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jeudi 11 septembre 2014

Los cambios que pide Francisco

Hace unos días, durante su homilía en la misa matutina en la capilla de la casa Santa Marta, el Papa Francisco hablaba de la novedad que significa siempre el Evangelio, y pedía no tener miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio. “La Iglesia nos pide, a todos nosotros, algunos cambios. Nos pide que dejemos de lado las estructuras caducas: ¡no sirven! Y que tomemos odres nuevos, los del Evangelio”.

En realidad Francisco estaba describiendo un dinamismo que ha estado siempre presente durante veinte siglos de historia de la Iglesia: ésta debe cambiar continuamente para ser fiel a su origen, debe purificarse de las gangas y adherencias de la historia para que reaparezca siempre el rostro de su Señor ante el mundo. En vísperas de la apertura del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, podemos evocar la gran epopeya de la reformadora del Carmelo para ilustrar todo esto, pero habría ejemplos para no acabar.


Lo curioso es que estas palabras del Papa hayan sembrado, a diestro y siniestro, inquietud e irritación en unos casos, y un sospechoso entusiasmo en otros. La inquietud y el enfado provienen de quienes esperan tras cada esquina una confirmación de que Francisco es un Papa de ruptura, dispuesto a malbaratar la Tradición de la Iglesia. Mientras, en otra orilla, se produce un entusiasmo fundado exactamente en la misma presunción, según la cual estaríamos en la antesala de una suerte de revolución, la que algunos llevan años pergeñando en sus sueños y en sus publicaciones. El asunto es serio, pero a veces es mejor esbozar una mueca irónica: a unos y otros habría que pedirles más atención a lo que hace y dice realmente un Papa forjado en el manantial de San Ignacio de Loyola, que suplica como Teresa de Jesús la gracia de morir en la Iglesia, que insiste en que ésta no es una ONG sino la presencia de la salvación de Cristo en la historia, y que se refiere a los mártires como la garantía de una fe que no se adapta a las modas de los tiempos y que acepta recorrer el necesario camino de la cruz. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.


Dejar de lado estructuras caducas no es, desde luego, un principio revolucionario en la vida de la Iglesia, sino un principio genético de su desarrollo en la historia, por decirlo con palabras que quizás hubiesen gustado al beato John Henry Newman. Pero si hay alguien que ha sostenido y explicado ese principio genialmente en los últimos tiempos, ese ha sido Benedicto XVI. Cuando todavía era un joven y prometedor teólogo, Joseph Ratzinger respondió a la pregunta sobre qué aspecto tendría la Iglesia en el año 2000. A los enfadados y a los interesadamente entusiasmados con la homilía de Francisco, les vendría bien releer estos pasajes escritos en la década de los 60 del pasado siglo.


“…De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho; se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio… Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad... Conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. El proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como el voluntarismo envalentonado. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo”.


Ya en 1977, el cardenal Ratzinger volvía sobre este tema en su diálogo con Peter Seewald titulado “La sal de la tierra”, al afirmar que “en el cristianismo siempre nos hallamos ante un nuevo comienzo” y prever que surgirán de la libertad del Espíritu “nuevas culturas de la fe”, que a su vez darán pie a nuevas estructuras. Así ha sido y así será mientras la Iglesia peregrine por este mundo. Si recordáramos que la Iglesia sólo es de Dios, que la guía a través de hombres que Él elige, nos ahorraríamos irritaciones destructivas y pretensiones de llevar el agua a nuestro molino.


También hace pocos días, en su catequesis de los miércoles, Francisco hablaba de la Iglesia con su acento más original para decir que no se llega a ser cristianos por uno mismo ni tampoco en un laboratorio, sino que somos engendrados y alimentados en la fe en el seno de ese gran cuerpo que es la Iglesia, que es verdaderamente madre. Una madre que “sabe defender a sus propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de Satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús”, exhortándolos también a la vigilancia contra el engaño y la seducción del maligno. Y no lo digo yo, es el Papa quien dice llanamente que no seamos ingenuos, porque desde luego anda suelto.


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La vida después de la Muerte


Experiencia del padre José Maniyangat


Soy el mayor de los siete hermanos: José, Maria, Teresa, Lissama, Zachariah, Valsa y Tom. A los catorce años, entré en el seminario menor de Santa Maria, en la ciudad de Thiruvalla, para empezar a estudiar para sacerdote.


Cuatro años más tarde, fui al seminario mayor pontifical de San José en Alwaye, Kerala, para proseguir mi formación sacerdotal. Después de terminar los siete años de filosofía y teología, fui ordenado sacerdote el 1 de enero de 1975 para servir como misionero en la diócesis de Thiruvalla.


El día de la Divina misericordia, domingo 14 de abril de 1985, me dirigía al norte de Kerala, a una Iglesia de la misión, para celebrar Misa, y tuve un accidente fatal. Yo iba en motocicleta, y fui envestido, de frente por un jeep de un hombre intoxicado, que volvía de un festival hindú. Me llevaron a un hospital que quedaba a 35 millas.


En el camino, mi alma salio de mi cuerpo, y experimente la muerte. Inmediatamente me encontré con mi ángel de la guarda. Veía mi cuerpo, y la gente que me llevaba al hospital. Los oía llorar, y rezar por mí.


En ese momento el ángel me dijo: ”voy allevarte al cielo, el Señor quiere verte, y hablar contigo”. También me dijo que en el camino, me mostraría el infierno y el purgatorio.


Primero, el ángel me llevó al infierno.


Espantosa visión.


Vi a satánas, los demonios, un fuego infernal -de cerca de 2.000 grados Fahrenheit-, gusanos que se arrastraban, gente que gritaba y peleaba, otros eran torturados por demonios. El ángel me dijo que todos estos sufrimientos se debían a pecados mortales cometidos, sin arrepentimiento.


Entonces, comprendí que había siete grados desufrimiento, según el número y la clase de pecados mortales cometidos en la vida terrenal. Las almas se veían feísimas, crueles y horribles.


Fue una experiencia espantosa. Vi a gente que conocía, pero no puedo revelar la identidad. Los pecados por los que fueron condenados, principalmente fueron por el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el odio, el rencor y el sacrilegio. El ángel me dijo que si se hubieran arrepentido habrían evitado el infierno, y hubieran ido al purgatorio.


También entendí que algunas personas que se arrepienten de estos pecados, pueden ser purificados en la tierra a través del sufrimiento. De esta manera pueden evitar el purgatorio, e ir derecho al cielo. Me sorprendió ver en el infierno hasta a sacerdotes y obispos; algunos a quienes nunca esperaba ver. Muchos de ellos estaban allí por haber guiado con enseñanzas erróneas, y mal ejemplo a otros.


Después de la visita al infierno, mi ángel de la guarda me escolto al Purgatorio. Acá también, había siete grados de sufrimiento, y el fuego que no se extingue. Pero es mucho menos intenso que en el infierno, y no hay peleas ni luchas.


El principal sufrimiento de estas almas es su separación de Dios. Algunos de los que están en el Purgatorio cometieron pecados mortales; pero antes de morir, se reconciliaron con Dios. Aun cuando estas almas sufren, gozan de paz, y saben que un día podrán ver cara a cara a Dios. Tuve una oportunidad de comunicarme con las almas del purgatorio. Me pidieron que rezara por ellas, y que también digiera a la gente que rezara, para que ellas pudieran pronto ir al cielo. Cuando rezamos por estas almas, recibimos su agradecimiento por medio de sus oraciones, y una vez que las almas entran al cielo sus oraciones llegan a ser todavía más meritorias.


Es difícil para mí, poder describir la belleza de mi ángel de la guarda. Resplandece, y reluce. Él es mi constante compañero, y me ayuda en todos mis ministerios, especialmente el ministerio de sanación. Experimento su presencia en todas partes a donde voy, y agradezco su protección en mi vida diaria.


Después, mi ángel me escoltó al cielo, pasando a través de un gran túnel, deslumbrantemente blanco. Nunca en mi vida experimenté tanta paz y alegría. Inmediatamente el cielo se abrió, y percibí la música más deliciosa, que nunca antes hubiera oído. Los ángeles cantaban y alababan a Dios. Vi a todos los santos, especialmente a la Santa Madre, a san José, y a muchos piadosos santos obispos y sacerdotes que brillaban como estrellas.


Y cuando aparecí ante el Señor, Jesús me dijo: “quiero que vuelvas al mundo. En tu segunda vida serás un instrumento de paz y sanación para mi gente. Caminarás en tierra extranjera, y hablarás una lengua extranjera. Con Mi gracia, todo es posible para ti”.


Después de estas palabras, la Santa Madre me dijo: ”haz lo que Él te diga. Te ayudaré en tu ministerio”. No hay palabras para poder expresar la belleza del cielo. Encontramos tanta paz y felicidad, que excede millones de veces nuestra imaginación. Nuestro Señor es mucho más indescriptible de lo que cualquier imagen puede transmitir. Su cara es radiante y luminosa, más esplendida que el amanecer de mil soles. Las imágenes que vemos en el mundo son solo una sombra de su magnificencia.


La Santa Madre estaba al lado de Jesús; es tan linda y radiante. Ninguna de las imágenes que vemos en este mundo pueden llegar a compararse con su real belleza.


El cielo es nuestro verdadero hogar, todos hemos sido creados para alcanzar el cielo, y gozar de Dios para siempre. Entonces, volví con mi ángel al mundo. Mientras mi cuerpo estaba en el hospital, el medico terminó todos los exámenes necesarios, y dictamino muerto.


La causa de la muerte fue hemorragia. Notificaron a mi familia, y como estaban muy lejos, el personal del hospital decidió llevar mi cuerpo muerto a la morgue. Como el hospital no tenía aire acondicionado, sabían que el cuerpo se iba a descomponer rápidamente. Mientras llevaban mi cuerpo muerto al depósito de cadáveres, mi alma volvió al cuerpo. Sentí un dolor atroz, tenía muchas heridas y huesos rotos. Empecé a gritar, la gente se asustó, y gritando salio corriendo.


Una de las personas se acercó al medico, y le dijo: ”el cuerpo muerto está gritando”. El medico vino a examinar mi cuerpo, y comprobo que estaba vivo. Así que dijo: ”el padre está vivo, es un milagro, llévenlo de nuevo al hospital”. Ahora, de vuelta en el hospital, me hicieron una transfusión de sangre, y me llevaron a cirugía para reparar los huesos quebrados. Trabajaron en mi mandíbula, costillas, pelvis, muñecas, y pierna derecha.


Después de dos meses, me dejaron salir del hospital, pero el medico traumatólogo dijo que nunca más podría caminar. Entonces le conteste: ”el Señor que me devolvió la vida, y me envió de nuevo al mundo, me curará”. Una vez en mi casa, todos rezamos por un milagro. Sin embargo, después de un mes, cuando me sacaron el yeso, todavía no podía moverme. Pero un día, mientras rezaba, sentí un dolor espantoso en la pelvis. Después de un ratito, desapareció todo dolor, y oí una voz: “Estas curado. Levántate y camina”. Sentí paz, y el poder sanador en mi cuerpo. Inmediatamente me levanté y caminé. Alabé, y le di gracias a Dios por el milagro. Le avisé la noticia de mi cura al doctor, y quedo asombrado. Me dijo: “Tu Dios es el Dios verdadero. Debo seguir a tu Dios”. El medico era hindú, y me pidió que le enseñara sobre nuestra Religión. Después de estudiar la fe, lo bauticé y se hizo Católico. El 10 de noviembre de 1986, siguiendo el mensaje de mi ángel de la guarda, llegue a los Estados Unidos como sacerdote misionero… Desde junio de 1999, he sido pastor de Santa Maria Madre de la Misericordia, Iglesia católica en Macclenny, Florida.


Padre Jose Maniyangat



En octubre empieza en Madrid la Copa Católica, una liga de fútbol de parroquias

Copa Católica (www.copacatolica.com) es una liga de fútbol que acaba de nacer, por el momento, entre las parroquias del noroeste de Madrid, para relacionar a los jóvenes católicos y las parroquias con el deporte y sus valores de disciplina, esfuerzo, superación y trabajo en equipo

La iniciativa surgió de unos jóvenes de Majadahonda y se inspira en la "Clericus Cup" que juegan en el Vaticano los equipos de sacerdotes y seminaristas de los distintos colegios y seminarios.


Sin embargo, el sistema de liga elegido se parece a la liga profesional argentina, con torneo de apertura y clausura. Cada temporada se disputará en dos fases, constituidas por un torneo independiente, a una sola vuelta.


El primero se jugará de octubre a diciembre (campeón de invierno) y el segundo de enero a mayo (campeón de verano). De esta manera se podrán apuntar más parroquias durante la segunda fase. Mientras tanto, en septiembre hay ensayos con partidos amistosos.


En www.copacatolica.com está abierto el periodo de preinscripción. Se otorgarán diversos premios al Campeón de liga, al mayor goleador del torneo y al equipo con mejor “Fair-Play” del torneo.


Los jugadores pueden tener entre 16 y 35 años.


Pero el objetivo, más que deportivo, se expresa con las palabras papales de "hagan lío", lo que incluye carteles y difusión, con el logotipo mariano de la liga y el color azul de la Virgen, como "Madre y protectora".


www.copacatolica.com

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Twitter: CopaCatolica

E-mail: lacopacatolica@gmail.com



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El Papa Francisco propone rezar esto cada día: «Dios, hazme un buen cristiano, porque yo no puedo»

El Papa Francisco ha recordado en la homilía del jueves por la mañana en la misa de la residencia Santa Marta un importante mandato: amar a los enemigos.

El Papa ha subrayado que solo con un corazón misericordioso podremos realmente seguir a Jesús. La vida cristiana no es una vida autoreferencial, sino que es don hasta el final, sin egoísmo.


El papa Francisco ha indicado que Jesús nos pide que recemos por el que nos trata mal y ha destacado los verbos utilizados por el Señor: "Amad, haced el bien, bendecid, rezad" y "no rechazar".


Es darse a sí mismo, dar el corazón, precisamente a los que no nos quieren, que nos hacen mal, a los enemigos.


Esta -ha especificado- es la novedad del Evangelio. Del mismo modo, el Santo Padre ha señalado que Jesús nos muestra que no tiene mérito amar a quien nos ama, porque eso también lo hacen los pecadores.


Los cristianos, sin embargo, estamos llamados a amar a nuestros enemigos. "Haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio, sin intereses y vuestra recompensa será grande", ha recordado.


A continuación, el Pontífice ha reconocido que "el Evangelio es una novedad. Una novedad difícil de llevar adelante. Pero es ir detrás de Jesús".


Y podríamos decir: "´¡Pero, yo... yo no creo que sea capaz de hacerlo!´ - ´Pero, si no lo crees, es tu problema, pero ¡el camino cristiano es este! Este es el camino que Jesús nos enseña. ´¿Y qué debo esperar?´ Id sobre el camino de Jesús, que es la misericordia; sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Solamente con un corazón misericordioso podremos hacer todo aquello que el Señor nos aconseja. Hasta el final. La vida cristiana no es un vida autoreferencial; es una vida que sale de sí misma para darse a los otros. Es un don, es amor, y el amor no vuelve sobre sí mismo, no es egoísta: se da".


Francisco ha querido recordar también en la homilía que Jesús nos pide que seamos misericordiosos y no juzguemos. Muchas veces "parece que hemos sido nombrados jueces de los otros: chismorreando, hablando mal... juzgamos a todos", ha advertido. Y sin embargo el Señor nos dice: "No juzguéis y no seréis juzgados. Non condenéis y no seréis condenados". Del mismo modo que nos pide que perdonemos y así seremos perdonados. El Pontífice ha observado que "todos los días lo decimos en el Padre Nuestro: ´Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos´. Si yo no perdono, como puedo pedir al Padre: ´¿me perdonas?´", ha reflexionado.


De este modo, Francisco ha proseguido indicando: "Esta es la vida cristiana. ´Pero, padre, ¡esto es una estupidez!´ - ´Sí´. Hemos escuchado, estos días, a San Pablo que decía lo mismo: ´La estupidez de la Cruz de Cristo´, que no tiene nada que ver con la sabiduría del mundo. ´Pero, padre, ¿ser cristiano es convertirse en un estúpido, en un cierto sentido?´ - ´Sí´. En un cierto sentido, sí. Es renunciar a esa astucia del mundo para hacer todo lo que Jesús nos dice que hagamos y que si hacemos las cuentas, si hacemos un balance parece que no sale a nuestro favor".


Por eso, el Papa ha aclarado que este es el camino de Jesús: "la magnanimidad, la generosidad, el darse a sí mismo sin medida". Y por esto, "Jesús ha venido al mundo, y así lo ha hecho Él: ha dado, ha perdonado, no ha hablado mal de nadie, no ha juzgado". Francisco ha reconocido que "ser cristiano no es fácil" y nosotros "podemos hacernos cristianos" solo "con la gracia de Dios" y no "con nuestras fuerzas".


Para concluir la homilía, el Obispo de Roma ha propuesto hacer una oració todos los días: "Señor, dame la gracia de hacerme un buen cristiano, una buena cristiana, porque yo no puedo". Así, ha añadido que "una primera lectura de esto asusta, asusta. Pero si nosotros tomamos el Evangelio y hacemos una segunda, una tercera, una cuarta, del capítulo sexto de San Lucas: hagámoslo; y pidamos al Señor la gracia de entender qué es ser cristiano, y también la gracia que Él nos haga, a nosotros, cristianos. Porque nosotros no podemos hacerlo solos".