como creyente, porque la Virgen de Luján es la patrona de los argentinos. No pedí nada, siempre tuve mucho para agradecer y más ahora. Recuerdo cómo la gente se abrazaba al llegar y me emociono”, cuenta.


Orar cada noche

José Ignacio asistió a jardín de infantes, primaria y parte de su secundaria en la escuela de Esclavas de Ituzaingó.


Reza todas las noches y realizó varios retiros espirituales.


“En cuarto grado les pedí a mis maestras tomar la comunión con mi tío y aceptaron”, cuenta señalando la única fotografía que tiene de ese momento. “Mi confirmación también pude tomarla con él y cuando me dio el cachetazo (que es parte de la ceremonia) me dio un tortazo tan fuerte que me giró la cara. Me miró, me guiñó el ojo y se rio. Fue una broma más de las muchas que me hacía”, suma.


Ahora José Ignacio se fue a vivir con su novia y sueña que cuando se case su tío será el que oficie la ceremonia. “Ya se lo pedí, no sé si será posible pero es mi deseo”, revela.


[Nota de ReL: no hemos encontrado ninguna otra fuente que confirme que el sobrino del Papa cohabite con una chica que no es su esposa, algo que por supuesto contradice la enseñanza católica sobre el matrimonio (y que todas las estadísticas sociológicas del mundo coinciden en relacionar con mayor riesgo de ruptura de pareja).]


Con tranquilidad al hablar y sin dejar de sonreír, demuestra su orgullo al saber que su tío, que decía que su lugar en el mundo era Argentina, “hoy encontró su lugar en el mundo, que es el mundo mismo”.


El nombramiento de Bergoglio no sólo cambió para siempre su vida, sino también la de su familia. La exposición fue abrumadora en un principio pero recién ahora, a un año y medio del papado de Francisco, empiezan a “vivir en la normalidad”.


Ninguno de ellos viajó a Roma y esperan verlo pronto.“Creo que veré a mi tío en el país muy pronto. Hay tanta gente que necesita verlo que preferimos esperar y no viajar. Ese día será una revolución en todo el país porque él genera eso con su transmisión pura de fe”, finalizó.



Enseñanza definitiva del Papa sobre la vida

Quiero dirigirme en este escrito a los católicos para que, como hombres de fe y de fidelidad al magisterio de la Iglesia, piensen en serio si su actitud ante la vida está, o no, en sintonía con lo que enseña la Iglesia.

Supongo que los partidarios del aborto seguirán erre que erre, con aquello de que la mujer es dueña de su cuerpo y que nadie se meta donde no le llaman, y seguirán con manifestaciones y con declaraciones absurdas y que el Papa y los obispos se metan en sus cosas y no con la libertad de ellas.


Pero para los católicos, cuando habla el Papa y, especialmente, cuando ha hablado como lo ha hecho al hablar de la vida humana, en especial de la vida del ser humano antes de nacer, el católico o lo acepta o, nada menos que se sitúa fuera de la Iglesia. Veamos.

San Juan Pablo II, en su Encíclica “Evangelium vitae” declara: “Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral.. Esta doctrina, fundamentada en aquella ley no escrita que cada hombre, a la luz de la razón, encuentra en el propio corazón (cf. Rm 2, 14-15), es corroborada por la Sagrada Escritura, transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.


La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios mismo, su autor y garante; y contradice las virtudes fundamentales de la justicia y de la caridad. Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo” (nº 57).


Dicho de otra manera: ningún futuro Papa, por muy Papa que sea, ningún teólogo por muy sabio que sea, “ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo”. Por lo que quien admita la licitud del aborto y de actos similares, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante tenga bien claro que se sitúa fuera de la Iglesia.


Soy consciente de que son muy serias estas palabras del Papa que estoy citando, pero también soy consciente de que hay muchos que se tienen por católicos, pero que con facilidad, piensan que la fe se sirve en la Iglesia a la carta. Ciertamente que hay cuestiones opinables, pero también hay enseñanzas firmes que todos debemos admitir y que si alguien no las admite, se sitúa fuera de la Iglesia, sea sacerdote, obispo, seglar, rey o gobernante.


No está de más recordar el canon 1398 del C. I. C. que dice: “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”. Lo de latae sententiae significa que la excomunión se produce automáticamente en el momento en que se produce.

Notemos también que la excomunión afecta no sólo a la madre, sino a todos los que intervienen. Y también recordar que es una excomunión cuyo perdón está reservado al Obispo.


Y no es extraño, sino al contrario, que las madres que abortan, a medida que se van dando cuenta de la barbaridad que han hecho con un hijo suyo, queden muy afectadas, incluso síquicamente. Recuerdo a una madre que me dijo: el día más triste de mi vida fue cuando vi pasar el desfile de los niños de Primera Comunión que tenían la misma edad que hubiese tenido mi hijo abortado, y que él debiera haber estado desfilando con ellos. No dejé de llorar durante todo el día.


José Gea



El abortismo tiene padrinos

El abortismo, su propagación y defensa tiene padrinos, tiene quienes lo fomentan y apoyan, y quienes lo han convertido en un negocio tan macabro y moralmente criminal como rentable, pero nada de ello tiene algo que ver con el capitalismo y la ideología liberal.

Hay, sí, capitalistas podridos de dinero, que apoyan la práctica abortiva y otros formas anticonceptivas para limitar la natalidad mundial que, según ellos, amenaza la estabilidad humana del planeta. Son los Bill Gates, el afortunado creador de Micosofst; Gorges Soros, el gran especulador mundial de divisas; David Rockefeler, de los Rockefeler de toda la vida, etc., afectos a la orden de la escuadra y el compás. Sin embargo no hay que confundir grandes capitalistas con capitalismo, si queremos entendernos y acertar en el diagnóstico.


Hay otros muchos padrinos y corrientes de pensamiento pro-aborto, ajenos al liberalismo y al capitalismo. Por un lado está el hedonismo, tan viejo como el hombre mismo, o sea, el tipo de gente que quiere gozar de toda clase de placeres, pero sin asumir ninguna consecuencia, si la hay, de sus actos placenteros. De modo que cuando aparece alguna efecto consecuente no deseado pero posible, recurren a las acciones más aberrantes para librarse del problema.


Ya en la Grecia clásica, Epicuro de Samos expuso que la felicidad consistía en vivir en continuo placer. Y la escuela cirenaica proponía que los deseos personales debían satisfacerse de inmediato sin importar los intereses de los demás.


Por otro lado tenemos el feminismo, ahora en actitud beligerante y engallada. El feminismo es la penúltima variante o derivación de la vieja lucha de clases, propuesta por el marxismo, aunque lo ignoren o hagan como que lo ignoran las aguerridas damas de hierro del PP, finalmente tan defensoras o más de la ideología de género que sus opuestas. Por eso se han cargado la propuesta de Gallardón para reformar la criminal ley del aborto Zapatero-Aido.


¿Y qué es a su vez la lucha de clases? Llana y simplemente la guerra permanente entre las clases sociales, los pobres contra los ricos, los asalariados contra los patronos, los empleados contra los empleadores... Pero a medida que las condiciones laborales y económicas fueron mejorando, los trabajadores se fueron “aburguesando” y dieron la espalda a los redentores marxistas de la humanidad.


Ya Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano y cabeza sumamente lúcida, advirtiendo el fenómeno de la deserción de las masas obreras, porque ya comían caliente todos los días, podían adquirir un pisito aunque fuese con hipoteca, y comprarse un Fiat 600, propuso el asalto a la cultura, la enseñanza y los medios informativos, y desde esas instituciones apoderarse o manipular a la sociedad.


Pero la sociedad pequeñoburguesa es cerril y frívola, y no sabe lo que le conviene ni comprende los grandes beneficios del igualitarismo comunista. Así que había que propinarle una nueva sacudida, y de ello se encargó la escuela marxista de Frankfurt (Adorno, Habermas, Marcuse, etc.) fomentando la revuelta estudiantil contra padres y maestros, o sea, la revolución cultural del 68, que a España llegó en los setenta. Según la fórmula norteamericana, la revolución consistía en sexo, marijuana y rock and roll. Todo muy divertido.


También eso pasó a la Historia sin haberse producido el cambio radical del modelo “burgués”, aunque ha dejado tras de sí una estela de hedonismo, descomposición moral y nihilismo.


Así que alguien pensó, aunque no acabo de descubrir quién es y donde está ese alguien, que había que ensayar una nueva vía, a ver si por fin se conseguía darle la vuelta a la tortilla. Esa vía nueva consistía en lanzar a las féminas a luchar contra los “machos”. O sea, que en lugar de constituir seres complementarios según dice la Biblia y corrobora la naturaleza, hay que alterar el orden natural y actuar como géneros en lucha, enfrentados, combatiéndose sin tregua ni debilidades. Siempre la lucha, porque sin lucha permanente este mundo es muy aburrido y la gente se olvida de la dialéctica, que es la base del progreso: tesis, antítesis y síntesis y volver a empezar. Así hasta el infinito salvo que se llegue al paraíso comunista, como es bien sabido.


Claro que en la cama parecía que no, que hombre y mujer se entendían bien, aunque a veces se abominara de las consecuencias, pero también aquí ha llegado la lucha de clases, desviándose hacia los extremos más extremosos. Los “homos” unidos contra los “heteros” de siempre, antigualla anacrónica a combatir y someter. La hegemonía del arco iris sobre el antiguo orden. Y en eso estamos, con el apoyo y beneplácito entusiasta de los y las “progres” de todo color y formación política. ¿Tiene todo ello algo que ver con el sistema capitalista de producción? Pienso que algo habrá que decir sobre el capitalismo y su función económica y social, a ver si logramos aclararnos.