Pages

samedi 1 novembre 2014

La historia de la Iglesia es una historia de santos


La historia, la gran historia, a veces se escribe de la manera más oculta y discreta, velada para los ojos profanos, cuando Dios entra en diálogo con un alma y la va transformando. En esos diálogos decisivos de oración, intimidad y amor, Dios está escribiendo una nueva página en la historia.



¡Qué manera tan eficaz, tan sorprendente, tan alejada de centros de poder político o económico, de ideología, es la manera de los santos! Ellos han partido de la iniciativa divina revelándose, dándose a ellos. Todos suelen coincidir en aquel versículo de Isaías, "secretum meum mihi", "mi secreto para mí", sin exponer a la mirada indiscreta la hondura de Dios con el alma. Y aun cuando hayan narrado mucho de su proceso interior, como san Agustín en sus Confesiones o santa Teresa en su Libro de la Vida, siempre saben y así lo expresan que hay un núcleo último, inexplicable, inefable, que es Dios obrando y el hombre ante Él.


Hay almas elegidas, escogidas por Dios, para una misión que es su propia vocación. Reciben una misión para todos, un haz de luz del Misterio que ellos van a reflejar provocando una reverberación nueva, llamativa, fascinante. Están puestos en lo alto del candelero para que iluminen a todos los de casa. Son santos especialmente "novedosos", que irrumpen con fuerza en la historia, le ofrecen un rumbo nuevo.


La historia de la Iglesia es historia de sus santos. Perspectiva nueva, teológica, que no podemos olvidar: la historia de la Iglesia es una historia de santidad, un entramado de santos puestos por Dios como inicios nuevos de capítulos fascinantes.


"La verdadera historia del hombre, la que constituye su entraña forjando su felicidad o su desgracia personal, nos queda casi siempre desconocida. E igualmente nos queda desconocida la historia íntima de la Iglesia, aquella en la que cada creyente vive delante de Dios y desde la relación con él vivo con el prójimo, cumple silenciosamente su misión, que, aunque no haya trasparecido, no por ello ha sido menos intensa.



La historia de cada alma y la historia de cada misión son las primeras piedras angulares de la Iglesia. Que en algunos casos Dios quiera hacer patente ante toda ella el destino interior de ciertas vidas no significa que sólo ésas hayan vivido una real santidad y hayan sido testigos fieles del Evangelio. La historia de los santos en la Iglesia es la historia de las sucesivas encarnaciones de Cristo en humanidades complementarias, que van reflejando su rostro en la medida en que una generación nueva necesita reconocerlo. Todos los misterios, todos los estados del alma, todos los sentimientos, todas las virtudes de Cristo son revividas en cada momento de la Iglesia por los miembros de su cuerpo. Cada uno de nosotros estamos llamados a proseguir y revivir uno. Sólo Dios sabe por qué da a conocer y hacer relumbrar a unos y no a otros, en unos momentos y no en otros. Todos alumbran con la misma luz, pero cada generación necesita especialmente un resplandor propio, relee con especial cercanía una página del Evangelio, concreta un carisma del Espíritu y realiza un servicio nuevo.




La llamada "historia nueva" nos ha ayudado a ver nuevos problemas y a trabajar con nuevos datos y métodos. Frente a la acentuación de las personalidades individuales (reyes, papas, genios, santos...) hemos redescubierto la importancia de lo cuantitativo en la historia. Si cada hombre es un absoluto y toda persona es sagrada, no es lo mismo que compartan o pierdan la fe un individuo o cincuenta millones, se incorporen a la Iglesia un ciudadano o toda la nación. Es importante saber quién y cómo era Felipe II. Pero los ocho millones restantes de españoles del siglo XVI, ¿qué pensaban y cómo se alimentaban, cómo percibieron la Inquisición y cómo soñaron el descubrimiento de América?


La historia de la Iglesia es la historia de cada creyente, la historia del pueblo cristiano y dentro de él la historia de los hechos que, articulando ese pueblo activo o dinamizando ese pueblo pasivo, han ido realizando su unidad y santidad, su catolicidad y apostolicidad" (O. González de Cardedal, La teología en España (1959-2009), Madrid 2010, pp. 403-405).



Manuel Caballero, sabio clásico


En la ciudad de Jaén, en su prolongación hacia el norte, existe una calle en cuyas esquinas aparece el rótulo que reza así:

Calle Manuel Caballero Venzalá


La gente pasa y no sabe. Quien vive en esa calle tampoco se preocupa. ¿Quien es el titular de esa calle?


Es un sacerdote diocesano, natural de Martos; cuando acabó sus estudios de bachiller se fue a la universidad de Granada, donde alcanzó el grado de abogado, presentándose, más tarde, a juez. Aquel joven era miembro de la Acción Católica de los años cuarenta del siglo pasado. En el interior del movimiento laical encontró que el Señor le llamaba a ser sacerdote.


Se marchó al Seminario de vocaciones tardías de Salamanca, donde acabó licenciandose en Sagrada Teología. Fue ordenado sacerdote en el año 1960.


Lo conocí como profesor de Lengua, Literatura Española e Historia del Arte. Era un maestro inigualable; sabía despertar la vocación por el mundo de las letras a varios seminaristas. Fuí uno de ellos.


Gracias a don Manuel Caballero Venzalá y su pozo de sabiduría, hoy escribo estas letras de agradecimiento a lo mucho que me enseñó y para perpetuo recuerdo de los vecinos y paseantes que el consistorio municipal le colocó a una calle del Jaén que busca su extensión por el llano hacia el norte.


Tomás de la Torre Lendínez




El Papa aprueba las nuevas constituciones de los Legionarios de Cristo tras tres años de renovación


El P. Eduardo Robles-Gil, director general de los Legionarios de Cristo, comunicó con una carta con fecha de la solemnidad de todos los santos, que la Santa Sede ha aprobado las nuevas constituciones de la Legión. La aprobación fue firmada el 16 de octubre por el Mons. José Rodríguez Carballo, O.F.M y el P. Sebastiano Paciolla, O.Cist., secretario y subsecretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica respectivamente. Las nuevas constituciones están ya en vigor.

Con este paso se cumple el objetivo principal del proceso de renovación iniciado en 2010 por mandato de Benedicto XVI y continuado por Francisco a través de un Delegado Pontificio, el Card. Velasio De Paolis. El texto es resultado de un trabajo de consulta y reflexión que duró prácticamente tres años y en la que todos los legionarios tuvieron oportunidad de participar y aportar y que culminó con la celebración del Capítulo General Extraordinario en enero y febrero de 2014.


Entre los cometidos principales del proceso de renovación estaban la clarificación del carisma, la simplificación y reducción de las normas, asegurar un ejercicio de la autoridad más participativo y conforme al Derecho Canónico, y la formación de los legionarios, con especial atención a la responsabilidad de cada uno de hacer su propio discernimiento vocacional y garantizar la distinción entre el fuero interno y el fuero externo.


El P. Robles-Gil afirma en su carta: «Tenemos ahora en nuestras manos el texto de nuestras Constituciones que describe para cada uno de nosotros el modo específico de vivir la vida religiosa en la Legión, siendo así el camino que nos guía hacia la santidad y la fecundidad apostólica al servicio de la Iglesia y de los hombres».


Las constituciones de una congregación religiosa contienen las normas fundamentales que custodian y promueven la vivencia y desarrollo del propio carisma. En ellas se contienen las normas esenciales sobre la identidad y misión de la congregación, su gobierno y disciplina; la incorporación y formación de los miembros; el objeto de los vínculos sagrados. En ellas se deben armonizar los elementos espirituales y jurídicos, sin multiplicar las normas innecesariamente. Las aprueba la autoridad eclesiástica competente. En el caso de la Legión de Cristo, que es una congregación de derecho pontificio, la aprobación corresponde a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.




La conmovedora confesión de Giorgio, homosexual, en apoyo a los Centinelas contra el matrimonio gay

Los Sentinelle in Piedi [Centinelas de Pie] son un movimiento surgido en Italia para contrarrestar la dictadura del pensamiento único de la ideología de género, en defensa de la vida, la familia y la escuela. Se concentran en forma de Vigilias en numerosas ciudades del país, y protestan fundamentalmente en los últimos meses contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de menores por parte de parejas homosexuales. Sufren continuos insultos y, en más de una ocasión, agresiones, como ha denunciado Luigi Negri, obispo de Ferrara-Comacchio.

Recientemente el periódico Tempi recibió una carta-testimonio del joven Giorgio, quien, siendo homosexual, participó en una de las últimas Vigilias. Así explica él mismo sus dudas, primero, y sus certezas, después.


Carta de Giorgio, joven homosexual

Cuando llego la plaza está llena.

Las voces se oyen desde lejos. Gritos. Insultos.

Mientras me acerco y mi corazón empieza a latir percibo algunas palabras:

¡María, María, ya lo había entendido,

con un dedo

el orgasmo está asegurado!


Es la primera vez que oigo algo así. Y no puedo evitar preguntarme quién es María.

Me lo pregunto porque no quiero creer que estén hablando así de Aquella de la que nació el Hijo que amo.

Me lo pregunto, pero la verdad me duele demasiado.

Estoy en el semáforo. La plaza al otro lado. Veo la gente en fila, serena. Rodeada de una manada de perros rabiosos.

No, no perros. Hermanos. Y sin embargo, parecen perros.

¿Cuándo han dejado de mirarse como personas? ¿Cuándo han elegido renunciar a sí mismos en favor de la manada?

Dios sabe que estos hermanos laceran mi corazón.

Tengo miedo.

Aún puedo irme. Puedo darle la espalda a todo esto.

Refugiarme en mi anonimato y olvidar.

Sé que si atravieso este cruce, mi vida será distinta. Y lo que había antes, desaparecerá.

Y lo hago. Sin ni siquiera saber cómo, me encuentro en la otra parte, entre los manifestantes.

Me situo, abro la mochila, saco un libro y leo.

Las manos me tiemblan, siento el temblor de quien acaba de lanzarse al vacío.

Las voces en los megáfonos suenan aún fuertes.

La familia tradicional,

no es natural,

sino patriarcal.


Sonrío.

Sí, lo es.

Patriarcal.

La familia se encomienda a un padre y se apoya en una madre.

Esto es lo que estamos llamados a vivir, en esto debemos convertirnos: en padres y en madres.

Esto nos ha sido quitado.

No se trata de generar hijos o de no generarlos, de excitarse por una persona del propio o del otro sexo, ni de saber si el matrimonio será o no la propia vocación.

Se trata de alzar la mirada del propio dolor, dándole las gracias a Dios. Porque sólo acogiendo el propio dolor podemos reconocer el de los otros. Y ayudarlos.

Y es lo que hago. Alzo la mirada, veo el desfile que nos empuja gritando y me conmuevo.

Yo, homosexual, católico y enamorado de Dios.

Yo, con un Padre al que encomendarme y una Madre Iglesia que me ama.

Yo, que durante años no he sabido dónde estar, hoy estoy aquí, quieto, en medio de una plaza, luchando con la sola fuerza de mi presencia. Con mi miedo, que aún está aquí, dentro de mí, pero al que he decidido desde hace tiempo no darle más poder.

Mi cuerpo, utilizado muchas veces para hacer y para hacerme daño, para abusar de mí mismo, para pedir desesperadamente amor, hoy, por el solo hecho de estar de pie, dice más de cuanto haya dicho nunca.

Dice dónde estoy.

Yo estoy aquí y no estoy allí.

Y, lo que más me turba, es que yo estoy aquí también por quien está allí.

Este lugar, esta presencia física, es el signo de mi presencia en el mundo, es el modo en el que estamos llamados a convertirnos en hombres y en mujeres de mañana. Padres y madres. También por esos hijos que no entienden, que reniegan, que nos odian.

Que se odian.

Porque los hijos no se pueden elegir, sólo amar.

Así ama Dios.

Así puede amar el Hombre.

Y es precisamente esto lo que me siento ahora. Un Hombre.

Después de haber creído durante tanto tiempo que era mi orientación sexual la que me decía quién era, después de haberme definido durante años un homosexual, considerándome una víctima inocente de la vida, hoy, por primera vez, yo me siento un hombre, grato a esa misma vida, que creía que me rechazaba.

Hoy doy voz a mi verdad.

Soy un Centinela de Pie que mira a un mundo nuevo.

Soy sólo un hombre.

Y esta es mi historia.


Giorgio


Traducción de Helena Faccia Serrano.



Santos, difuntos y mártires

Los tres grupos de personas son celebrados en esta semana por la comunidad de los bautizados, la Iglesia. Todos los que lograron en su vida el acercamiento radical a la perfección de Dios, el día 1; todos los que han muerto y no lo lograron, el día 2; y el jueves 6, los centenares de mártires que, por confesar su fe, que les fue arrebatada la vida en nuestro país, hace nada, el siglo pasado. Está claro que a la Iglesia Madre que nos precede, nos acontece y nos sucede, no se le olvida celebrar la vida de sus hijos de dentro y de fuera, si es que se puede hablar así. Es claro que, en esta semana, celebramos la vida que nos hace existir y que se prolonga eternamente una vez cumplido el encargo de llevarla adelante por nuestra responsabilidad hasta la muerte natural.

Toda persona, pues, ha de ser celebrada en la vida de la Iglesia. Por eso, Joseph Cardijn, el cura belga que nombrara Pablo VI cardenal, sin ser obispo, cuando cumplió los 80 años, pudo decir con toda razón: «Un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo». Hoy a algunos les resulta llamativo que el papa Francisco diga lo mismo cuando afirma que no se puede construir la sociedad con un sistema social y económico que cuenta de antemano con millones de personas descartadas del concierto social. Los jóvenes aprendices de los años primeros del siglo pasado tenían unos trabajos indecentes que les robaban los años de escuela y de formación… Hoy, ¿cómo estamos? Entre cinco y seis de cada diez jóvenes en edad de trabajar no tienen ninguna posibilidad en este país.


Pongamos en nuestro sentir lo poco que vale hoy la vida humana. Unos hemos tenido suerte para nacer y vivir en buenas condiciones, y muchos, a la vez, no salen vivos del vientre de sus madres o mueren prematuramente de hambre o de violencia y guerra. Los católicos celebramos la vida de todos: de los que se acercaron a la plenitud del amor de Dios, como de los que andamos arrastrando los pies de la mediocridad y las felicidades que no duran eternamente; de los mártires que supieron entregar su vida con toda radicalidad, como los que cobardemente nos encerramos en nuestros intereses y no apostamos con todas nuestras fuerzas por hacer una sociedad mejor, apoyada en estos dos pilares que son la dignidad de la persona y la construcción del bien común.


Nuestra celebración de los santos, los difuntos y los mártires radica en Dios, los celebramos porque celebramos el amor de Dios en ellos y así nos acercamos al misterio de la humanidad de Jesucristo que nos ha abierto la plenitud de la Divinidad como la suprema realización de todo ser humano y de todos los integrantes de esta Humanidad de ayer, hoy y del futuro.


Así, nuestro compromiso por hacer una sociedad mejor para todos no es, como nos dice el Concilio Vaticano II, de simple posicionamiento de política de partido sino que nos lleva a desear una política que sea reflejo de esa humanidad redimida y renovada por Cristo Jesús. Os dejo con estas preciosas palabras del Concilio: «Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal. Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo» (Lumen gentium, 1).


Celebremos, pues, la vida de todos implicando la nuestra en la Vida.



Mª Jesus, 8 hijos: «Es un regalo tener a alguien que te saque de ti y te haga vivir para los demás»

“Yo nunca pensé en casarme ni en tener hijos y ahora no concebiría la vida sin ellos. Es un regalo que tengas a alguien que te saque de ti y te haga vivir para los demás”, comenta la madre de una familia muy numerosa. María Jesús Mateos está casada con Goyo desde hace 37 años, vive en Madrid, y tiene ocho hijos. Nacida hace 62 años en Santiago de Compostela, dedica su vida por entera al cuidado de los suyos.

Vivir al día

La casa en la que vive junto a su familia está situada en el centro de Madrid y se amolda perfectamente a las necesidades. La vivienda tiene seis habitaciones, dos baños y una amplia cocina para dar cabida a todo un regimiento. Las ollas para cocinar no tienen dimensiones normales, la lavadora echa humo todo el día y para ir al baño hace falta pedir la vez. La despensa en esta casa es una habitación y la compra se hace con media docena de carritos. Como si las matemáticas se hubieran aliado con ellos, los tres primeros hijos son hombres, las tres siguientes son mujeres y los más pequeños son un chico y una chica.


“Siempre hemos tenido dificultades de todo tipo y hemos salido hacia delante, hay mucha gente que te echa una mano y los niños siempre colaboran. En estas situaciones aprendes a pedir ayuda y vives al día en todo”, detalla la madre. La organización es clave en el éxito de esta casa. “Yo iba a recogerlos al colegio y mi marido hacía los deberes con ellos al volver del trabajo", explica a Mirada21.es cuando aparece uno de sus cuatro nietos que se acaba de despertar de la siesta.


Moverse con una familia tan numerosa no ha sido del todo facil. “Era salir a la calle y la gente nos iba contando a ver cuántos éramos. Cuando viajábamos todos en avión las azafatas temblaban al vernos aparecer, sacaban pinturas para que dibujasen y acababan todos durmiendo por los pasillos. Recuerdo una vez en Oviedo que nos echaron de una cafetería por llevar dos carritos, hay mucha gente que te apoya y te dice que da gusto vernos tan guapos y tan listos”, relata una madre que se siente muy orgullosa de sus hijos.


La fe en Dios es el fundamento de la numerosa prole de estos padres. “Todo el mundo tiene el deseo de darse a los demás, pero si no crees que Dios es tu padre es muy difícil que tengas hijos porque piensas que lo único que les vas a ofrecer es hambre”, expone María Jesús. Además, añade: “Yo le oí a mi madre decir que no me quería tener, con los años descubrió que yo era la clave para darle sentido a su vida. La vida es un don y no se puede privar a nadie de que pueda ser feliz, cuando se aborta es porque se piensa que la vida es un mal y que se traen al mundo hijos para sufrir”.


Con un pan debajo del brazo

Vivir en una familia numerosa no solo tiene desventajas. “Los niños aprenden antes las cosas y aceptan que no esté todo perfecto. Los hijos aprenden a compartir y son más abiertos porque sus padres no están siempre encima. Muchas veces tienes que buscarte la vida porque si ibas a comerte algo igual cuando llegas ya no está”, afirma. Entre el hermano mayor y la más pequeña hay 16 años de diferencia.


“Hemos recibido muy pocas ayudas. El tener hijos no es solo un bien personal sino que es algo bueno para la sociedad, dentro de un tiempo no habrá ni para pagar las pensiones”, comenta María Jesús con tristeza sobre el poco apoyo de la Administración. A pesar de la falta de ayudas, los hijos en esta familia siempre han venido con un pan debajo del brazo. “Con cada hijo a mi marido o le ascendían o encontraba un trabajo mejor. Con el tercero se presentó a unas oposiciones y milagrosamente las aprobó. Nunca ha habido dos días iguales en nuestra vida, unas veces vivíamos muy bien y otras menos bien”, relata.


Hijo único... como el resto de los hermanos

Haber tenido tantos hijos no les ha impedido hacer lo que el resto de familias “normales”. “Dios te da las cosas cuando las necesitas. Mi hijo mayor siempre dice que es: ´hijo único, como el resto de mis hermanos´, y es cierto. Parece que una familia numerosa tiene que ser pordiosera, pero unas veces se tiene más y otras menos, no pasa nada”, dice la mujer de Goyo. A pesar de haber tenido ocho partos naturales, sin anestesia, cada nacimiento era también único. “Cuando iba a tener a la octava la enfermera me preguntó que si era primeriza”, afirma con gracia.


En este hogar las preocupaciones que dan los vástagos no son proporcionales a las alegrías. “Cada uno tiene su forma de ser, una madre sufre por todos y los quieres por igual, aun no siendo perfecta”, explica la madre. También añade que en una “casa con hijos hay mucha alegría porque no son solo ellos sino que también vienen sus amigos y es difícil aburrirse”. Viajar y conocer cosas nuevas siempre ha formado parte de la educación de estos hijos. "Era raro el fin de semana que no cogíamos la mochila y nos íbamos por los pueblos de Madrid. Una vez haciendo auto-stop nos cogió un camión de helados y los niños estaban contentísimos", asegura. El salón en el que se encuentra está presidido por las fotos de la familia al completo.


En un hogar en el que ya solo queda uno de los retoños, el ciclo de la vida vuelve a su inicio. “Al principio se pasa mal, porque vas por las habitaciones y sigue todo ordenado. Pero todo vuelve a ser igual cuando la casa se llena de nietos”, asegura con tristeza. “Ahora que viven todos desperdigados por el mundo se organizan para ir a visitarse. Los echo mucho de menos, estoy deseando que vuelvan a casa por Navidad”, concluye María Jesús, para la que Pablo, Gregorio, Daniel, María, Clara, Cecilia, Juan y Teresa han sido ocho grandes razones para vivir.