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lundi 13 octobre 2014

Deja que te quiera, dice el Señor

Antes de confirmar a San Pedro en su misión de pastorear a la Iglesia, Jesús le pregunta por tres veces: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que éstos?” (Jn 21,15-17). Este texto lo relaciono con uno de los escritos espirituales que más impresión me han hecho, una carta que la beata Isabel de la Trinidad, monja carmelita casi de la misma época que Santa Teresita del Niño Jesús, escribió a su Superiora para que la leyese después de su muerte. Dice así: “’Vos sois amada extraordinariamente’, amada con el amor de preferencia que tuvo el Maestro en la tierra hacia algunos y que los llevó tan lejos. Él no os dice como a Pedro: ‘¿Me amas más que éstos?’. Madre, escuche lo que le dice: ‘¡Déjate amar más que éstos!’, es decir sin temer que algún obstáculo sea obstáculo, porque yo soy libre para derramar mi amor en quien me place. ‘Déjate amar más que éstos’, ésa es tu vocación, y siendo fiel a ella me harás feliz, porque engrandecerás el poder de mi amor. Este amor sabrá rehacer lo que hubieres deshecho. ‘Déjate amar más que éstos’… Creed a su ‘mensajero’ y leed estas líneas como venidas de Él”.

Cada vez que leo este párrafo no puedo por menos de pensar las pocas veces que somos conscientes del inmenso amor que Dios nos tiene: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3,16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados”(1 Jn 4,10).


Este texto nos enseña una cosa: que Dios nos quiere profundamente. Lo cual lleva consigo una contrapregunta. ¿Y yo a Dios le quiero? Recuerdo que fue un interrogante que me hice hace algún tiempo y a la que no me fue demasiado difícil contestar: “Le quiero, pero más bien poco”. Con lo cual llegué a la conclusión que tenía que pedirle dos gracias: la primera que me concediese la gracia de quererle y la segunda, que me concediese la gracia de saber aprovechar la gracia anterior.


Ciertamente Jesús nos enseñó que tenemos que responder al amor de Dios cumpliendo su voluntad y llevando una vida moral. Pero Jesús ha venido principalmente como nuestro Redentor y su misión primaria ha sido convertir a los hombres en hijos adoptivos de Dios, como nos dice San Pablo (cf. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef 1,5), hijos que tienen en Él una vida nueva, consistiendo la filiación divina sobre todo en participar del amor existente entre las personas divinas. El cristiano está cierto del cariño y de la fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades e incongruencias, y vive con la esperanza en el triunfo final de Dios. Con esta filiación divina se realiza el misterio de nuestra divinización, consecuencia del amor divino infinito y con el que la dignidad humana alcanza su máximo grado.


Todo esto está muy bien y nos lo creemos sinceramente. ¿Pero intentamos llevarlo a la práctica? Está claro que necesitamos rezar: ¿pero lo hacemos? Cuando Él intenta penetrar en nuestros corazones ¿tiene vía libre o se tropieza con el muro de nuestra indiferencia o de nuestro rechazo? Pidamos simplemente al Señor que nos dejemos amar por Él y tenga así vía libre para que pueda actuar en el mundo a través nuestro.


Pedro Trevijano



He committed zina with her, then he repented, and he is afraid that she may harm the baby; what should he do? - islamqa.info

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Liberan a los cristianos detenidos con fray Jallouf: islamistas le acusan de apoyar al régimen sirio

En la mañana del domingo 12 de octubre fueron liberados los cinco cristianos sirios del Valle de Oronte que permanecían en prisión por orden del Tribunal Islámico de Darkush, después de haber sido detenidos por una brigada de yihadistas con el párroco de Knayeh, el padre franciscano Hanna Jallouf, junto con otros feligreses en la noche entre el domingo 5 y el lunes 6 de octubre.

Así lo informan a la Agencia Fides fuentes locales, que también describen el alivio expresado por las comunidades cristianas del Valle por la liberación de los cinco hombres, todos ellos conocidos por su participación en las actividades de los monasterios franciscanos en los pueblos de Knayeh y Yacoubieh.


El francescano p. Hanna y una veintena de los católicos de la zona - entre ellos cuatro mujeres - fueron tomados por disposición de la Corte Islámica.


En los días posteriores las mujeres fueron liberadas, después el sacerdote y otros detenidos.


El Tribunal islámico ha acordado someter a proceso al padre Hanna, acusado de “colaborar” con el régimen sirio, pero no se han dado detalles sobre el calendario de dichos juicios.


A la espera de juicio, p. Hanna no puede salir de la aldea de Knayeh. Al mismo Tribunal Islámico el p. Hanna Jallouf había apelado días antes del asalto de la milicia a la parroquia, para denunciar el creciente hostigamiento sufrido por el convento por parte de islamistas armados.


En Knayeh todavía viven 300 cristianos y el padre Hanna continúa su servicio pastoral para ellos, a pesar de las condiciones de libertad limitada en que se encuentra.


En el pueblo funciona un centro de ayuda parroquial, que es el único apoyo material para la población, cristiana o no cristiana, del valle de Oronte.


El centro de ayuda es una de las actividades sostenidas en Siria desde 2011 por ATS, la ONG de la Custodia de Tierra Santa.


“Las ayudas nunca son en dinero”, dice a Terrasanta.net Tomas Saltini, responsable de Ats, “sino que son alimentos (paquetes de alimentos y comidas ya preparadas), ropa y medicinas.


Por desgracia - añade Saltini - no podemos cubrir todas las necesidades de la gente. Cada centro gasta de diez mil a veinte mil dólares al mes en concepto de ayudas, con lo que llega a cubrir sólo una parte de las peticiones”.


En 2013, ATS ha ayudado a los pobres de Siria, tanto cristianos como musulmanes por igual, con ayudas por un valor de 427.000 dólares (además de otras subvenciones, por 110.000 dólares, concedidas a los refugiados y necesitados en el Líbano y Jordania).



Los obispos de El Salvador piden que la Iglesia declare a San José patrono universal de la familia

El Presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador, el arzobispo José Luis Escobar Alas, ha propuesto oficialmente que se nombre patrono universal de la familia a San José, el fiel y casto esposo de la Virgen María.

“Quiera Dios que tengamos esta gracia puesto que es modelo de esposo, de padre, y tutor de los jóvenes. Pero también debemos considerarle en este momento un defensor de los derechos de la mujer y de los niños. Él protegió a la Sagrada Familia y al Divino Niño en la emigración a Egipto, y constantemente. Y déjeme decirle algo más, San José sigue cuidando a cada una de nuestras familias”, explicó Mons. Escobar en declaraciones a Radio Vaticana.


El Arzobispo de San Salvador hizo esta aportación también durante su intervención en el Sínodo Extraordinario de los Obispos para la familia, que se celebra en el Vaticano del 5 hasta el 19 de octubre.


“Sin duda alguna el amor a San José está en toda la Iglesia, él es el patrono universal de la Iglesia. También es el patrono de los obreros. Pero los obispos de mi país y el pueblo de Dios, consideramos que conviene que San José sea el patrono universal de la familia, y esto es lo que hemos pedido por escrito todos los obispos en nuestra participación en el Sínodo”, recalcó.


Mons. Escobar agradeció al Papa la organización del Sínodo de los Obispos, por “el gran valor que tiene” y porque “el estar aquí es una garantía a favor del acompañamiento de las familias de Latino América que sufren tanto por la pobreza”.


“Sin duda alguna es una obra del Espíritu Santo, es el Espíritu Santo quien ha iluminado al Papa Francisco para convocar este sínodo, quiero agradecerle además el el hecho de que siempre esté en medio nosotros y con tanta bondad”, dijo.


El Arzobispo dedicó además unas palabras a las familias que sufren a causa de la pobreza y les pidió tener fe, “ir más allá del momento que pasan ahora. Dios es vida y bondad, no desesperen y tengan esperanza”.


Por último, el Arzobispo expresó sus esperanzas para el Sínodo. “Estamos buscando solucionar esta problemática tan difícil a nivel mundial en torno a la familia, pero estamos muy contentos y esperanzados. Y estoy seguro que durante el próximo Sínodo encontraremos herramientas valiosas para la pastoral familiar”, concluyó.



¿Qué es peor, sacrificar perros o niños?

Escribo esta nota porque acaba de suceder algo que me ha llamado la atención. Se trata de que las autoridades han decidido sacrificar el perro de la enferma de ébola que está siendo atendida en el hospital con toda clase de atenciones por ser una peste nueva y muy grave. También está siendo atendido su marido por el peligro de contagio de esa enfermedad que se transmite por contacto. En las informaciones han puesto una foto de la enferma con su perro junto a ella.

Ante esta situación, las autoridades han decidido sacrificar al perro por el peligro que pueda suponer, a pesar que el marido y supongo que la enferma, se oponen.


Es seguro que ante esta situación habrá opiniones distintas en la sociedad; unos que hay que respetar la vida del animal; otros, conscientes del peligro que puede haber de contagio, y de que en el caso de un animal no se pueden hacer gastos semejantes a los que se están haciendo en el caso de las personas, opinan que debe sacrificarse.


Lo cierto es que, cuando fueron a llevarse el perro, hubo una gran oposición por parte de un buen grupo que querían impedirlo; hubo enfrentamiento tenso con la policía y creo que alguna detención.


Y de aquí parte mi reflexión. No voy a la cuestión de si era o no mejor matar al perro. La autoridad lo determinó así por el bien común. Me centro en la actitud del grupo que, intentando salvar la vida del animal, se enfrentó violentamente con la policía. Y me pregunto: este grupo ¿estaría también dispuesto a enfrentarse con quienes están sacrificando vidas humanas inocentes? Porque se están sacrificando miles y miles en España y en el mundo. En España, con el consentimiento de las autoridades que nos gobiernan y la ley actualmente vigente del aborto, se da por hecho que abortar es un derecho de la madre, incluso siendo menor de edad, que hay que respetar. Hasta ahí hemos llegado.


¿Por qué aludo a esto? Para ayudar a pensar que el hombre no es un animal como los demás. Es de otra especie. Soy un admirador nato de la naturaleza; no sólo de los animales sino de las plantas y de los minerales; de la grandeza de los desiertos y de los montes, de la belleza de las flores, incluso de las más pequeñas y escondidas entre las hierbas, de la belleza de las plantas y de la solidez de los bosques con árboles centenarios, de los instintos de los animales, sobre todo, de cómo cuidan a sus retoños las aves, los peces y hasta las fieras del campo… ¿Quién de nosotros sería capaz de construir un nido como lo construye una golondrina en el balcón de mi casa? Está predeterminada por su instinto, emigra a miles de kilómetro, y vuelve, después de meses, al mismo nido de mi balcón. Admiro a las abejas construyendo sus panales exagonales que ni el mejor geómetra podría trazar.


Pero todo este mundo, imponente y bello, está al servicio del hombre, sea como sea, niño, anciano, enfermo, pobre, rico… pero está al servicio de todos los hombres, no sólo al servicio de los más poderosos, de los más ricos, de los más inteligentes, de los más ladrones, y si alguien tiene un mayor derecho de que estén a su servicio, deberán ser los más necesitados. Y como el hombre es un ser social y se necesita que alguien dirija la sociedad los dirigentes de la misma deberán procurar el bien COMÚN, no el bien propio ni de los suyos ni de algunos privilegiados.


Apliquemos estos principios al caso de quienes se enfrentaron con la policía en el caso del dichoso perrito. ¿Cómo se comprende que se luche por salvar la vida de un animal y no se haga lo mismo para salvar la vida de miles de seres humanos con la misma dignidad que la mía y la de cualquier hombre como es el caso de los abortos?


Mientras haya gente capaz de esos absurdos, es que a niveles muy generales se ha perdido la moral, no sólo la moral de la Iglesia sino la moral natural; y si no hay moral, por muchas cosas que se hagan, nos estamos quedando con hombres sin principios, y cada uno piensa sólo vale lo que me interesa y que nadie se meta conmigo porque lo va a pagar caro. Y como en la actualidad la moral ni se aprende en la familia porque también en ella se está perdiendo la moral, ni en la escuela porque no se atiende a la educación en valores, ni en la Iglesia porque no la frecuentan, ¿hacia dónde caminamos? Hacia donde ya estamos llegando, hacia la destrucción de todo lo que supone dignidad, moralidad, servicio, justicia… y todas las cosas buenas que dignifican; y se va extendiendo la diversión, el sexo indiscriminado, las uniones homosexuales, las juergas, y si te falta dinero, lo robas y a vivir. Ése es el panorama a mi modo de ver.


¿No sería ya hora de que recapacitásemos todos un poco y que los creyentes en Jesús nos tomásemos en serio la imitación y el seguimiento de Jesús, viviendo nuestra fe de manera que todos pudiesen ver en nosotros un estilo de vida que nos convirtiese en testigos de Jesús en medio de nuestra sociedad, mostrándoles el camino, la verdad y la vida, las tres cosas que Jesús nos dijo que era?


José Gea



Su familia le busca para matarle por hacerse cristiano: en un sueño, una voz le dijo «No temas»

Es sirio, tiene algo más de 20 años, se hace llamar “Tarek” y es católico sólo desde unos meses, con el nombre de bautizo “Juan”.

Su nombre civil, el que usaba en Siria, no lo quiere dar a la prensa: le han dicho que su padre y sus hermanos le buscan para matarlo por convertirse al cristianismo, que incluso han contratado a un profesional.


Hace 3 años que vive en Líbano, el país con más porcentaje de cristianos de Oriente Medio y el que tiene más libertad religiosa.


Aún así, vive en una zona de población musulmana, y casi nadie sabe que se bautizó. Cuando va a misa lo hace a escondidas: dice que sale a recibir clases de inglés, que quiere ir al extranjero.


Y es cierto que quiere irse. Una parroquia canadiense está ayudándole a mover los papeles para ir a Canadá.


En Líbano, tan cerca de Siria, país que acoge 1,5 millones de refugiados sirios (y la población libanesa es de solo 4,2 millones) sabe que hay muchas personas fanáticas o desesperadas dispuestas a matarle. Cada retraso en el papeleo para emigrar aumenta su nerviosismo.


La Policía le pegó; los islamistas le secuestraron

“Tarek” ha tenido problemas en Siria con los dos bandos (si es que puede reducirse a dos): le han maltratado las fuerzas gubernamentales y las milicias islamistas.


Cuando tenía 17 años, justo antes de empezar las protestas en Siria que se convertirían en toda una guerra civil, la Policía del régimen de Al Assad le detuvo cuando iba a comprar el pan, buscando líderes de descontentos.


Le apalizaron en comisaría, le fracturaron el cráneo y le rompieron un brazo. Lo tiraron en una celda de 9 metros cuadrados con otras 40 personas. Cuando lo soltaron aún pasó 5 días en un hospital.


Cinco meses después, fue raptado por una milicia islamista radical. Hombres armados pararon su autobús escolar en las afueras de Damasco y le secuestraron a él y a otros compañeros. Al principio querían pedir por él 10.000 dólares de rescate, pero acabaron dejándole libre.


La guerra sobre su casa

En octubre de 2012 la guerra llegó a su pueblo. Un avión tiró panfletos avisando de que el pueblo sería atacado, pidiendo a los habitantes huir antes de tres días. De hecho, los combates no esperaron ese tiempo. Tarek y su madre huyeron a Damasco. Allí, la Policía –el mismo cuerpo que le había apalizado arbitrariamente- le preguntó por qué no estaba alistado, sirviendo en las tropas gubernamentales.


“Yo no quería servir en el ejército. Había perdido mi hogar y mi escuela. No quedaba nada para mí”, explica al “Toronto Star”.


Estudiaba la fe por sus amigos cristianos

Además, antes de empezar el conflicto en Siria, Tarek ya estaba estudiando en secreto el cristianismo, religión que llegó a Siria 700 años antes que el Islam y que practicaba (antes de la guerra) más del 10% de los sirios.


“Muchos de mis amigos eran cristianos y yo ya había empezado a recibir formación de un sacerdote. En Siria no es posible convertirse, la ley no lo permite. Yo solía hablar con el sacerdote, quería saber más, me gustaba. Después de lo que pasó en Siria, decidí convertirme. El consejo que me dio el sacerdote fue salir del país, ir a Líbano.”


Cuando llegó a Beirut, “Tarek” pasó otros dos meses recibiendo formación en la doctrina católica antes de tomar la decisión de bautizarse.


Un sueño de exhortación

“El día que me bauticé, me pregunté si era una buena decisión. Pedía a Dios que me ayudara a entender qué debía hacer. Esa noche, tuve un sueño. Yo oraba en lo alto de una montaña y todo el cielo se desmenuzó y oí una voz que decía: Dios está contigo, no tengas miedo”.


(Puede leer AQUÍ más historias de musulmanes que tienen sueños y se hacen cristianos )


Esperanza en una nueva vida

“Tarek” no es un cristiano que quiere abandonar Oriente… Tarek es un exmusulmán al que buscan activamente, por su nombre, para matarlo. En Irak y Siria, muchos cristianos han perdido sus hogares y pertenencias, pero no su nombre. Tarek ni siquiera puede usar su nombre. Espera empezar una vida nueva en Canadá.


“Soy optimista: no importa cuánto tarde, al final se resolverá. Me entristece irme pero cuando acabe la crisis Siria ya no existirá. Es como enamorarte de una chica y luego tener que acudir a su boda con otro hombre”, dice.



El verdadero dilema: indisolubilidad o divorcio

Después de una semana de sínodo una cosa es cierta: el verdadero centro de la discusión es la admisión o no del divorcio en el matrimonio católico.

En el sínodo, la palabra divorcio es tabú. Nadie dice que quiere llegar a eso y todos proclaman en voz alta que la doctrina de la indisolubilidad debe permanecer intacta.


Sin embargo, cuando se quiere dar la comunión eucarística a los divorciados vueltos a casar es como si de hecho, en su caso, ya no subsistiera el sagrado vínculo conyugal originario. Como en el caso de las Iglesias ortodoxas, también la Iglesia católica admitiría, de facto, las segundas nupcias.


Precisamente, este es el camino emprendido por los fautores de la innovación: no una campaña no realista sobre el divorcio católico, que sólo algunos teólogos como Andrea Grillo o Hermann Häring reclaman de manera explícita, sino la propuesta de un auxilio misericordioso hacia quien ve negada la comunión porque se ha vuelto a casar civilmente después de la anulación civil del propio matrimonio sacramental.


La propuesta es atrayente: se presenta como medicina en los casos de sufrimiento por un "derecho" sacramental negado. No importa que dichos casos sean numéricamente muy escasos; bastan para hacer de palanca a un cambio cuyos efectos se prevén muchísimo más graves.


La sociología religiosa tendría mucho que decir en propósito. Hasta mediados del siglo XX, en las parroquias italianas, la prohibición de la comunión a quien estaba en una posición matrimonial irregular no causaba problemas porque era prácticamente invisible. También donde la participación en la misa era alta, eran pocos los que comulgaban cada domingo. La comunión frecuente la hacía sólo quien se confesaba también frecuentemente. La prueba de ello era el doble precepto que la Iglesia dirigía a la gran masa de fieles; confesarse "una vez al año" y comulgar "por lo menos en Pascua".


No acceder a la comunión no era, por consiguiente, un estigma visible de castigo o de marginación. El motivo principal que impedía a la gran parte de fieles comulgar con frecuencia era el grandísimo respeto por la eucaristía, a la que se tenía que acceder sólo después de una preparación adecuada y siempre con temor y temblor.


Todo cambia en los años del Concilio Vaticano II y del postconcilio. En pocos años la confesión baja en picado, mientras la comunión se convierte en un fenómeno de masas. Todos, o casi todos, acceden a ella. Siempre. Esto es debido al cambio que sufre en el ínterin la idea corriente del sacramento eucarístico. La presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo en el pan y en el vino consagrados se reduce a mera presencia simbólica. La comunión pasa a ser como el beso de la paz, un signo de amistad, de compartición, de fraternidad, "del tipo: todos van, voy yo también", como dijo el Papa Benedicto XVI, que intentó restablecer el sentido auténtico de la eucaristía haciendo, entre otras cosas, que los fieles a los que daba la hostia en la boca se arrodillaran.


En un contexto similar, era inevitable que los divorciados vueltos a casar asumieran la prohibición de comulgar como la negación pública de un "derecho" de todos al sacramento. La reivindicación era, y es, de unos pocos, porque la gran parte de los divorciados vueltos a casar está alejada de la práctica religiosa; en cambio, entre los practicantes no faltan los que entienden y respetan la disciplina de la Iglesia. Pero sobre esta tipología limitadísima de casos se ha planteado, a partir de los años Noventa y, sobre todo, en algunas diócesis de lengua alemana, una campaña para el cambio de la disciplina de la Iglesia católica en materia de matrimonio, que ha alcanzado su apogeo con el pontificado del Papa Francisco, con su claro consentimiento.


Que el sínodo se concentre sobre la cuestión de los divorciados vueltos a casar corre el riesgo, además, de hacer perder de vista situaciones mucho más evidentes de crisis del matrimonio católico.


Poco antes del sínodo, por ejemplo, ha salido en las librerías italianas un reportaje sobre la acción pastoral planteada por el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio en las periferias de Buenos Aires.


Por éste sabemos que una gran parte de las parejas, un 80-85 por ciento, no está casada sino que simplemente convive, mientras que entre los casados "la mayor parte de los matrimonios no son válidos porque la gente se casa inmadura" y ni siquiera intenta obtener la nulidad por parte de los tribunales diocesanos.


Quien proporciona estos datos son los "curas villeros", los sacerdotes enviados por Bergoglio a las periferias, los cuales especifican con orgullo que se da la comunión a todos, "sin alzar barricadas".


Las periferias de Buenos Aires no son un caso aislado en América Latina. Y demuestran no un éxito, sino en todo caso una ausencia o un fracaso de la pastoral matrimonial. En otros continentes el matrimonio cristiano se enfrenta a desafíos no menos graves, desde la poligamia a los matrimonios forzados, desde las teorías de género a los "matrimonios" homosexuales.


Frente a tal desafío, este sínodo y el sucesivo decidirán si la respuesta adecuada será abrir el camino al divorcio o devolver al matrimonio católico indisoluble toda su fuerza y belleza alternativa, revolucionaria.


A continuación, la intervención en la discusión no de un padre sinodal, sino de un cardenal de Santa Romana Iglesia que ha considerado que era un deber no callar.

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El Evangelio de la familia en el Occidente secularizado

de Camillo Ruini


Esa célula fundamental de la sociedad que es la familia está atravesando un periodo de evolución extraordinariamente rápido.


Las relaciones prematrimoniales parecen ya obvias y casi normales los divorcios, a menudo consecuencia de la ruptura de la fidelidad conyugal. Así, en los países y en las civilizaciones marcados por el cristianismo nos estamos alejando de la fisionomía tradicional de la familia.


Además, en los últimos decenios, por lo menos en Occidente, hemos entrado en territorios inexplorados. De hecho, se han abierto camino las ideas del "género" y de los "matrimonios homosexuales".


En la raíz de todo ello está el primado, y casi la absolutización, de la libertad individual y del sentimiento personal. Por lo tanto, el vínculo familiar debe poder plasmarse a placer y, de todas formas, no debe comprometer, hasta el punto de desaparecer o ser prácticamente irrelevante.


Siguiendo la misma lógica, este vínculo debe ser accesible a todo tipo de pareja, fundamentándose en la reivindicación de una igualdad total que no acepta las diferencias, sobre todo las que remiten a una voluntad externa, ya sea humana (leyes civiles) o divina (ley natural).


Sin embargo, sigue siendo fuerte y difundido el deseo de tener una familia y, posiblemente, de una familia estable: deseo que se traduce en la realidad de tantas familias "normales" y también de numerosas familias auténticamente cristianas. Éstas son, ciertamente, una minoría, pero consistente y bastante motivada.


La sensación de que la familia entendida como tal está desapareciendo es, por consiguiente, fruto en gran medida de la distancia entre el mundo real y el mundo virtual construido por los medios de comunicación, si bien no debe olvidarse que este mundo virtual influye poderosamente sobre los comportamientos reales.


A una mirada serena y equilibrada aparecen por lo tanto poco fundados, en lo que atañe a la familia y su futuro, el pesimismo unilateral y la resignación. La actitud del Concilio Vaticano II hacia los tiempos nuevos es válida también para la pastoral de la familia, actitud que podemos resumir en el binomio acogida y reorientación hacia Cristo salvador.


Concretamente, en la "Gaudium et spes", nn. 47-52, hay un nuevo enfoque en lo que respecta al matrimonio y a la familia, bastante más personalista pero sin rupturas con la concepción tradicional. Seguidamente, las catequesis sobre el amor humano de San Juan Pablo II y la exhortación apostólica "Familiaris consortio" constituyeron una gran profundización, que abrieron nuevas perspectivas y afrontaron muchos problemas actuales. A pesar de que estas catequesis no pudieron medirse de manera explícita con los desarrollos más recientes y radicales, como la teoría del "género" y el matrimonio entre personas del mismo sexo, sin embargo han sentado, en buena medida, las bases para afrontarlos.


Indudablemente, la práctica pastoral no está siempre a la altura de estas enseñanzas - por otra parte, tampoco puede estarlo nunca totalmente -, pero se ha movido en su línea con resultados importantes: efectivamente, también nuestras jóvenes familias cristianas son su resultado.


Ahora, con el Papa Francisco, tenemos dos sínodos sobre los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la nueva evangelización y que, después del consistorio del pasado mes de febrero, ya entró en el argumento: una etapa ulterior en este camino de acogimiento y reorientación que toda la Iglesia está llamada a recorrer con confianza.


La óptica de los dos sínodos debe ser claramente universal y ninguna área geográfica o cultural puede pretender que los sínodos se concentren sólo en sus problemas.


Una vez dicho esto, para Occidente las cuestiones más relevantes parecen ser esas más radicales surgidas en los últimos decenios y que empujan a repensar y a volver a motivar, a la luz del Evangelio de la familia, el significado y el valor del matrimonio como alianza de vida entre el hombre y la mujer, orientada al bien de ambos y a la generación y educación de los hijos y dotada de una decisiva relevancia, también social y pública.


Aquí la fe cristiana debe mostrar una verdadera creatividad cultural, que los sínodos no pueden producir automáticamente pero que pueden estimular en los creyentes y en todos los que se dan cuenta de que lo que está en juego es una dimensión humana fundamental.


Sin embargo, siguen interpelándonos y parece que son cada vez más agudas también otras cuestiones, ya repetidamente afrontadas por el magisterio. Entre ellas, la de los divorciados que se han vuelto a casar.


La "Familiaris consortio", n. 84, ya indicó la actitud que había que asumir: no abandonar a quienes se encuentran en esta situación, sino más bien al contrario, cuidarlos de una manera especial, comprometiéndose a poner a su disposición los medios de salvación de la Iglesia. Ayudarlos, por lo tanto, a que no se consideren en absoluto separados de la Iglesia y, por el contrario, a participar en su vida. Discernir bien también las situaciones, especialmente las de los cónyuges abandonados injustamente, respecto a aquellas de quienes, por el contrario, han destruido culpablemente el propio matrimonio.


La misma "Familiaris consortio" confirma sin embargo la praxis de la Iglesia que, “fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez”. La razón fundamental es que “su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía”.


Por lo tanto, no está en cuestión su culpa sino el estado en el que objetivamente se encuentran. Por ello, el hombre y la mujer que por serios motivos, como por ejemplo la educación de los hijos, no pueden satisfacer la obligación de la separación, para recibir la absolución sacramental y para acercarse a la Eucaristía deben asumir “el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos”.


Es indudable que se trata de un compromiso muy difícil, que de hecho pocas parejas llevan a cabo, mientras desgraciadamente son cada vez más los divorciados que se vuelven a casar.


Por ello, hace mucho tiempo que se buscan otras soluciones. Una de ellas, aunque mantiene firme la indisolubilidad del matrimonio rato y consumado, considera que puede permitir a los divorciados vueltos a casar recibir la absolución sacramental y acercarse a la Eucaristía, con condiciones precisas pero sin tener que abstenerse de actos propios de los esposos. Se trataría de una segunda tabla de salvación, ofrecida en base al criterio de la "epikeia" para unir a la verdad la misericordia.


Sin embargo, este camino no parece practicable, principalmente porque implica un ejercicio de la sexualidad extraconyugal dado el perdurar del primer matrimonio, rato y consumado. En otras palabras, el vínculo conyugal originario seguiría existiendo, pero en el comportamiento de los fieles y en la vida litúrgica se podría proceder como si ese no existiera. Estamos, por lo tanto, frente a una cuestión de coherencia entre praxis y doctrina, y no sólo ante un problema disciplinar.


En lo que respecta a la "epikeia" y a la "aequitas" canónicas, estos son criterios muy importantes en el ámbito de las normas humanas y puramente eclesiales, pero no pueden ser aplicadas a las normas de derecho divino, sobre las que la Iglesia no tienen ningún poder discrecional.


Como apoyo de susodicha hipótesis se pueden aducir, ciertamente, algunas soluciones pastorales análogas a las que han sido propuestas por algunos Padres de la Iglesia y que han entrado, en cierta medida, también en la praxis, pero ellas no obtuvieron nunca el consentimiento de los Padres y no fueron de ninguna manera doctrina o disciplina común de la Iglesia (cfr. la carta de la congregación para la doctrina de la fe a los obispos de la Iglesia católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar, 14 de noviembre de 1994, n. 4). En nuestra época, cuando a causa de la introducción del matrimonio civil y del divorcio se planteó el problema en los términos actuales, a partir de la encíclica "Casti connubii" de Pío XI existe en cambio una posición común del magisterio clara y constante, que va en sentido contrario y que no parece modificable.


Se puede objetar que el Concilio Vaticano II, sin violar la tradición dogmática, procediera a nuevos desarrollos sobre cuestiones, como la de la libertad religiosa, sobre las que existían encíclicas y decisiones del Santo Oficio que parecían excluirlas.


Pero la comparación no convence porque sobre el derecho a la libertad religiosa se ha producido una auténtica profundización conceptual, reconduciendo este derecho a la persona como tal y a su dignidad intrínseca, y no a la verdad abstractamente concebida, como se hacía anteriormente.


La solución propuesta sobre los divorciados vueltos a casar no se basa, en cambio, sobre una profundización similar. Los problemas de la familia y del matrimonio inciden, además, sobre lo vivido cotidianamente por las personas de manera incomparablemente más grande y concreta respecto a los de la fundación de la libertad religiosa, cuyo ejercicio en los países de tradición cristiana ya antes del Vaticano II estaba, a pesar de todo, asegurado en gran medida.


Por consiguiente, debemos ser muy prudentes, en lo que atañe al matrimonio y a la familia, modificando las posiciones que el magisterio propone desde hace tiempo y con tanta autoridad: en caso contrario, las consecuencias sobre la credibilidad de la Iglesia serán muy importantes.


Ello no significa que se descarte toda posibilidad de desarrollo. Un camino que parece factible de recorrer es el de la revisión de los procesos de nulidad matrimonial: se trata, efectivamente, de normas de derecho eclesial, no divino.


Por lo tanto, hay que examinar la posibilidad de sustituir el proceso judicial con un procedimiento administrativo y pastoral, dirigido esencialmente a clarificar la situación de la pareja ante Dios y ante la Iglesia. No obstante, es muy importante que cualquier cambio de procedimiento no se convierta en un pretexto para conceder de manera subrepticia lo que en realidad sería un divorcio: una hipocresía de este tipo sería un gravísimo daño para toda la Iglesia.


Una cuestión que va más allá de los aspectos procesales concierne a la relación entre la fe de quienes se casan y el sacramento del matrimonio.


La "Familiaris consortio", n. 68, pone de relieve precisamente los motivos que inducen a considerar que quien pide el matrimonio canónico tiene fe, ya sea una fe débil o que hay que redescubrir, reforzar o madurar. Subraya además que algunas razones sociales pueden lícitamente entrar en la petición de esta forma de matrimonio. Es suficiente, por consiguiente, que los prometidos “—al menos de manera implícita— acaten lo que la Iglesia tiene intención de hacer cuando celebra el matrimonio”.


Querer establecer ulteriores criterios de admisión a la celebración, que tengan que ver con el grado de fe de los contrayentes, conllevaría grandes riesgos, empezando por el de pronunciar juicios infundados y discriminatorios.


Sin embargo, es un hecho que, desgraciadamente, hoy son muchos los bautizados que no han creído nunca o ya no creen en Dios. Se plantea, por lo tanto, la cuestión de si estos pueden contraer válidamente un matrimonio sacramental.


Sobre este punto sigue teniendo un valor fundamental la introducción del cardenal Ratzinger al volumen "Sobre la pastoral de los divorciados vueltos a casar" publicado en 1998 por la congregación para la doctrina de la fe.


Ratzinger (Introducción, III, 4, pp. 27-28) considera que se debe aclarar “si verdaderamente cada matrimonio entre dos bautizados es ´ipso facto´ un matrimonio sacramental”. El Código de derecho canónico lo afirma (can. 1055 § 2) pero, como observa Ratzinger, el propio Código dice que esto vale para un contrato matrimonial válido y, en este caso, es precisamente la validez lo que se cuestiona. Ratzinger añade: “A la esencia del sacramento pertenece la fe; queda por aclarar la cuestión sobre qué evidencia de ´no fe´ tenga como consecuencia que un sacramento no se realice”.


Parece por lo tanto acertado que, si verdaderamente no hay fe, tampoco hay sacramento del matrimonio.


En lo que respecta a la fe implícita en la tradición escolástica, con referencia a Hebreos 11, 6 (“quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan”), requiere por lo menos la fe en Dios, que recompensa y salva.


Sin embargo, me parece que es necesario actualizar esta tradición a la luz de la enseñanza del Vaticano II, en base a la cual pueden llegar a la salvación que requiere la fe también “todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible”, incluidos aquellos que se consideran ateos o que no han llegado a un conocimiento explícito de Dios (cfr. "Gaudium et spes", 22; "Lumen gentium", 16).


De todas formas, esta enseñanza del Concilio no implica en absoluto la salvación automática y vaciar la necesidad de fe: en cambio, acentúa no un abstracto reconocimiento intelectual de Dios sino una, por cuanto implícita, adhesión a Él como elección fundamental de nuestra vida.


A la luz de este criterio, en la situación actual tal vez haya que considerar que son más numerosos los bautizados que de hecho no tienen fe y que, por lo tanto, no pueden contraer válidamente el matrimonio sacramental.


Por consiguiente, parece verdaderamente oportuno y urgente comprometerse en aclarar la cuestión jurídica de esa "evidencia de no fe" que invalidaría los matrimonios sacramentales y que impediría que los bautizados no creyentes, en el futuro, contrajeran dicho matrimonio.


No debemos ocultarnos que, por otra parte, así se abre la puerta a cambios muy profundos y llenos de dificultades, no solo para la pastoral de la Iglesia, sino también para la situación de los bautizados no creyentes.


Está claro, de hecho, que estos tienen, como toda persona, derecho al matrimonio, que contraerían de manera civil. La dificultad mayor no está en el peligro de comprometer la relación entre ordenamiento canónico y ordenamiento civil: su sinergia, efectivamente, es ya muy débil y problemática por el progresivo alejamiento del matrimonio civil de los que son los requisitos esenciales del mismo matrimonio natural.


El compromiso de los cristianos y de todos aquellos que sean conscientes de la importancia humana y social de la familia fundada sobre el matrimonio debería dirigirse más bien a ayudar a los hombres y a las mujeres de hoy a redescubrir el significado de estos requisitos. Estos se fundan en el orden de la creación y, precisamente por esto, valen para todos los tiempos y pueden concretizarse en formas aptas para los tiempos más diferentes.


Me gustaría terminar recordando la intención común que anima a quienes están interviniendo en el debate sinodal: mantener juntas, en la pastoral familiar, la verdad de Dios y del hombre con el amor misericordioso de Dios para con nosotros, que es el corazón del Evangelio.


Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.