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vendredi 24 octobre 2014

Estimados obispos: Las parejas que conviven se preparan para el divorcio

Respecto de la relación final del Sínodo, se ha discutido mucho sobre tres párrafos –52 y 53, sobre la comunión a algunas categorías de divorciados vueltos a casar, y 55, sobre el modo de acoger a las personas homosexuales– que, no habiendo sido votados por los dos tercios de los padres sinodales, de acuerdo al articulo 26 punto 1 del reglamento del Sínodo reformado por Benedicto XVI en el 2006, no pueden ser consideradas como expresiones oficiales de la reunión sinodal.

Ha llamado menos la atención el hecho de que hay un párrafo que ha alcanzado la citada mayoría solo por un pelo, y ha pasado por sólo dos votos. Es el párrafo 41, que invita a “recoger los elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y, hechas las diferencias correspondientes, en la convivencia”.


Desde el momento que todos somos invitados por el Papa a reflexionar y a contribuir en vista del Sínodo de 2015, podemos ciertamente decir que la expresión se presta a equívocos. No es menos cierto que los documentos deben ser leídos en su integridad. El párrafo 41 debe ser leído junto al párrafo 27, que invita a “prestar atención a la realidad de los matrimonios entre hombre y mujer, a los matrimonios tradicionales y, hechas las diferencias correspondientes, también a la convivencia.


Cuando la unión alcanza una notable estabilidad a través de un vínculo público, es caracterizada por una afecto profundo, por la responsabilidad respecto a la prole, por la capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión de acompañar en el desarrollo hacia el sacramento del matrimonio. En muchos casos, por el contrario, la convivencia se establece no en vista de un posible futuro matrimonio, sino sin ninguna intención de establecer una relación institucional”.


Aparece con claridad –aunque todavía quede el carácter ambiguo del n.41– que el hecho que algunos estén casados civilmente o convivan desde hace años con “notable estabilidad” y “vínculo público”, educando bien a los hijos, tiene su propio valor respecto a quien simplemente pasa sin estabilidad de una relación a otra o convive sin alguna intención “institucional” de estabilidad, por lo tanto la Iglesia considera este elemento “como una ocasión para acompañar en el desarrollo hacia el sacramento del matrimonio” y no para dejar las cosas como están.


Dejo con todo gusto a los teólogos moralistas la tarea de precisar las cosas, explicar que es el párrafo 27 el que interpreta el 41 y no al revés, y tal vez encontrar formulaciones más claras que eviten, como ha sido dicho en el Sínodo, cambiar la “ley de la gradualidad” por una indebida “gradualidad de la ley”. Pero no soy un teólogo, el espectáculo donde cualquier periodista de La Repubblica o de otros periodistas se reinventa como especialista de teología me parece un poco ridículo y quisiera dar mi contribución hablando de cosas en las que soy experto, es decir de sociología.


Empiezo por la controvertida afirmación del número 41 según la cual en los matrimonios civiles y, en menor medida también en las convivencias estables y llevadas adelante por muchos años, hay “elementos positivos”. Leyendo juntos los números 27 y 41, parece ser que los padres sinodales en su mayoría, piensan que estas formas de unión tendrán peores resultados que el matrimonio sacramental –por lo que las personas que los practican son invitadas, si tienen los requisitos y si creen, a casarse por la Iglesia– pero tienen mejores resultados que la simple convivencia efímera e inestable.


La sociología parte siempre de los números. Mi maestro y amigo Rodney Stark me ha repetido muchas veces que en sociología “el que no cuenta no cuenta”, es decir el que no cuenta los números y las cantidades cuenta poco entre los sociólogos serios. ¿Qué cosa nos dicen los números en materia de matrimonio civil y de convivencias?


Sobre todo, una obviedad. El matrimonio religioso dura más, con menos divorcios, y tiene más hijos que el matrimonio civil. Hay estadísticas también en otros países, pero en Italia la alternativa entre matrimonio en la Iglesia y en común es particularmente clara a causa de la situación legislativa. Basta leer los estudios del demógrafo Roberto Volpi para encontrar numerosas datos relativos a la mayor permanencia en el tiempo, resistencia al divorcio y fecundidad del matrimonio religioso respecto al civil.


Tratemos ahora de comparar el matrimonio –religioso o civil– y la convivencia. Aquí los opositores del matrimonio citan con frecuencia estudios marginales o referidos a campeones limitados, sin darse cuenta que existe una gigantesca fuente de datos demográficos, en los Estados Unidos, donde el U.S. Census Bureau recoge estadísticas detalladas sobre matrimonios e hijos desde hace más de cien años.


De estos datos resulta en modo inequívoco que las mujeres no casadas tienen una tasa de fecundidad más baja respecto a las mujeres casadas. Lo dicen los números, y no hay ideología que logre cambiarlos. Para limitarnos a los datos más recientes, el censo americano del 2008 resalta cómo el porcentaje de mujeres sin siquiera un hijo era de 77,2% entre las no casadas y del 18,8% entre las casadas (n.d.tdr: léase civil o religioso). El número medio de hijos por cada grupo de mil mujeres casadas era de 1784, por cada grupo de mil mujeres no casadas de 439. Los nacimientos medios al año sobre mil mujeres casadas eran 83,6, sobre mil mujeres no casadas de la misma categoría de edad 41,5.


Y el dato estadístico no es tan sorpresivo. Tener un hijo no es un simple hecho biológico. Sin proyecciones de estabilidad y seguridad para criarlo y educarlo, es más difícil que una mujer decida hoy comenzar esta aventura, y eventualmente resista a las sirenas del aborto. Desde el momento que el problema demográfico es el más grave problema cultural, económico y social de Occidente, se puede concluir que el matrimonio es un estado demográficamente preferible a toda forma de no-matrimonio.


Pero ¿qué decir de la convivencia “estables”? De los mismos datos estadounidenses, y de aquellos de otros países –pero en modo menos unívoco– se recoge que, en línea general pero no en todos lados y no siempre, las mujeres que viven en convivencia proyectadas por un cierto número de años son menos fecundas de aquellas casadas (hablamos obviamente de fecundidad social y no biológica), pero más fecundas que aquellas sexualmente activas que no están comprometidas en una convivencia regular.


Si prestamos atención a la demografía –que es un parámetro sociológico no secundario, sino fundamental– el Sínodo tiene sus razones. Las convivencias son más fecundas que los vínculos efímeros, pero menos que los matrimonios. Los matrimonios civiles son más fecundos que las convivencias, pero menos que los matrimonios religiosos.


Existe, por lo tanto, un “aspecto positivo” demográfico –insisto, como sociólogo no me ocupo aquí de problemas morales– en los matrimonios civiles, y en menor medida en las convivencias estables, respecto a una actividad sexual regular pero fuera de relaciones estables de convivencia.


Pero, atención. Hasta aquí hemos hablado de convivencias estables y proyectadas en el tiempo, es decir de parejas que viven la convivencia como alternativa al matrimonio. Totalmente diferente es la cuestión de la convivencia llamada prematrimonial, es decir aquel porcentaje de jóvenes –que en algunos estados de los Estados Unidos y que también en algunas regiones italianas aparece como mayoría– que “prueba cómo es” convivir antes del matrimonio.


Estos jóvenes no están practicando una alternativa al matrimonio, al que se declaran contrarios, a diferencias de las “viejas” y estables parejas de convivientes. No es necesario ser sociólogos para conocer jóvenes que nos cuentan que “para evitar divorciarse después” prefieren probar a convivir primero. Lo cuentan también a los sacerdotes en los cursos prematrimoniales, ya en muchas parroquias frecuentadas en su mayoría por convivientes. Es necesario ser sociólogo para responder por qué se equivocan estos jóvenes.


Si hay un dato cierto, que muestran los estudios sociológicos constantemente al menos desde hace veinticinco años, es que la convivencia antes del matrimonio no hace disminuir los riesgos del divorcio sino que los aumenta. El texto base es un famoso estudio de David E. Bloom publicado en la «American Sociological Review» en 1988.


Bloom conocía las objeciones relativas a la popularidad del matrimonio (en ese tiempo) en los Estados Unidos respecto a la más “avanzada” Europa del Norte y analizó principalmente los datos de un país en este sentido fuera de toda sospecha, Suecia.


Concluyó que las parejas que llegan al matrimonio después de haber convivido tenían una tasa de divorcio superior al ochenta por ciento respecto a las parejas que no habían convivido. Alguien podría pensar que el problema era que estos jóvenes suecos habían convivido por un tiempo insuficiente para conocerse a fondo. Por el contrario, respondía Bloom: entrando en el campeón de las parejas que habían convivido, quien había convivido por tres años y más de una vez casado, mostraba una tasa de divorcio superior al cincuenta por ciento respecto a quien había convivido por periodos más breves.


Como los datos de Bloom chocaban con la opinión común, muchos investigadores han buscado desacreditarlo repitiendo su análisis decenas de veces con campeones de diversos tipos. Con muy pocas excepciones -a su vez criticadas y criticables sobre el plano metodológico– las investigaciones no han desmentido sino confirmado los resultados de Bloom. Con una distancia de veinticinco años el dato aparece como confirmado.


La mayoría de los sociólogos no se pregunta más “si” la convivencia prematrimonial haga el sucesivo matrimonio más expuesto al divorcio –la respuesta positiva ya es evidente– sino “por qué” sucede esto. Aquí los sociólogos a su vez podrían aprender del Sínodo, es decir de aquella amplia parte de la relación final de la que nadie habla, porque no enfrenta temas “calientes” que llaman la atención a los periodistas sino que celebran la belleza del compromiso matrimonial indisoluble. Quien no se habitúa ya desde antes del matrimonio a respetar las reglas y a resistir a tentaciones no lo hará tampoco después en el matrimonio, por lo tanto quien no resiste a la tentación de convivir hoy no resistirá a la tentación de divorciarse mañana.


Los sociólogos, a menos que sean sacerdotes (a veces pasa), no confiesan a nadie. No me corresponde a mi evaluar el grado de responsabilidad de los jóvenes que conviven antes del matrimonio y las complejas razones por lo que toman esta decisión.


Sin embargo, es no solamente un derecho sino un deber de quien se ocupa de ciencias sociales explicar a los jóvenes que eligen la convivencia –y eventualmente, con todo el respeto, también a algún padre sinodal que no lo sepa– que la convivencia prematrimonial no es un antídoto al sucesivo divorcio sino que lo prepara.


© Aci



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Francisco, contra la pena de muerte, la cadena perpetua y «la corrupción, mal mayor que el pecado»

El Papa Francisco dirigió este jueves un discurso a una delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal en la que condenó las ejecuciones extrajudiciales y la pena de muerte -medida incluso usada por regímenes totalitarios para suprimir a la disidencia y perseguir a las minorías-, y afirmó que el respeto a la dignidad humana debe ser el límite a cualquier arbitrariedad y exceso por parte de los agentes del Estado.

En su discurso el Santo Padre reafirmó la condena absoluta de la pena de muerte, que para un cristiano es inadmisible; así como las llamadas ´´ejecuciones extrajudiciales´´, es decir los homicidios cometidos deliberadamente por algunos estados o sus agentes y presentados como consecuencia indeseada del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para aplicar la ley.


Francisco señaló que los argumentos contra la pena de muerte son conocidos. La Iglesia –indicó-, ha mencionado algunos, como la posibilidad del error judicial y el uso que le dan los regímenes totalitarios como ´´instrumento de supresión de la disidencia política o de persecución de las minorías religiosas o culturales´´.


Asimismo, se expresó contra la cadena perpetua por ser “una sentencia de muerte escondida”.


El Santo Padre también condenó la tortura y advirtió que la misma doctrina penal tiene una importante responsabilidad en esto por haber permitido, en ciertos casos, la legitimación de la tortura en determinadas condiciones, abriendo el camino para abusos posteriores.


En su discurso, Francisco también exhortó a los juristas a adoptar instrumentos legales y políticos que no caigan en la lógica del ´´chivo expiatorio´´, condenando al sacrificio a personas acusadas injustamente de las desgracias que afectan a una comunidad.


Además abordó la situación de los presos sin condena y los condenados sin juicio. Señaló que la prisión preventiva, cuando se usa de forma abusiva, constituye otra forma contemporánea de pena ilícita oculta, más allá de la legalidad.


También se refirió a las condiciones deplorables de los penitenciarios en buena parte del planeta. Dijo que aunque a veces se debe a la carencia de infraestructuras, otras son el resultado del ´´ejercicio arbitrario y despiadado del poder sobre las personas privadas de libertad´´.


Francisco no olvidó la aplicación de sanciones penales a los niños y ancianos condenando su uso en ambos casos.


Además condenó la trata de personas y la esclavitud, ´´reconocida como crimen contra la humanidad y crimen de guerra tanto por el derecho internacional como en tantas legislaciones nacionales´´.


El Papa también se refirió a la pobreza absoluta que sufren mil millones de personas y la corrupción. ´´La escandalosa concentración de la riqueza global es posible a causa de la connivencia de los responsables de la cosa pública con los poderes fuertes. La corrupción, es en sí misma un proceso de muerte... y un mal más grande que el pecado. Un mal que más que perdonar hay que curar´´, advirtió.


´´La cautela en la aplicación de la pena debe ser el principio regidor de los sistemas penales... y el respeto de la dignidad humana no sólo debe actuar como límite de la arbitrariedad y los excesos de los agentes del Estado, sino como criterio de orientación para perseguir y reprimir las conductas que representan los ataques más graves a la dignidad e integridad de la persona´´, concluyó.



Benedicto XVI: No evangelizamos para ganar fieles, sino para transmitir la alegría que nos han dado

Por primera vez después de su renuncia a la Sede de Pedro, el Papa emérito Benedicto XVI ha hecho público un mensaje. Lo ha enviado a la Pontificia Universidad Urbaniana, que este miércoles inauguró su recién restaurada aula magna, a la que se le ha puesto el nombre del Papa alemán.

El mensaje del Santo Padre emérito fue leído por monseñor Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia, presente en la inauguración.


El mensaje de Benedicto XVI recuerda que «no anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, ni mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada».


La definición de la Iglesia como católica nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo ya no comprende un solo pueblo o una sola cultura, «sino que desde el inicio estaba destinada a la humanidad». Desde entonces, la Iglesia ha crecido en todos los continentes, como mostraban los rostros de los estudiantes reunidos en el aula.


Sin embargo, hoy surge la pregunta de si «de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad. ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo?» Este modo de pensar presupone, la mayoría de las veces, que «las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad». Esta renuncia a la verdad «parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe».


Sin embargo, los cristianos «estamos convencidos que, en el silencio», las demás religiones «esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia». El cristianismo, «por un lado mira con gran respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia historia religiosa».


Otro argumento «más simple» del Papa emérito a favor de la labor misionera de la Iglesia es que «la alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta».


Mensaje íntegro de Benedicto XVI


Quisiera en primer lugar expresar mi cordial agradecimiento al Rector Magnífico y a las autoridades académicas de la Pontificia Universidad Urbaniana, a los oficiales mayores, y a los representantes de los estudiantes por su propuesta de titular en mi nombre el Aula Magna reestructurada. Quisiera agradecer de modo particular al Gran Canciller de la Universidad, el Cardenal Fernando Filoni, por haber acogido esta iniciativa. Es motivo de gran alegría para mí poder estar siempre así presente en el trabajo de la Pontificia Universidad Urbaniana.


En el curso de las diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, siempre me ha impresionado la atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se preparan para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo interiormente ante mí, en este aula, una comunidad formada por muchos jóvenes que nos hacen percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia Católica.


Católica: Esta definición de la Iglesia, que pertenece a la profesión de fe desde los tiempos antiguos, lleva consigo algo del Pentecostés. Nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o a una sola cultura, sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las ultimas palabras que Jesús dice a sus discípulos fueron: Id y haced discípulos a todos los pueblos. Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en todas las lenguas, manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la amplitud de su fe.


Desde entonces la Iglesia ha crecido realmente en todos los continentes. Vuestra presencia, queridos estudiantes, refleja el rostro universal de la Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino mesiánico que habría ido de mar a mar y sería un reino de paz. Y en efecto, allá donde es celebrada la Eucaristía y los hombres, a partir del Señor, se convierten entre ellos un solo cuerpo, se hace presente algo de aquella paz que Jesucristo había prometido dar a sus discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed cooperadores de esta paz que, en un mundo rasgado y violento, hace cada vez más urgente edificar y custodiar. Por eso es tan importante el trabajo de vuestra universidad, en la cual queréis aprender a conocer más de cerca de Jesucristo para poder convertiros en sus testigos.


El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II, retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la Iglesia de hoy.


¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia ¿de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo? La contra-pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que religión sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe.


En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el fondo intercambiables, capaces de posponer solo de lejos al inaccesible misterio divino.


Queridos amigos, veis que la cuestión de la misión nos pone no solamente frente a las preguntas fundamentales de la fe, sino también frente a la pregunta de qué es el hombre. En el ámbito de un breve saludo, evidentemente no puedo intentar analizar de modo exhaustivo esta problemática que hoy se refiere a todos nosotros. Quisiera al menos hacer mención a la dirección que debería invocar nuestro pensamiento. Lo hago desde dos puntos de partida.


PRIMER PUNTO DE PARTIDA


1. La opinión común es que las religiones estén por así decirlo, una junto a otra, como los continentes y los países en el mapa geográfico. Todavía esto no es exacto. Las religiones están en movimiento a nivel histórico, así como están en movimiento los pueblos y las culturas. Existen religiones que esperan. Las religiones tribales son de este tipo: tienen su momento histórico y todavía están esperando un encuentro mayor que les lleve a la plenitud.


Nosotros como cristianos, estamos convencidos que, en el silencio, estas esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia. Es, en cambio, el ingreso en algo más grande, hacia el que están en camino. Por eso, este encuentro es siempre, al mismo tiempo, purificación y maduración. Por otro lado, el encuentro es siempre recíproco. Cristo espera su historia, su sabiduría, su visión de las cosas.


Hoy vemos cada vez más nítido otro aspecto: mientras en los países de su gran historia, el cristianismo se convirtió en algo cansado y algunas ramas del gran árbol nacido del grano de mostaza del Evangelio se secan y caen a la tierra, del encuentro con Cristo de las religiones en espera brota nueva vida. Donde antes solo había cansancio, se manifiestan y llevan alegría las nuevas dimensiones de la fe.


2. La religiones en sí mismas no son un fenómeno unitario. En ellas siempre van distintas dimensiones. Por un lado está la grandeza del sobresalir, más allá del mundo, hacia Dios eterno. Pero por otro lado, en esta se encuentran elementos surgidos de la historia de los hombres y de la práctica de las religiones. Donde pueden volver sin lugar a dudas cosas hermosas y nobles, pero también bajas y destructivas, allí donde el egoísmo del hombre se ha apoderado de la religión y, en lugar de estar en apertura, la ha transformado en un encerrarse en el propio espacio.


Por eso, la religión nunca es un simple fenómeno solo positivo o solo negativo: en ella los dos aspectos se mezclan. En sus inicios, la misión cristina percibió de modo muy fuerte sobretodo los elementos negativos de las religiones paganas que encontró. Por esta razón, el anuncio cristiano fue en un primer momento estrechamente critico con las religiones. Solo superando sus tradiciones que en parte consideraba también demoníacas, la fe pudo desarrollar su fuerza renovadora. En base a elementos de este tipo, el teólogo evangélico Karl Barth puso en contraposición religión y fe, juzgando la primera en modo absolutamente negativo como comportamiento arbitrario del hombre que trata, a partir de sí mismo, de apoderarse de Dios. Dietrich Bonhoeffer retomó esta impostación pronunciándose a favor de un cristianismo sin religión. Se trata sin duda de una visión unilateral que no puede aceptarse. Y todavía es correcto afirmar que cada religión, para permanecer en el sitio debido, al mismo tiempo debe también ser siempre crítica de la religión. Claramente esto vale, desde sus orígenes y en base a su naturaleza, para la fe cristiana, que, por un lado mira con gran respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia historia religiosa.


Para nosotros los cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que nos ayuda a distinguir entre la naturaleza de las religiones y su distorsión.


3. En nuestro tiempo se hace cada vez más fuerte la voz de los que quieren convencernos de que la religión como tal está superada. Solo la razón crítica debería orientar el actuar del hombre. Detrás de símiles concepciones está la convicción de que con el pensamiento positivista la razón en toda su pureza se ha apoderado del dominio. En realidad, también este modo de pensar y de vivir está históricamente condicionado y ligado a determinadas culturas históricas. Considerarlo como el único válido disminuiría al hombre, sustrayéndole dimensiones esenciales de su existencia. El hombre se hace más pequeño, no más grande, cuando no hay espacio para un ethos que, en base a su naturaleza auténtica retorna más allá del pragmatismo, cuando no hay espacio para la mirada dirigida a Dios. El lugar de la razón positivista está en los grandes campos de acción de la técnica y de la economía, y todavía esta no llega a todo lo humano. Así, nos toca a nosotros que creamos abrir de nuevo las puertas que, más allá de la mera técnica y el puro pragmatismo, conducen a toda la grandeza de nuestra existencia, al encuentro con Dios vivo.


SEGUNDO PUNTO DE PARTIDA


1. Estas reflexiones, quizá un poco difíciles, deberían mostrar que hoy, en un modo profundamente mutuo, sigue siendo razonable el deber de comunicar a los otros el Evangelio de Jesucristo.


Todavía hay un segundo modo, más simple, para justificar hoy esta tarea. La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta.


Cuando Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». Y Felipe, al cual se le donó el mismo encuentro, no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a aquél sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada.


Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría.


2. Forma parte de la naturaleza de la religión la profunda tensión entre la ofrenda mística de Dios, en la que se nos entrega totalmente a Él, y la responsabilidad para el prójimo y para el mundo por Él creado. Marta y María son siempre inseparables, también si, de vez en cuando, el acento puede recaer sobre la una o la otra. El punto de encuentro entre los dos polos es el amor con el cual tocamos al mismo tiempo a Dios y a sus Criaturas. ‘Hemos conocido y creído al amor’: esta frase expresa la auténtica naturaleza del cristianismo. El amor, que se realiza y se refleja de muchas maneras en los santos de todos los tiempos, es la auténtica prueba de la verdad del cristianismo.


Traducción realizada por Aci



¿La castidad ya no es una virtud? Reflexiones sobre el Sínodo

Pienso que no sólo los Padres sinodales, sino también todos los católicos y las personas de buena voluntad han vivido con mucho sufrimiento interior el dilema debatido en el Sínodo entre ser fieles a la palabra de Cristo sobre el matrimonio y, al mismo tiempo, salir al encuentro de tantas situaciones llenas de fragilidad, de fracaso, de crisis de la familia. Esta laceración interior, ciertamente presente en todos los Padres sinodales y en todos los otros participantes (parejas, religiosos y observadores de otras confesiones), impide clasificar de manera simplista las distintas posiciones contraponiendo los "conservadores" a los "abiertos", los "rígidos" a los "misericordiosos".

También la relación-síntesis de la primera semana, hecha por el cardenal Erdő, reflejaba esta laceración e indicaba los posibles caminos para afrontar los problemas de la familia, manteniendo firme la doctrina. Son muchas las cosas positivas presentes en esta relación, pero otras dejan un sentimiento de incomodidad. Entre las positivas hay que subrayar la actitud de fondo que hay que asumir frente a la crisis de la institución familiar, que es la de presentar "el Evangelio de la familia", es decir, toda la belleza del matrimonio y de la familia cristiana, testimoniada por muchos esposos y muchas familias. Esta “belleza”, fruto de la gracia, pasa ciertamente por el camino de la cruz, hasta el heroísmo del amor oblativo. La relación del cardenal Erdő tocaba también otras muchas situaciones que están más o menos directamente vinculadas a la familia, a saber: la cohabitación (y, por consiguiente, las relaciones prematrimoniales), las uniones de hecho, los matrimonios civiles entre bautizados y la cuestión homosexual.


Ahora bien, nos preguntamos: en lugar de plantear soluciones ambiguas, que lo único que hacen es desorientar a los fieles, ¿por qué no se ha dedicado ni una sola palabra a la "belleza de la castidad" como valor auténticamente humano y cristiano? ¿Tal vez sea porque la castidad ya no es una virtud? ¿O es que la Iglesia ya no tiene la valentía de indicar a los jóvenes, a los prometidos y también a las parejas casadas, el valor de la castidad y de la virginidad por el Reino de Dios? ¿No sería este el verdadero mensaje profético para nuestro tiempo?


Después de todo, los primeros cristianos, que vivían inmersos en un mundo corrompido bajo todos los puntos de vista, se presentaron proclamando, por una parte, la belleza del matrimonio cristiano, monógamo e indisoluble, signo de la unión de Cristo con la Iglesia y, por la otra, proponiendo la superior belleza de la virginidad, abrazada por causa de Cristo y del Evangelio. ¿Acaso Jesús no era virgen? Y la Madre de Jesús, María, ¿no ha sido proclamada desde el principio "siempre virgen"? Ciertamente, los tiempos modernos exigen una presentación adecuada a las problemáticas actuales. Pero, ¿es posible que no existan hoy teólogos, pastores, médicos, sociólogos que sepan ilustrar la belleza de la castidad como valor humano y, sobre todo, la virginidad por el Reino? Este sería el trabajo que hay que hacer y esperemos que se haga en el año de la vida consagrada (noviembre 2014-2015).


Es desconcertante y preocupante que el Sínodo haya ignorado totalmente este aspecto. Si la Iglesia ya no sabe proponer integralmente el mensaje evangélico sobre la sexualidad, entonces significa que la mentalidad del mundo ha entrado también en la Iglesia. Y queriendo ir un poco al fondo de la cuestión, hay un motivo para esta ofuscación, que ha ocurrido en el momento en que se han querido nivelar todas las vocaciones, todos los carismas, diciendo que la elección de la virginidad por el Reino no es "mejor" que la elección matrimonial. ¿No dice Pablo que hay que "aspirar a los carismas más grandes" (1Cor 12,13)? ¿Y acaso no dice que quien se casa "hace bien", pero que quien no se casa para ser todo él del Señor "hace mejor” (cfr. 1Cor 7,32-38)? ¿Y no ha sido siempre esta la posición de la Iglesia católica en sus dos mil años de historia? ¿O acaso Dios no es libre de dar sus dones y de ofrecer a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno solo? Después, le tocará a cada uno hacer fructificar al máximo el don recibido, y sobre esto el Señor valorará la santidad de la persona.


Volviendo al Sínodo, debería estar claro que la crisis de la familia está causada también por la crisis de la moral sexual. Ahora bien, en lugar de rociar con un poco de agua santa situaciones objetivas de pecado (y se ha observado que en la relación-síntesis falta precisamente este concepto), ¿por qué no plantear, también respecto a la sexualidad, esa propuesta positiva que se quiere hacer para la familia? En otras palabras, hay dos "bellezas" evangélicas que hay que presentar: la "belleza de la familia", escuela de oblación, de fecundidad y de comunión y la "belleza de la castidad", escuela de autodisciplina y de elevación del amor humano y cristiano.


Si la reflexión sobre la familia que proseguirá con el Sínodo ordinario del año que viene se reduce a copiar a los ortodoxos en lo que atañe a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; a los protestantes en su consideración del Evangelio como un ideal, dejando a las conciencias de los individuos la decisión en situaciones concretas; a los anglicanos en su comprensión de la sinodalidad como un modo de resolver las cuestiones a fuerza de mayorías, entonces no se entiende dónde está esa "creatividad" sobre la que el Papa Francisco ha insistido.



Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.


Traducción de Henela Faccia Serrano.