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samedi 31 janvier 2015

Guerra a la televisión







Tengo que reconocer que, a pesar de que cada vez padezco una menor tolerancia al desorden, me fascina ese rato en que, mientras preparo una tortilla de patatas para la comida o pongo una lavadora, siento una omnipresencia capaz de ocupar toda la casa sin hacer prácticamente ruido: mis hijos jugando y desmoronándolo todo. Mis dos hijas mayores son capaces de tirarse hooooras de una habitación a la otra imaginando mil historias, situaciones, viajes... Entre sus muñecas, sus maletas y sus vestidos, pueden diseñar un mundo de fantasía más maravilloso que el de la Alicia de Lewis Carroll. Eso sí, a costa de convertir el suelo de la habitación en una alfombra de ropa, mochilas, sábanas o lo que sea necesario para hacer ambiente. Cualquier objeto cotidiano es suficiente para convertir su dormitorio en un tren, una playa o un aula del colegio. Pero claro, es necesario armar la de San Quintín para conseguir la escenografía adecuada... Por eso, hay veces en las que, por muy fascinante que sea ese momento..., es necesario optar por otros planes más lineales, cuya consecuencia inevitable no sea media hora de volver a colocar todo en su sitio. La opción más tentadora, para qué negarlo, es la tele: basta con encenderla para lograr, casi en cuestión de segundos, transformar el jaleo, los juegos, las carreras por la casa... en el más absoluto de los silencios de una forma casi mágica. Súbitamente se apaga el caos y los niños se quedan inmóviles ante la televisión, absortos, atónitos, incapaces de apartar la mirada de ese aparato que es capaz de robarle la inquietud al crío más activo. Así pues, en casa, las mañanas de domingo, acostumbramos a encontrarnos con esa disyuntiva: dejar que jueguen de aquella manera tan idílica pero, a veces, irritante... o ponerles la tele un ratito inofensivo y mantenerlos quietecitos en el sofá para que no desordenen la casa que, la noche anterior, quedó impecable. Pues bien, aunque a menudo es difícil optar por la primera opción, yo he decidido declararle la guerra a la televisión por varias razones: 1. Anula su capacidad de pensar. ¿Por qué darle a un niño un universo paralelo ya creado, imaginado por otros en su lugar, si puede hacerlo por sí mismo? La tele les quita a nuestros hijos la capacidad de imaginar, porque sustituye esa capacidad. 2. Delante de la tele no se cansan. Aunque parezca que ese rato están entretenidos, las energías que tenían que haber quemado las han estado acumulando, por lo que cuando apaguemos la televisión estarán más irritables y más nerviosos porque su cerebro ha estado recibiendo estímulos mientras ellos estaban inactivos. 3. De la misma manera, eso hace que duerman peor. De hecho, la mayoría de los pediatras recomiendan que los niños no vean la televisión antes de acostarse, pues la tv les excita y les costará más irse a la cama y conciliar el sueño. 3. La tv es adictiva: cuanto más se la ponemos, más necesidad tienen de verla. Llega un momento en que asumen la tele como una necesidad, se vuelven incapaces de entretenerse solos. Además, es más fácil negarles la tele una sola vez antes de ponerla que apagarla una vez que la hemos encendido, porque los niños asumen mejor la primera opción que la segunda. Pero también es adictiva para nosotros: cuando descubrimos lo calladitos que están delante de este objeto, es una tentación muy recurrente la de encenderla a la primera que surge la oportunidad. Pero también será mucho más fácil no ponerla si tanto mayores como niños nos acostumbramos a no considerarla una opción como norma general. 4. Las alternativas, aunque sean más incómodas o menos prácticas, son mucho más educativas y saludables. Es mejor, antes de ir a la cama, sacar un montón de cuentos -que luego, obviamente, tendrán que recoger-, que tenerlos atontados delante de la tele. Un cuento leído con los hermanos, con los padres, en un rato de tranquilidad antes de acostarse, les aporta mucho más que unos dibujos, y también el hecho de tener que recogerlo cuando hayan acabado. Eso tampoco significa no ver nunca la televisión o regalársela a un vecino porque ya no vamos a usarla más. Significa, simplemente y como en todo, hacer las cosas con medida, sin pasarnos. Que la tele sea una actividad esporádica para un día de ´emergencia´ en que tenemos que preparar maletas o de fin de semana para ver una peli en familia, es mucho más saludable -tanto a nivel personal como familiar-, que tenerla encendida por sistema cada vez que queremos calma y orden a nuestro alrededor. PD: puestos a elegir ver la tele, a mí me encantan las películas ´antiguas´, como Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Sonrisas y lágrimas... los niños se quedan embobados con ellas, la velocidad de las imágenes es considerablemente inferior y la estética, por lo general, es mucho más agradable que la de dibujos modernos como Dora la exploradora...




Guerra a la televisión







Tengo que reconocer que, a pesar de que cada vez padezco una menor tolerancia al desorden, me fascina ese rato en que, mientras preparo una tortilla de patatas para la comida o pongo una lavadora, siento una omnipresencia capaz de ocupar toda la casa sin hacer prácticamente ruido: mis hijos jugando y desmoronándolo todo. Mis dos hijas mayores son capaces de tirarse hooooras de una habitación a la otra imaginando mil historias, situaciones, viajes... Entre sus muñecas, sus maletas y sus vestidos, pueden diseñar un mundo de fantasía más maravilloso que el de la Alicia de Lewis Carroll. Eso sí, a costa de convertir el suelo de la habitación en una alfombra de ropa, mochilas, sábanas o lo que sea necesario para hacer ambiente. Cualquier objeto cotidiano es suficiente para convertir su dormitorio en un tren, una playa o un aula del colegio. Pero claro, es necesario armar la de San Quintín para conseguir la escenografía adecuada... Por eso, hay veces en las que, por muy fascinante que sea ese momento..., es necesario optar por otros planes más lineales, cuya consecuencia inevitable no sea media hora de volver a colocar todo en su sitio. La opción más tentadora, para qué negarlo, es la tele: basta con encenderla para lograr, casi en cuestión de segundos, transformar el jaleo, los juegos, las carreras por la casa... en el más absoluto de los silencios de una forma casi mágica. Súbitamente se apaga el caos y los niños se quedan inmóviles ante la televisión, absortos, atónitos, incapaces de apartar la mirada de ese aparato que es capaz de robarle la inquietud al crío más activo. Así pues, en casa, las mañanas de domingo, acostumbramos a encontrarnos con esa disyuntiva: dejar que jueguen de aquella manera tan idílica pero, a veces, irritante... o ponerles la tele un ratito inofensivo y mantenerlos quietecitos en el sofá para que no desordenen la casa que, la noche anterior, quedó impecable. Pues bien, aunque a menudo es difícil optar por la primera opción, yo he decidido declararle la guerra a la televisión por varias razones: 1. Anula su capacidad de pensar. ¿Por qué darle a un niño un universo paralelo ya creado, imaginado por otros en su lugar, si puede hacerlo por sí mismo? La tele les quita a nuestros hijos la capacidad de imaginar, porque sustituye esa capacidad. 2. Delante de la tele no se cansan. Aunque parezca que ese rato están entretenidos, las energías que tenían que haber quemado las han estado acumulando, por lo que cuando apaguemos la televisión estarán más irritables y más nerviosos porque su cerebro ha estado recibiendo estímulos mientras ellos estaban inactivos. 3. De la misma manera, eso hace que duerman peor. De hecho, la mayoría de los pediatras recomiendan que los niños no vean la televisión antes de acostarse, pues la tv les excita y les costará más irse a la cama y conciliar el sueño. 3. La tv es adictiva: cuanto más se la ponemos, más necesidad tienen de verla. Llega un momento en que asumen la tele como una necesidad, se vuelven incapaces de entretenerse solos. Además, es más fácil negarles la tele una sola vez antes de ponerla que apagarla una vez que la hemos encendido, porque los niños asumen mejor la primera opción que la segunda. Pero también es adictiva para nosotros: cuando descubrimos lo calladitos que están delante de este objeto, es una tentación muy recurrente la de encenderla a la primera que surge la oportunidad. Pero también será mucho más fácil no ponerla si tanto mayores como niños nos acostumbramos a no considerarla una opción como norma general. 4. Las alternativas, aunque sean más incómodas o menos prácticas, son mucho más educativas y saludables. Es mejor, antes de ir a la cama, sacar un montón de cuentos -que luego, obviamente, tendrán que recoger-, que tenerlos atontados delante de la tele. Un cuento leído con los hermanos, con los padres, en un rato de tranquilidad antes de acostarse, les aporta mucho más que unos dibujos, y también el hecho de tener que recogerlo cuando hayan acabado. Eso tampoco significa no ver nunca la televisión o regalársela a un vecino porque ya no vamos a usarla más. Significa, simplemente y como en todo, hacer las cosas con medida, sin pasarnos. Que la tele sea una actividad esporádica para un día de ´emergencia´ en que tenemos que preparar maletas o de fin de semana para ver una peli en familia, es mucho más saludable -tanto a nivel personal como familiar-, que tenerla encendida por sistema cada vez que queremos calma y orden a nuestro alrededor. PD: puestos a elegir ver la tele, a mí me encantan las películas ´antiguas´, como Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Sonrisas y lágrimas... los niños se quedan embobados con ellas, la velocidad de las imágenes es considerablemente inferior y la estética, por lo general, es mucho más agradable que la de dibujos modernos como Dora la exploradora...




Cuatro heridos y una escuela cristiana destrozada por manifestantes anti-Charlie Hebdo en Pakistán

Una escuela cristiana en Pakistán ha sido asaltada por unos 300 estudiantes musulmanes armados con barras de hierro y palos que protestaban contra la publicación de la revista satírica francesa “Charlie Hebdo”, pidiendo que sea cerrada por ser blasfema.

Según ha informado a la Agencia Fides, los agresores saltarón el muro, abrieron las puertas y entraron en la escuela, cometiendo actos de vandalismo y dañando las estructuras. En el ataque, que tuvo lugar el 27 de enero, cuatro estudiantes cristianos resultaron heridos.


El instituto que ha sido atacado es la escuela secundaria masculina “High School Panel”, ubicado en la ciudad de Bannu, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, en el norte de Pakistán. Durante dos días, la escuela ha estado cerrada y el Decano ha decidido tomar medidas de seguridad adicionales.


En una nota enviada a la Agencia Fides, el cristiano Nasir Saeed, director de la Ong “Center for Legal Aid Assistance & Settlement” (CLAAS) declara: “Es muy triste que los radicales islámicos ataquen a los cristianos paquistaníes debido a Charlie Hebdo. Los cristianos se han opuesto y han condenado las caricaturas blasfemas. Es una pena que incluso después de 67 años desde el nacimiento de Pakistán, los cristianos todavía no sean considerados ciudadanos paquistaníes, sino que sean vistos como “aliados occidentales”.


Cada vez que se producen incidentes en los países occidentales, los fieles paquistaníes son atacados. Los cristianos, que ya están viviendo en constante temor por sus vidas, se vuelven aún más vulnerables. Es una tarea de los políticos – dice en la conclusión - crear un ambiente cultural y una sociedad en la que los cristianos y las minorías religiosas se sientan seguras”



Las tres miradas

No porque dediquemos un año a algo o a alguien va a comenzar la historia, pero sí que con este motivo podemos descubrir o profundizar con el asombro de una novedad ese algo o alguien que se nos propone mirar. El Papa Francisco ha querido que en este año miremos a Santa Teresa en particular y a esa vocación cristiana que representa la vida consagrada en general. Ya desde octubre y noviembre estamos en esto.

El próximo día 2 de febrero celebramos la jornada mundial de la vida consagrada. Con este motivo vale la pena que recuperemos en la comunidad cristiana lo que supone en nuestra vida eclesial el regalo de tantos hermanos y hermanas que testimonian el seguimiento del Señor en su consagración a Él y en su servicio a los hombres y mujeres a los que son enviados. Comunidades contemplativas que desde el silencio de sus claustros nos recuerdan que todos hemos de escuchar la Palabra de vida que nunca pasa y adorar la Presencia bendita con la que Dios siempre nos acompaña. Comunidades apostólicas que en todas las encrucijadas saben acercar una buena noticia en la educación de niños y jóvenes, en el compromiso por la justicia y la paz, en el arte y los medios de comunicación, en la atención de enfermos y ancianos, en la solidaridad cristiana junto a los que sufren soledad, incomprensión, persecución o violencia, en la entrega misionera de ir hasta los confines de la tierra para anunciar a Jesús como Salvador.


Hay siempre un nombre de un hombre o una mujer que dieron comienzo a esta historia cristiana: San Benito, San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio… Santa Clara, Santa Teresa, Beata madre Teresa de Calcuta… ¡Cuántos hombres y mujeres recibieron una llamada, se encontraron con Jesús y quedaron prendidos y prendados de alguna palabra del Maestro, de algún gesto suyo salvador! Sus vidas fueron un apasionado testimonio de esa Palabra de la que serían portavoces y de esa Belleza de la que serían portadores. Así fueron naciendo a través del tiempo los distintos caminos religiosos con su espiritualidad, con su acento evangélico, con su compromiso humano y eclesial.


El Papa Francisco ha propuesto una triple mirada a la vida consagrada en este año dedicado a ella. Él retoma una intuición de Juan Pablo II y nos invita a todos a estas tres formas de mirar a la vida consagrada en sus distintos carismas. En primer lugar la mirada al pasado. Se puede uno asomar a la historia que queda atrás sólo con la tristeza melancólica del tiempo que no volverá. Pero la mirada única que vale la pena es la de la gratitud de quien con un corazón agradecido no quiere olvidar. Gracias por los años y los siglos que nos contemplan desde un inmenso ayer.


En segundo lugar la mirada al futuro. Y podría sobrevenirnos un sentimiento de temor ante la incertidumbre de no saber en qué quedará, que sucederá en un mañana que no sabemos muy bien cómo vendrá. Pero la mirada justa del futuro no puede ser otra que la esperanza, esa que nace en quien se sabe acompañado y sostenido por el Señor de la historia que quiere nuestro bien providencial.


Finalmente, la mirada al presente. Hay gente que se debate entre el aburrimiento mediocre y la frustración resentida. Sólo descubre con verdad humilde el presente quien lo mira apasionadamente, descubriendo en él las señales que Dios nos deja para sabernos acompañados y para indicarnos el rumbo del camino.


Agradecer el pasado, acoger el futuro esperanzados y vivir apasionados el momento presente. Es la triple mirada que nos permite entender el regalo que supone para la Iglesia y la humanidad el don de la vida consagrada.



«Los cristianos tibios, sin memoria del primer amor, corren gran peligro, pobrecitos», avisa el Papa

La custodia de la memoria del primer amor y la esperanza en el encuentro con Cristo fueron los dos temas principales de la homilía del Papa Francisco en la Misa de Santa Marta del último viernes de enero, en la que alertó a los fieles del peligro de convertirse en cristianos tibios.

El Obispo de Roma comentó la Epístola a los Hebreos de la liturgia que invita a recordar “aquellos días primeros, cuando, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos”. Para el Papa este es “el día del encuentro con Jesús” que nunca se olvida porque es el día de “una alegría grande”, de “un deseo de hacer cosas grandes”.


“La memoria es muy importante para recordar la gracia recibida, porque si nosotros expulsamos este entusiasmo que viene de la memoria del primer amor, este entusiasmo que viene del primer amor, llega un peligro grande para los cristianos: la tibieza. Los cristianos ´tibios´”.


“Eh, pero están ahí, quietos, y sí, son cristianos, pero perdieron la memoria del primer amor. Y, sí, han perdido el entusiasmo. Además, han perdido la paciencia, ese ´tolerar´ las cosas de la vida con el espíritu de amor de Jesús; aquel ´tolerar´, que ´lleva sobre sus hombros´ las dificultades... Los cristianos tibios, pobrecitos, están en grave peligro”.


Sobre el mismo tema, Francisco puso dos ejemplos. Por un lado, la epístola de San Pedro donde se dice que “el perro vuelve a su vómito”, y por otro que hay personas que en la decisión de seguir el Evangelio han echado de ellos al demonio, pero cuando éste regresa con fuerza, le abren la puerta sin estar en guardia y así el demonio “toma posesión de aquella casa”.


A diferencia, “el cristiano tiene estos dos parámetros: la memoria y la esperanza”.


“Reclamar la memoria para no perder aquella experiencia tan bella como la del primer amor, que alimenta la esperanza. Muchas veces es oscura, la esperanza, pero va hacia adelante. Cree, va, porque sabe que la esperanza no decepciona para encontrar a Jesús. Estos dos parámetros son, precisamente, el marco en el que podemos mantener esta salvación de los justos que viene del Señor”.


Por último, subrayó que es una salvación que va protegida “para que el pequeño grano de mostaza crezca y de su fruto”.


“Dan pena, hacen mal al corazón de muchos cristianos, ¡de muchos cristianos! A mitad de camino, muchos cristianos fracasan en este camino hacia el encuentro con Jesús, partiendo del encuentro con Jesús. Este camino en el que han perdido la memoria del primer amor y no tienen esperanza”.