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samedi 7 mars 2015

El Papa pide sintonía entre lo que celebra la liturgia «y lo que vivimos en nuestra existencia»

El 7 de marzo de 1965, Pablo VI celebraba por primera vez una misa no en latín, sino en italiano. Fue en la parroquia de Ognissanti (Todos los Santos) en Roma. Medio siglo después, el papa Francisco ha recordado aquel paso dado por la Iglesia --el inicio de la gran reforma litúrgica del Concilio Vaticano II-- con una eucaristía en el mismo templo elegido por el hoy beato.

Una multitud jubilosa de fieles, formada por los feligreses y los representantes del mundo orionista provenientes de Roma e Italia, ha dado este sábado la bienvenida al Santo Padre; en la primera fila estaban las personas con discapacidad acogidas en las casas de la Obra de Don Orione y 20 mujeres sin hogar hospedadas en el Centro de Acogida de la parroquia.


En el patio del Instituto San Felipe Neri, muchas personas que no tenían sitio en el templo han seguido la ceremonia a través de una pantalla gigante. La misa ha comenzado a las 18 horas; acompañando al Santo Padre estaban el cardenal Agostino Vallini, vicario para la diócesis de Roma, y el cardenal Walter Kasper, titular de la iglesia de Ognissanti.


Unión entre la liturgia y la vida

Durante la homilía, el Pontífice ha aludido al pasaje del Evangelio en el que Jesús se enfrenta a los mercaderes del templo en Jerusalén, donde dice “¡No hagáis de la casa de mi Padre un mercado!”. “Esta expresión no se refiere solamente al mercadeo que se practicaba en el patio del templo. Se refiere también a un cierto tipo de religiosidad”, ha explicado.


“El gesto de Jesús es un gesto de ´limpieza´, de purificación, y la actitud que Él desautoriza se puede obtener de los textos proféticos, según los cuales a Dios no le gusta un culto exterior hecho de sacrificios materiales y basados en los propios intereses. Es el reclamo al culto auténtico, a la correspondencia entre liturgia y vida; un reclamo que vale para cada época y también hoy para nosotros”, ha añadido.


El papa Francisco ha señalado también que “la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium define la liturgia como ´la primera e indispensable fuente a la que los fieles pueden dibujar el verdadero espíritu cristiano´. Esto significa reafirmar el lazo esencial que une la vida de discípulo de Jesús y el culto litúrgico”. “Esto no es ante todo una doctrina que comprender, o un rito que cumplir --naturalmente también es esto--, sino que es esencialmente una fuente de vida y de luz para nuestro camino de fe”, ha enfatizado.


Así, el Santo Padre ha recordado que “la Iglesia nos llama a tener y promover una vida litúrgica auténtica, para que exista sintonía entre aquello que la liturgia celebra y aquello que nosotros vivimos en nuestra existencia”.


“El discípulo de Jesús no va a la iglesia solo para observar un precepto, para sentirse bien con un Dios que después no debe ‘molestar’ demasiado; va a la iglesia para encontrarse con el Señor y encontrar en su gracia, que obra en los Sacramentos, la fuerza de pensar y actuar según el Evangelio”, ha destacado el Pontífice.


“No podemos sustituir con ‘homenajes religiosos’ aquello que es debido al prójimo, posponiendo una verdadera conversión. El culto, las celebraciones litúrgicas, son el ámbito privilegiado para escuchar la voz del Señor, que guía sobre el camino de la rectitud y de la perfección cristiana”, ha insistido.


En este sentido, “se trata más bien de hacer un camino de conversión y de penitencia, de eliminar de nuestras vidas las escorias del pecado, como hizo Jesús, limpiando el templo de intereses mezquinos”.


El Papa ha concluido sus palabras afirmando que “justo aquí, hace cincuenta años, el beato Pablo VI inauguró, en cierto sentido, la reforma litúrgica con la celebración de la misa en la lengua que hablaba la gente. Espero que esta circunstancia reviva en vosotros todo el amor por la casa de Dios. En ella encontraréis una gran ayuda espiritual”.


La familia espiritual de Don Orione

Después de la Eucaristía, en la que también se ha conmemorado el 75 aniversario del fallecimiento de San Luis Orione, Francisco ha saludado a los Consejos Generales de los Hijos de la Divina Providencia, de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, de la Provincia de Italia; a la responsable general del Instituto Secular Orionista, al coordinador general del Movimiento Laical Orionista, a los religiosos de la comunidad de la parroquia de Ognissanti y de la Curia General.


Sobre las 19.15 horas, en el patio del Instituto San Felipe Neri, donde se encontraba reunida la gente que ha seguido la Santa Misa en una pantalla gigante, el Papa ha tenido tiempo solo para un breve saludo y una bendición antes de regresar a la Casa Santa Marta, en el Vaticano.



El Papa evoca ante 80.000 miembros de Comunión y Liberación lo mucho que le influyó Giussani







































El Papa evoca ante 80.000 miembros de Comunión y Liberación lo mucho que le influyó Giussani

El encuentro de Francisco con Comunión y Liberación fue muy cálido.




Entrañable, alegre y multitudinario encuentro el celebrado la mañana de este sábado en el Vaticano en la audiencia del Papa Francisco con aproximadamente 80.000 fieles de Comunión y Liberación llegados de 47 países del mundo, reunidos en la plaza de San Pedro de Roma.

El Santo Padre, muy agradecido por el cariño con el que fue recibido y por las palabras de Julián Carrón, presidente de la Fraternidad Comunión y Liberación, aseguró que la labor de monseñor Luigi Giussani, el fundador, ha marcado tanto su vida sacerdotal como la personal a través de sus libros y artículos. “Su pensamiento es profundamente humano y llega hasta el más íntimo anhelo del hombre”, aseguró Francisco. Y así recuerdó la importancia que tenía para monseñor Giussani el encuentro, “el encuentro no con una idea, sino con una Persona, con Jesucristo” que es quien “nos da la libertad”.


Seguido de fervorosos aplausos a cada una de las ideas de su discurso, el Papa insistió en que el camino de la Iglesia es dejar que se manifieste la gran misericordia de Dios y lo compara con el impulso alegre de la flor del almendro, que es como Jesús para toda la humanidad. El Papa Bergoglio pidió a los fieles que recuerden que el centro es Jesucristo, tanto en nuestra espiritualidad como en nuestra vida (“¡En el centro sólo está el Señor!”) y en esta línea les recordó también que el camino de la Iglesia es salir a la búsqueda de los lejanos en las periferias para “servir a Jesús en cada persona marginada, abandonada, sin fe, decepcionada por la Iglesia, prisionera de su propio egoísmo”.




Los Diez Mandamientos

En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios.

Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas.


Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15).


La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa.


El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar.


A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros. En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos.


Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien.


Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente. Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente.