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mercredi 21 janvier 2015

La primera esposa de Hawking impidió que lo matasen y cuenta que sólo la fe la mantuvo firme

«¡Por favor, Señor, que Stephen esté vivo!».

Atrapada en un agujero negro de terror y angustia cuando le comunicaron por teléfono que su marido, el científico más famoso del mundo, estaba al borde de la muerte, Jane Hawking susurró en voz baja esta desesperada plegaria. Como tantas otras veces, se aferró a Dios, ese Dios en el que ella siempre creyó «para resistir y mantener la esperanza» frente al ateísmo ferviente de su esposo enfermo, que despreciaba e incluso se burlaba de sus «supersticiones religiosas», porque «la única diosa de Stephen Hawking es y siempre fue la Física».


La desgarradora escena -narrada por Jane Hawking en Hacia el infinito (ed. Ariel), su libro de memorias recién publicado en España- tuvo lugar hace casi 30 años en Ginebra.


Los médicos suizos querían matarlo

Fue en el verano de 1985 cuando una neumonía virulenta dejó al profesor Hawking en coma y estuvo a punto de matarlo, mientras participaba en una escuela de verano en el CERN.


Hasta tal punto fue así, que los médicos suizos le dieron a entender a Jane que no había nada que hacer, y que si ella les daba su autorización, desconectarían la respiración artificial que mantenía vivo a su marido para dejarle morir con el mínimo dolor posible.


Jane, sin embargo, se negó en redondo: «Desconectar el respirador era impensable. ¡Qué final más ignominioso para una lucha tan heroica por la vida! ¡Qué negación de todo por lo que también yo había luchado! Mi respuesta fue rápida: Stephen debe vivir».


La situación era tan dramática que los médicos no tuvieron más remedio que llevar a cabo una traqueotomía, una operación que le salvó la vida al científico pero también le dejó sin habla, obligándole desde entonces a comunicarse con la legendaria voz robótica de su sintetizador.


Él vivió... y ha dado mucho fruto para la ciencia

En todo caso, Jane no se equivocó cuando tomó la decisión de mantener vivo a su marido a toda costa: tres décadas después, el infatigable astrofísico acaba de cumplir 73 años el pasado 8 de enero, sigue en activo escribiendo libros superventas y dando conferencias multitudinarias, no para de viajar por todo el mundo, y su extraordinaria vida acaba de llevarse a la gran pantalla en La teoría del todo, la película nominada para los Oscar que se estrenó el pasado viernes en España.


Sin embargo, lo que no resistió el paso del tiempo fue su matrimonio con Jane, en cuyas memorias se basa el guión del filme. Hacia el infinito es una montaña rusa de emociones fuertes que relata la impresionante odisea de amor y desamor, felicidad y sufrimiento, éxtasis y miseria del brillante genio ateo y su admirable mujer creyente, divorciados desde 1991, cuando el astrofísico dejó a Jane por Elaine Mason, una de sus enfermeras.


La heroína oculta tras la historia

Cuatro meses después de que EL MUNDO publicara una entrevista exclusiva con el profesor Hawking realizada en Tenerife, este periódico ha viajado hasta Cambridge para dialogar con la heroína oculta de su historia. La mujer que -como reconoce el astrofísico en su propia autobiografía, Breve Historia de mi vida (ed. Crítica)- le dio «un motivo para vivir» cuando le diagnosticaron su cruel enfermedad degenerativa a los 21 años, y se ocupó de cuidarle durante un cuarto de siglo hasta su tormentoso divorcio.


Ellla habla español y estudió las jarchas

«Quiero que hagamos toda la entrevista en español», nos dice Jane con un entrañable acento British, nada más abrirnos la puerta de su acogedora casa y ofrecernos de inmediato la clásica taza de té. La primera mujer de Hawking habla con gran elocuencia el idioma de sus poetas favoritos, Lorca y Neruda, ya que desde su adolescencia, cuando sus padres le llevaron de vacaciones a España, se quedó hipnotizada por nuestra cultura.


A pesar de haber tenido que cuidar de su marido discapacitado durante 25 años, además de criar a los tres hijos que tuvieron en común, Jane también logró licenciarse en Filología Hispánica por la Universidad de Londres y (aunque tardó 13 años) consiguió terminar una tesis doctoral sobre la poesía medieval de la Península Ibérica, que analizó en profundidad las jarchas de la España musulmana.


Stephen y Jane Hawking durante su boda, en 1965.

«Fue precisamente en Granada cuando me di cuenta de que me había enamorado de Stephen», recuerda Jane con el brillo de la nostalgia en sus ojos, rodeada de las múltiples flores que decoran la terraza cubierta de su casa en Cambridge.


«Después de terminar la carrera, pasé un verano viajando por España y estuve mucho tiempo en La Alhambra. Me senté en los jardines del Generalife, pensando mucho sobre mi vida, y me di cuenta de que verdaderamente estaba enamorada de Stephen porque no quería estar allí, en el lugar más romántico del mundo, sino que quería volver a Inglaterra para estar con él».


Lo conoció un mes antes de su enfermedad

Jane había conocido a Stephen el primer día de 1963, en una fiesta de Año Nuevo que se celebró en casa de unos amigos en Saint Albans, una ciudad romana cerca de Londres donde vivían sus familias. Allí se fijó en un joven con el pelo alborotado, una chaqueta negra de terciopelo y una excéntrica pajarita roja que no paraba de hacer bromas sobre sus desastrosos exámenes finales en Oxford (por aquel entonces a Hawking, aunque siempre fue brillante, le gustaba mucho más salir de fiesta que estudiar).


Fue precisamente aquel sardónico sentido del humor, hoy tan conocido en todo el mundo, lo que le fascinó a la joven Jane: «Conseguía verle el lado gracioso a todo y pensé que era alguien con quien podía entenderme. Parecía un poco tímido, como yo, pero tenía ese gran sentido del humor, que me atraía mucho».


El flechazo fue mutuo, pero tan sólo un mes después, Jane se enteró de que aquel chico que le gustaba tanto había recibido la noticia más dramática imaginable. Tras empezar a tropezarse continuamente sin ningún motivo aparente, e incluso sufrir serias dificultades hasta para atarse los cordones de los zapatos, los médicos le diagnosticaron la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), un trastorno neurodegenerativo que generalmente suele condenar a sus víctimas a una esperanza de vida de dos o tres años como mucho.


A Jane, sin embargo, la tremenda noticia no enfrió su atracción por Hawking, sino todo lo contrario. «Era un desafío, pero yo creía que juntos podríamos vencer a la enfermedad», recuerda.


«Yo era muy joven, y cuando uno es muy joven, no piensa en la muerte. La muerte está ahí para superarla, y yo estaba segura de que íbamos a ganar la batalla. Estábamos enamorados, en un estado de euforia. Decidimos casarnos, y la verdad es que no pensábamos mucho en la enfermedad. Aún éramos lo bastante jóvenes para ser inmortales».


Así, la valiente pareja se embarcó en una aventura matrimonial que les llevó a saborear las mieles del triunfo académico de Hawking, cuyos éxitos científicos le llevaron a convertirse en poco tiempo en uno de los astrofísicos más respetados del planeta.


Mucho antes de que se convirtiera en una estrella mundial mediática a mitades de los 80 -tras la publicación de su mítico libro superventas, Historia del Tiempo - los trabajos de Hawking sobre los agujeros negros le transformaron en una de las figuras más prestigiosas de su disciplina con sólo 28 años. «Yo siempre supe que era un genio y que iba a triunfar en la ciencia», asegura Jane.


Su cuidadora antes de que llegara el dinero

Pero hasta que llegó la época de los best-seller, los contratos multimillonarios, el glamour de los flashes y el amplio ejército de enfermeras con el que Hawking cuenta en la actualidad las 24 horas del día, fue Jane la que -prácticamente sola y sin ayuda de nadie- se ocupó no sólo de su marido enfermo, sino de sus tres niños: Robert, Lucy y Tim.


Conforme avanzaba la cruel enfermedad de su marido, más dependiente se volvía de ella, y más duro era el desafío de bañarle, asearle, vestirle y darle de comer cucharada a cucharada al brillante cerebro con el cuerpo paralizado.


La fe, clave de su fuerza

Cuando le pregunto a Jane cómo soportó este calvario, su respuesta desvela la gran paradoja del matrimonio Hawking: la clave de su resistencia fue precisamente la fe en ese Dios rechazado por las teorías cosmológicas del profesor Hawking.


«Yo entendía las razones del ateísmo de Stephen, porque si a la edad de 21 años a una persona se le diagnostica una enfermedad tan terrible, ¿va a creer en un Dios bueno? Yo creo que no», admite Jane.


«Pero yo necesitaba mi fe, porque me dio el apoyo y el consuelo necesarios para poder continuar. Sin mi fe, no habría tenido nada, salvo la ayuda de mis padres y de algunos amigos. Pero gracias a la fe, siempre creí que iba a superar todos los problemas que me surgieran».


Cuando me explica la importancia crucial de la religión en su vida, no me resisto a enseñarle la portada de EL MUNDO en la que publicamos nuestra entrevista con su ex marido, cuyo titular fue: «El milagro no es compatible con la ciencia».


En cuanto lee estas palabras, Jane esboza una sonrisa irónica y dispara: «¿Dijo eso? Pues tiene gracia, porque yo creo que es un milagro que él siga vivo. Es un milagro de la ciencia médica, de la determinación humana, son muchos milagros juntos. Para mí es muy difícil explicarlo».


Su ateismo se fue haciendo más radical

De hecho, la ex mujer de Hawking cree que, con el tiempo, el ateísmo del astrofísico se volvió progresivamente más radical, mientras ella necesitaba aferrarse cada vez más a sus creencias religiosas, y éste fue uno de los factores fundamentales que les distanció y erosionó su matrimonio.


En su libro, Jane escribe que mientras Stephen «se mofaba» de la religión, ella «necesitaba fervientemente creer que en la vida había algo más que los meros hechos de la leyes de la Física y la lucha cotidiana por la supervivencia», porque el ateísmo de su marido «no podía ofrecer consuelo, bienestar ni esperanza respecto a la condición humana».


Ella casi pensó en suicidarse

En medio de esta tensión creciente, el tremendo esfuerzo físico y psicológico de cuidar de su marido y los niños fue «minando mi optimismo», recuerda Jane, y la «falta de comunicación» de un hombre enfermo y «casado con la Física» le llevó a una situación límite: «Sólo pensar en mis hijos me impedía arrojarme al río... rezaba por recibir ayuda con la desesperada insistencia de una potencial suicida».


Fue entonces cuando una amiga le animó a que se uniera al coro de su parroquia local para poder distraerse del infierno en el que se estaba convirtiendo su propio hogar, y así es como conoció a Jonathan Hellyer Jones, el organista y director del coro del que se enamoró y que acabó convirtiéndose en su marido tras divorciarse de Hawking. Jonathan -un hombre viudo que había perdido a su mujer por una leucemia y que, como Jane, era creyente- se convirtió no sólo en un amigo y confidente, sino en el apoyo vital que Jane necesitaba para seguir cuidando de Hawking y sus hijos. Fue gracias a Jonathan, escribe Jane, que durante años «pude mantener la cordura, desahogar mis penas y sentirme querida».


En su propia autobiografía, sin embargo, el astrofísico habla con dureza de una relación a la que en principio no se opuso porque entendía que a Jane «le preocupaba que yo muriera pronto, y quería que alguien los mantuviera a ella y a los niños cuando yo no estuviera».


Pero con el tiempo, el profesor Hawking confiesa que «fui sintiéndome más infeliz por la relación cada vez más estrecha que existía entre Jane y Jonathan. Al final no pude aguantar más la situación y en 1990 me mudé a un piso con una de mis enfermeras, Elaine Mason».


Cuando le pregunto a Jane por la versión que da su marido de este doloroso episodio, su tensa respuesta refleja hasta qué punto las heridas de aquella dramática ruptura no han cicatrizado del todo: «Sólo diré una cosa: si Jonathan no hubiera entrado en mi vida, yo me hubiera suicidado».


Reconciliación y encuentros

Pero a pesar de todo, las memorias de Jane tienen un final feliz. Desde que Hawking se divorció de Elaine Mason en 2007, Jane se ha reconciliado con su ex marido y ahora son frecuentes los encuentros de la antigua pareja con sus tres hijos.


Aunque hoy le sigue reprochando que «nunca me ha agradecido nada», su libro finaliza con un emotivo homenaje al genio que, sobre todo gracias a ella, se convirtió en el científico más famoso del mundo, e incluso logró cumplir su sueño de volar en gravedad cero: «Su sonrisa mientras flotaba en ingrávida liberación me conmovió profundamente, y me indujo a reflexionar sobre el gran privilegio que fue viajar con él, aunque fuera una corta distancia, hacia el infinito».



El obispo de Maiduguri pide que tropas occidentales acudan a Nigeria a combatir a Boko Haram

Oliver Dashe Doeme, de 54 años, obispo de Maiduguri, en el noreste de Nigeria, ha pedido a los países occidentales que envíen tropas para combatir al grupo terrositas islámico Boko Haram, que ha causado ya miles de víctimas entre los cristianos del país. Su diócesis se encuentra en el epicentro de la acción criminal de dicho grupo.

En una entrevista concedida a Ayuda a la Iglesia Necesitada que recoge Catholic Herald , monseñor Doeme lamenta que las fuerzas armadas nigerianas estén debilitadas por la incompetencia, la corrupción y la infiltración de Boko Haram. Las ve desbordadas ante el hecho de que los yihadistas están reclutando también en Níger, Chad, Camerún y Libia. "Occidente debería traer fuerzas de tierra para frenar y derrotar a Boko Haram. Es necesaria una campaña militar concertada para derrotarles", dijo el obispo recordando la intervención de Francia en Mali a principios de 2013.


El reciente ataque a la ciudad de Baga, donde algunas fuentes hablan de dos mil asesinatos, demuestra la ineptitud de los militares nigerianos, según el prelado, que pidió que fuesen cesados los mandos incapaces de hacer frente al grupo terrorista.


Además, "el gobierno nigeriano sabe quién está financiando Boko Haram".


Confianza en la Santísima Virgen

En los últimos cinco años, la diócesis de Maiduguri se ha visto diezmada, con cincuenta iglesias y capillas destruidas y unas doscientas abandonadas. Casi 70.000 de los 125.000 fieles han abandonado sus hogares y aproximadamente mil han sido asesinados por Boko Haram: "Les apuntan con una pistola o un cuchillo y les dicen que les matarán si no se convierten. Varios han sido asesinados por rechazar convertirse [al islam]".


Ayuda a la Iglesia Necesitada ha donado 45.000 euros a la diócesis para atender a los desplazados, y 37.000 euros para estipendio de los sacerdotes diocesanos, muchos de ellos refugiados en la vecina diócesis de Yola.


"La amenaza a la que hacemos frente presenta un futuro muy oscuro para la Iglesia. Muchos de nuestros miembros están dispersos y otros han sido masacrados. En algunas áreas ya no hay cristianos", cuenta el obispo: "Pero la Iglesia pertenece a Cristo. La Iglesia permanecerá fuerte y muchas de nuestras gentes han vuelto a su tierra cuando ha sido reconquistada por los soldados nigerianos".


"Lo más importante", concluye monseñor Doeme, "es rezar por nuestro pueblo. Sé que hay gente rezando por nosotros y estoy muy agradecido. Pido a la gente que rece el Avemaría, porque María, nuestra madre, ha estado ayudando a nuestra causa. Tenemos mucha devoción a la Santísima Virgen".



Cuando era ministro de Salud en Chile, apoyaba algunos abortos; hoy ninguno, ni en casos límite

"Este nieto que tengo aquí tiene nueve meses y estuvo a punto de ser abortado", dice el ex ministro de Salud Jorge Jiménez de la Jara, a sus 71 años, mientras contempla el fondo de pantalla de su computador.

"A mi hija que vive en Estados Unidos le detectaron durante el embarazo que tenía muy elevada una proteína que se asocia a la espina bífida. Eso podía hacer que no se cerrara el canal neural (y las últimas vértebras de la columna) y en consecuencia que el niño naciera con parálisis en las piernas o dificultades para caminar. Por eso le ofrecieron abortar", confiesa el militante DC, ex ministro de Salud en Chile con Patricio Aylwin.



Pediatra y actual profesor de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Católica -donde compartió espacio con la ex ministra Helia Molina-, revela que su pensamiento ha evolucionado respecto del aborto.


Hace 20 años, cuando era parte del primer gobierno de la Concertación en Chile, decía estar abierto a practicarlo en algunos casos.


Hoy, lo rechaza completamente.


El debate sobre el aborto terapéutico cobró fuerza luego de que la ministra Molina renunciara tras afirmar que en "las clínicas cuicas" [de ricos o esnobs, en lenguaje informal en Chile] se practican abortos, momento en el cual además el Gobierno anunció que este mes de enero mandará el proyecto de ley sobre el tema.


-La ley chilena no permite ningún tipo de aborto, ¿está bien?

-Es adecuada, aunque me hace ruido que las madres que cometen aborto sólo por evitar el embarazo tengan que irse presas. No tiene sentido. La persona que practica el aborto pone el cuchillo, no la mujer, que puede estar en una situación sicológica de desamparo.


-¿Y cuando el feto es inviable?

-El aborto es un acto en que la mujer nunca sabrá cómo iba a ser ese niño, no lo va a ver... y tiene que verlo. Conozco casos de mujeres que nunca han visto a sus hijos cuando nacieron y que después han muerto; esas mujeres quedan con un vacío enorme por no haber podido verlo. Es como los desaparecidos, pasa lo mismo que la desaparición de un cuerpo. La gente que nunca más vio a su hijo porque lo secuestraron y luego lo asesinaron (como en México, Argentina o aquí) queda con una herida para siempre.


Jiménez sabe bien de lo que está hablando.


"Yo perdí un hijo de 29 semanas que nació prematuro porque tenía RH negativo. Yo lo recibí y traté porque era pediatra del Roberto del Río, pero mi señora casi no lo vio, apenas cuando lo sacaron en la cesárea y luego cuando murió. Para nosotros fue un drama. Para mí fue terrible porque murió en mis brazos, pesaba un kilo 400 gramos e hicimos todo lo posible, pero era 1974 y no había respiradores", recuerda.


Y agrega: "Pero mi señora tuvo un daño mucho mayor, porque ella nunca lo vio. Si uno hace una comparación, es como que lo secuestraran y quedó desaparecido. Es preferible ver al niño y acompañar a los padres en el proceso de dar a luz un niño no viable, porque el duelo es necesario. Esperar a que se muera es mucho más humano que abortarlo. Eso, antes que hacer el raspado y botar los restos humanos a la basura, porque eso es lo que pasaba. Yo trabajé en la Maternidad del José Joaquín Aguirre y ahí los abortos se iban a la basura".



Jiménez, quien está trabajando en temas de bioética, cree que "la presentación de esta ley va a ser una oportunidad para educar. El argumento es que el 70% de la opinión pública está a favor del aborto terapéutico, pero todos sabemos que las encuestas no representan una reflexión adecuada".


-¿Cuándo empieza la vida?

-Cuando ocurre la primera segmentación del óvulo fecundado, que puede que no esté implantado todavía. Ahí hay una discusión, porque antes se decía que la vida comenzaba recién con el implante del óvulo, pero existe la posibilidad de que el óvulo fecundado no se implante y ni siquiera sea un aborto, sino un no implante. Eso ocurre mucho en la vida procreativa de una mujer.


-En el caso de violación, ¿también rechaza el aborto?

-Si hay una niña de 13 años que fue violada... el daño ya está hecho: la violación y el embarazo. Y agregarle un aborto a esa niña es más complicado.


-El Gobierno en esta materia quiere retomar la postura de la época de Frei Montalva y usted, aun siendo DC, no lo comparte.

-En esa época se buscaba evitar el aborto clandestino porque la mortalidad de mujeres por ese hecho era el mal mayor y el mal menor era prevenir esa mortalidad. Además, fue antes de la encíclica Humane Vitae (que se opone al aborto). Lo importante es preservar el criterio de las personas para que puedan tomar decisiones adecuadas, más que estar siempre reglamentados por un juez o por una autoridad.


De hecho, dice mirando su computador, "si mi hija hubiera dicho abortemos, porque no podemos permitir el riesgo de tener un hijo con este problema , hoy no tendría esta maravilla de nieto".


TRAYECTORIA

Médico cirujano de la Universidad de Chile (1968).

Ministro de Salud de Patricio Aylwin (1990-92).

Profesor del Departamento de Salud Pública de la Universidad Católica.

Autor del libro «Angelitos salvados», sobre el avance en el control de la natalidad en Chile.