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dimanche 26 octobre 2014

Miedo me dan los obispos a veces

Miedo me dan a veces los obispos cuando hablan de cuestiones que no son de su estricta competencia. No es que yo les niegue el derecho a opinar como cualquier hijo de vecino de lo que tengan por conveniente, pero siempre temo que pisando huertos ajenos no metan la patita hasta el corvejón. Les quiero demasiado para que no me duelan sus resbalones seculares.

Ahora la Comisión Episcopal de Pastoral Social que preside el bueno de don Juan José Omella, obispo de Calahorra Logroño-La Calzada y no sé si otras parcelas más, anda preparando un documento sobre la crisis económica y, como consecuencia, el paro laboral. Sólo de pensar lo que puedan decir me echo a temblar.


La crisis económica, y su corolario el desempleo, es una cuestión demasiado compleja y técnica para que se quiera despachar, terciando en el debate, con cuatro frases barrocas, sentimentales y buenistas. Eso ya lo hacen los políticos con su demagogia de barraca de feria, tanto mayor cuanto más a la izquierda se sitúan. Pero yo no creo que los obispos quieran imitar o competir en despropósitos con los aprendices de Lenín y sus bolcheviques.


Este es un asunto muy grave en el que los economistas serios y documentados tienen mucho que decir. ¿Se asesoran los obispos de los profesionales de la ciencia economía? Porque este es un asunto básicamente científico, que no se puede afrontar con recetas de aficionados. Si quisiéramos atajar una enfermedad o epidemia como el ébola tan de actualidad, no acudiríamos a curanderos, sino a médicos cuanto más experimentados mejor.


En España hay muchos excelentes economistas afines a la Iglesia, que estarían encantados, pienso yo, en colaborar con los obispos en temas económicos y sociales. ¿Hacen falta nombres? Pues ahí van unos cuantos cuyos títulos y méritos profesionales omito por ser de sobra reconocidos: Juan Velarde, José Tomás Raga, José Ramón Pin Arboledas, Javier Morillas, Rafael Pampillón y un larguísimo etcétera que me ahorro el citarlos.


Hay sujetos que ante cualquier cuestión o problema civil siempre quieren que los obispos hablen, que se “mojen”. Y digo yo, ¿para qué, para que resbalen en el suelo encharcado y se rompan la crisma? Este es un asunto muy viejo de quienes no se atreven a opinar por sí mismos y quieren que los obispos les saquen las castañas del fuego, siempre que la opinión pública de las mitras pueda coincidir con la suya.


En mis tiempo de enredador político-sindical ya había quienes decían estas cosas para ampararse o apoyarse en algún cayado episcopal a fin de levantar un poquito –muy poquito- la voz en defensa de las libertades que había suprimido el régimen aquel. A mí, esta actitud siempre me pareció desleal con la Iglesia. Si realmente estos tales tenían algo que decir, que lo dijeran por sí mismos en virtud de su condición de ciudadanos, aunque tuviéramos muchas limitaciones. Siempre había formas de enseñar la patita. Claro, te arriesgabas, si lo sabía yo, que bien lo sufrí.


Pero el mundo seglar es cosa de seglares. Sin impedimento de que la jerarquía pueda analizarlo y juzgarlo desde una óptica moral en función de su misión pastoral. Ahora bien, cuidando mucho lo que dice para no mear fuera del tiesto. Que es lo que ocurre con más frecuencia de la necesaria por falta del pertinente asesoramiento.



Hijos de Dios, luego hermanos



Nos sorprendemos llamándonos hermanos. Nos puede causar cierta extrañeza o gracia, porque estamos acostumbrados a ir a lo nuestro, sin corresponsabilizarnos de los demás. Sin embargo sí tenemos claro que somos y queremos ser hijos de Dios, aunque sea de forma adoptiva, por eso de la dignidad e igualdad. Pero lo cierto es que hay más que una urgente llamada a mayor caridad y fraternidad con los demás. No nos hacemos a nosotros mismos. No se nos pidió permiso para que existiéramos y naciéramos. Tampoco para la hora de nuestra muerte. Somos, por naturaleza, dependientes, necesitados, contingentes, y por tanto mendigos. Somos suyos.



Al madurar, normalmente, aunque sólo sea por edad, los hijos se van de casa buscando mayor formación y trabajo. Pero en este caso, respecto de Dios, más que hijos, al deberle la vida y el destino, al ser tan dependientes, somos suyos. Es bueno saberlo, ser conscientes y mejor aún reconocerlo, vivirlo y peguntarnos: ¿Cómo vivir de acuerdo a nuestra realidad, ser, identidad? ¿Cómo superar las quejas, los prejuicios y el desamor diario?


Hoy en el Evangelio Jesús nos responde indicándonos lo principal: necesitamos a Dios y a los demás para ser nosotros mismos. Si Dios no llena todo nuestro corazón, toda nuestra alma y todo nuestro ser, es decir, si al prójimo no le queremos como a nosotros mismos, nuestra humanidad se aísla, no reconoce su origen, no encuentra el camino de su destino, se pierde, no se realiza. Si no nos amamos a nosotros mismos como Dios nos ama, ¿cómo vamos a poder amar al prójimo?


Dios no nos ha abandonado a nuestra suerte sin indicarnos un método, una compañía en la cual podamos decir “yo”, en la que pedir y vivir su Presencia que nos hace. Le importamos a Dios tanto que se ha hecho uno de nosotros. Y no sólo nos ha hecho semejantes a Él, sino que nos ha dicho que el mandamiento de amarnos entre nosotros es semejante al de amarle a Él. Y que si no nos queremos no podemos decir que le amemos a Él. La compañía que nos ha dado para reconocerle, para volver a Él, para vivir su Presencia, es Su Pueblo, es la Iglesia. ¿Cómo nos da por decir que somos cristianos si no hacemos caso a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, sabiendo que lo que hacemos, o no, a los demás se lo hacemos, o no, a Él mismo?


Vivir intensamente la realidad, revivir la experiencia de Cristo es hacer memoria de Él, descubrirle presente en el otro, y presentado de muchas maneras en las distintas circunstancias de la vida como interpelación a nuestra fe, voluntad e identidad. Se trata de comprender cómo nos llama Dios, concretando nuestro seguimiento dando respuesta al que tenemos al lado, en nuestra propia familia, con los amigos, en el trabajo...


Reconociendo nuestra dependencia de Dios y de los demás, donde Él está presente, podemos estar en condiciones de nacer y conocer de nuevo: corregir nuestros prejuicios o juicios apresurados, confiar más, reconciliarnos de verdad, vivir más en paz, y por tanto, ser auténticos, verdaderos y felices.


Salimos ganando amando, obedeciendo,… siguiendo a Cristo. No perdemos nada dándole nuestro corazón, nuestra alma y todo nuestro ser, porque nos lo da todo: Su Misericordia, Su Presencia, la salvación, cada día. Podemos ser auténticamente nosotros mismos, en plenitud de libertad, responsabilidad y conciencia. El encuentro con Él hace surgir en nosotros una esperanza que ya no decae; un deseo infatigable por todo lo bello, bueno y verdadero; un conocer, vivir, experimentar nuevo y auténtico, es decir, el desarrollo de nuestra personalidad de hijos de Dios, para lo que hemos sido llamados por Él a la vida.


Somos sus amigos si hacemos lo que Él hoy nos pide, porque sabemos de quién nos hemos fiado y que es para nuestro bien. Él da la gracia para seguirle. Y, por muy incoherentes e hipócritas que nos veamos a Él le basta que nos levantemos una y otra vez, que le expresemos nuestro amor y confianza en Su Misericordia, porque Él nos ha llamado y en cada instante nos da la oportunidad de cambiar, confiando en nosotros como Buen Padre, Maestro y Guía que es.



El Papa propone encontrar el rostro de Dios en los más frágiles en vez de usar «leyes y preceptos»

El Papa ha propuesto encontrar el rostro de Dios en los más frágiles, pequeños e indefensos en vez de hacer uso de «leyes y preceptos» durante el Ángelus de este domingo.

Asomado a la ventana de su estudio privado, en el Palacio Apostólico Vaticano el Papa ha afirmado que ante «los prefectos y prescripciones- las leyes de ayer y hoy» Jesús invita a buscar el rostro de Dios en los más débiles porque no se puede separar «la vida religiosa del servicio a los demás».


«No nos da dos fórmulas o dos prefectos sino dos rostros, es más uno solo: el de Dios que se refleja en tantos rostros, en el rostro de cada hermano, especialmente del más pequeño, más frágil e indefenso está presente la imagen misma de Dios», ha expresado.


Ante miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro el Papa ha inquirido: «¿Somos capaces de reconocer en él el rostro de Dios?». Por otro lado, ha comentado que «el amor es la medida de la fe y la fe es el alma del amor» al tiempo que ha recordado la Encíclica de Benedicto XVI «Dios es amor» para subrayar que el amor a Dios y a los demás son «inseparables y complementarios».Durante su catequesis, ha explicado que la Ley divina se resume en «el amor a Dios y al próximo». Ha relatado que es primer mandamiento «no porque esté en la cima del elenco de los mandamientos», ya que Jesús lo pone en el centro y no en lo alto «porque es el corazón desde donde debe partir y adonde debe volver». Así ha expresado que para ser santos hay que preocuparse de los más débiles «el extranjero, el huérfano o la viuda» como recoge el Antiguo Testamento.


En este sentido, ha recordado que no se puede dividir la oración, los sacramentos, o el encuentro con Dios «de la escucha al otro, de la cercanía a su vida y a sus heridas». «No se puede amar a Dios sin amar a los demás y no se puede amar a los demás sin amar a Dios», ha exclamado.


Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus:


¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!


El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para probar a Jesús (cfr 22,34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta : «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»(v. 36). Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento» (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: «El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Este segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro del Levítico. Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos – el amor por Dios y el amor por el prójimo – revelando que son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos ha dejado un bellísimo comentario sobre este tema en su primera Encíclica Deus caritas est (nn. 16-18).


En efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar el amor de Dios al mundo y a los demás, a su familia, es el amor por los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.


Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero, el huérfano, la viuda (cfr Es 22,20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.


A este punto, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, de piedad, del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a sus heridas. Acuérdense de esto: el amor es la medida de la fe. Tú ¿cuánto amas? Cada uno se responda ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.


En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones – de los legalismos de ayer y de hoy – Jesús abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos y fórmulas; nos entrega dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado está presente la imagen misma de Dios. Y deberiamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Cristo: ¿somos capaces de esto?


De esta forma Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él nos dona el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don de amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un solo rostro: la ley del amor.


(Traducción del italiano, Raúl Cabrera - Radio Vaticano)


Saludos del Santo Padre después de la Oración Mariana:


Queridos hermanos y hermanas,


Ayer, en São Paulo en Brasil, ha sido proclamada Beata la Madre Assunta Marchetti, nacida en Italia, co-fundadora de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo – Scalabrinianas. Era una hermana ejemplar en el servicio a los huérfanos de los emigrantes italianos; ella veía a Jesús presente en los pobres, en los huérfanos, en los enfermos, en los emigrantes. Demos gracias al Señor por esta mujer, modelo de incansable trabajo misionero y de valerosa dedición en el servicio a la caridad. Este es un llamado, sobre todo la confirmación de lo que hemos dicho antes, acerca de buscar el rostro de Dios en el hermano y la hermana necesitados.


Saludo con afecto a todos los peregrinos provenientes de Italia y de los diferentes Países, iniciando por los devotos de la Virgen del Mar, de Bova Marina, en Reggio Calabria. Recibo con alegría a los fieles de Lugana en Sirmione, Usini, Portobuffolê, Arteselle, Latina e Guidonia; como también a aquellos de Losanna en Suiza, Marsella en Francia. Dirijo un saludo especial a la comunidad peruana de Roma, aquí presente con la sagrada Imagen, que veo del Señor de los Milagros. También saludo a los peregrinos de Schoenstatt, estoy viendo desde aquí la imagen de la Madre.


Les agradezco a todos y los saludo con afecto.


Por favor, no se olviden de rezar por mí. Les deseo buen domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


(Renato Martinez – Radio Vaticano)