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jeudi 25 décembre 2014

El sacerdote José Pedro Manglano lanza «¡Hola, Jesús!», aplicación para enseñar a rezar a los niños







































El sacerdote José Pedro Manglano lanza «¡Hola, Jesús!», aplicación para enseñar a rezar a los niños

José Pedro Manglano, una continuidad de obras catequéticas y evangelizadoras en todos los formatos.




Desde hace muchos años, el sacerdote José Pedro Manglano ha trabajado intensamente para facilitar la oración a la gente joven haciendo asequibles y cercanas las prácticas de piedad. Hoy lanza ¡Hola Jesús! , una aplicación para teléfonos móviles –o dispositivos Smartphone- que servirá para que madres, padres, profesores y educadores ayuden a los niños a rezar.

Esta nueva aplicación supone un recurso muy útil para niños de 3 a 8 años, que hasta ahora no existía, gracias a su variado contenido: historias de santos, parábolas cantadas, pasajes del evangelio, reflexiones de niños para los propios niños, cuentos, oraciones sencillas, galería de imágenes, entre otros.


La aplicación se irá actualizando y renovando continuamente, en contenido y en forma, con el fin de mantenerla siempre activa. Está disponible para dispositivos con sistema operativo tanto IOS de Apple como Android.



José Pedro Manglano es uno de los escritores de espiritualidad más importantes de España. Autor de numerosos best seller, en la actualidad dirige la colección de religión Planeta Testimonio. Es también autor de la aplicación Rezar en el metro , que ha supuesto un método revolucionario para rezar en cualquier lugar y momento, y lleva más de un millón de descargas de sus episodios; así como de las aplicaciones iNavidad, iMisa, iPasión.


"Desde hace muchos años una preocupación importantísima que tengo es la de facilitar la oración y hacer asequibles las prácticas de piedad a la gente joven. Los Manglanitos (libros para la oración) llevan ya años, pero para niños de 3 a 8 años había un hueco difícil de llenar", explica hablando de la nueva aplicación.




La entraña de la Navidad

Quienes celebramos la misa y quienes participan en ella, cada domingo hacemos esta sencilla y grandiosa profesión de fe en Jesucristo: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo nació de Santa María, virgen”. No se puede decir más con menos palabras. Porque ellas contienen y expresan el misterio más grande que ha tenido lugar a lo largo de la historia. Nada, en efecto, es comparable al hecho de que Dios haya querido hacerse hombre sin dejar de ser Dios. Y que lo haya hecho por el más elevado de los motivos: el amor.

El próximo jueves celebraremos una vez más este inefable misterio. Porque Navidad es eso: el misterio de Dios que, por amor nuestro, ha querido hacerse uno de nosotros para salvarnos de la esclavitud del mal y hacernos hijos suyos. Navidad, ciertamente, es muchas cosas: es humildad, es sencillez, es pobreza, es fraternidad, es solidaridad, es paz, es compartir. Pero todo esto son consecuencias. Lo verdaderamente nuclear es que Dios ha querido compartir la existencia de los hombres, sabiendo de antemano la ingratitud y el rechazo con que lo recibiría una buena parte de ellos. Pero el amor es así. ¡Que se lo pregunten a las madres!


Navidad es la fiesta del Amor. Es la fiesta del don. Dios nos regala su presencia, su salvación, su amor. Lo que decía san Pablo sobre la muerte de Jesucristo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”, podemos decirlo todos del Nacimiento de Jesús: “Me amó y se hizo hombre por mí”. Nadie queda excluido de ese amor. Es verdad que Dios se hizo hombre en un determinado lugar, en una situación histórica concreta, en una cultura precisa. No podía ser de otro modo, porque hacerse hombre es asumir todas las limitaciones y concreciones que lleva consigo pisar un trozo de tierra y de historia. Por eso nació en Belén en tiempos del rey Herodes, siendo Augusto el emperador de Judea.


Pero Dios trascendió Belén y todas las demás circunstancias. De hecho, a Belén no sólo fueron los pastores judíos de los alrededores sino también los “magos de Oriente”, de esa región hoy tan castigada que llamamos Iraq. Nadie, por tanto, puede decir o pensar que Dios no le quiere, que Dios no se preocupa de él.


Es verdad que los planes de Dios son, con frecuencia, desconcertantes. Baste pensar que él escogió para nacer un corral de ganado y para salvar al mundo el patíbulo infamante de una cruz. Ningún gran personaje de la historia habría escogido un pesebre como cuna y una cruz como lecho mortuorio. Él sí lo hizo.


¡Desconcertante, ciertamente! Por eso, aunque sus planes no encajen con los nuestros, no implica que tales planes no existan ni sean peores que los nuestros. Sólo indican que no son coincidentes. Por eso, aunque no podamos, a veces, entender que Dios nos ama, lo cierto es que él nos quiere. Más aún, nos quiere como Padre amoroso. Porque la última etapa de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús tiene este nombre: hacer a los hombres hijos de Dios. Como dijeron los santos Padres y repite la teología actual, nos ha hecho “hijos en el Hijo”.


Ahora ya podemos sacar todas las conclusiones que queramos para vivir la Navidad. Si Dios nos ama, Navidad tiene que ser la fiesta de la alegría. Si nos ama a todos, todos tenemos que amarnos entre nosotros. Si nos ama como hijos, todos somos hermanos. Si todos somos hermanos, todos tenemos que ser solidarios. Si todos tenemos que ser solidarios, todos tenemos que compartir y repartir los dones materiales y espirituales que poseamos.


Cuando al ángel se presentó a los pastores, les dijo: “Os anuncio una gran noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo”. Permitidme a los que leéis esta columna que os repita el mismo mensaje y que os desee unos días llenos de alegría, paz y fraternidad a vosotros y a todos los vuestros. ¡Feliz Navidad!