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vendredi 26 décembre 2014

A la Iglesia le preocupa la familia

La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que el papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos.

Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa.


Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban.


Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación.


Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos.


Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios.


La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José, representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta.



El «espíritu de la Navidad» tiene una base en la psicología humana: ayudar a los demás da felicidad

«En una viñeta publicada recientemente, una nena le contaba a su amiga que, para esta Navidad, les había pedido a sus padres que no le regalaran juguetes sino "espíritu navideño", y que sus padres quedaron desconcertados, sin entender ni saber qué hacer. El mensaje me pareció muy agudo y ciertamente nos plantea la pregunta: ¿qué es el espíritu navideño?». El entonces cardenal Jorge M. Bergoglio comenzaba así en 2011 un artículo publicado en «La Nación» titulado «El espíritu de la Navidad ».

El hoy Papa Francisco mencionaba los cuentos de Andersen, Tillich, Lenz, Böll, Dickens, Gorki, Hamsun, Hesse, Mann y tantos otros que se aproximaron a él aunque «con todo, no resultan suficientes», decía, antes de recordar el relato bíblico del nacimiento de Jesús en Belén.


La tradición cristiana está en el origen de las fiestas, pero «el riquísimo poso de cultura y arte que han generado en tantos campos, y los valores profundamente humanos que conllevan los hechos que se narran, sumados a la espiritualidad ya citada, han dado como resultado unas tradiciones y ceremonias que celebradas con sentido adecuado han elevado al hombre sobre su propia condición, extrayendo de él lo mejor de sí mismo», señala el historiador burgalés Francisco José Gómez.


Solo así se explican, a su juicio, episodios históricos como la Tregua de Navidad de hace un siglo. «No es coincidencia que 25 de diciembre del año 1914, en plena guerra mundial, en varios puntos del frente, soldados de ambos bandos, imbuidos de espíritu navideño, decidiesen espontáneamente no combatir, saliendo de las trincheras, intercambiando saludos y regalos con su enemigo, cantando villancicos al unísono, enterrando conjuntamente a los muertos e incluso jugando en partidos de fútbol», asegura el autor de la «Breve historia de la Navidad» para quien «la Navidad y su sentido pudieron frenar la primera gran matanza de la Historia».


La psicóloga Silvia Álava matiza que «no existe el espíritu navideño como algo científicamente comprobado», pero sí constata que «por la tradición de la fiesta cristiana» ese anhelo de paz y de ayudar al prójimo en estos días «está socialmente establecido».


Nostalgia y solidaridad

«Ya no hace falta que seas especialmente religioso. Hemos conseguido que el espíritu de ayuda a los demás haya trascendido al aspecto religioso», sostiene.


Para Álava Sordo este espíritu beneficia tanto al que da como al que recibe. «Está estudiado científicamente que cuando hacemos cosas por los demás, nosotros también nos sentimos mejor, contribuye a nuestra felicidad», señala citando las investigaciones de Sonja Liubomirsky, profesora de Psicología de la Universidad de California (Riverside).


La Navidad es también un tiempo en el que la nostalgia se dispara. «Es normal», asegura la psicóloga, «porque son muy familiares», pero «hay que intentar focalizar las fiestas en los que sí están». Se recuerdan las navidades de la infancia porque para un niño «es una época mágica, llena de estímulos (luces, belenes, árboles...), vienen Papá Noel o los Reyes Magos, se reúne la familia... para los niños son especialmente divertidas».


«Es muy importante cuidar que los niños tengan ese buen recuerdo», continúa Álava, y transmitir los valores a las nuevas generaciones, siendo su modelo. «Que vean cómo los mayores hacen cosas por los demás» como llevar juguetes, ropa o comida a la parroquia o la ONG y colaborar en comedores sociales, la operación kilo o el Banco de Alimentos «no para aparentar o para ser admirados, sino para que aprendan».


Las Navidades de hoy «son muy consumistas, es verdad -admite la psicóloga- pero también tienen ese aspecto positivo que habría que mantener todo el año».