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mardi 23 décembre 2014

Dime, Niño, de quién eres...

Alguien dijo que los Evangelios fueron escritos para formular una pregunta e iluminar su respuesta. La pregunta no es otra que la siguiente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (cfr. Mt 16, 15; Mc 8, 29; Lc 9, 20). Mientras que la respuesta se sintetiza en las palabras de San Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).

Por su parte, la fe popular, con tanta intuición como belleza, ha situado esta pregunta y esta respuesta, en el mismo momento del nacimiento de Jesús: “Dime, Niño, de quién eres, todo vestidito de blanco... Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo”. Esta fe popular expresada en los villancicos, no es sino un eco de la liturgia de Navidad, en la que se ilumina de forma maravillosa el misterio de Jesucristo: “Porque en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo”.


A lo largo de estos dos mil años, la Iglesia ha hecho frente a tres tipos de errores cristológicos, por entender que dan una respuesta equivocada a la pregunta sobre la identidad de Jesucristo: La primera de las herejías cristológicas, conocida como “gnosticismo” o “docetismo”, consistió en negar o minusvalorar la humanidad de Jesús. Jesucristo sería Dios con apariencia humana, pero no verdadero hombre como nosotros. La segunda de las herejías cristológicas, conocida con el nombre de “arrianismo”, negaba —más o menos explícitamente— la divinidad de Jesucristo: Jesús sería considerado Dios solamente en un sentido metafórico, pero no ontológico. Y, finalmente, el tercer tipo de herejía cristológica, conocida como “nestorianismo”, consiste en entender equivocadamente la conjunción de la humanidad y la divinidad de Jesucristo, comprendiendo a Jesús como mitad hombre y mitad dios, como si en él hubiese dos personas: una humana y otra divina.


Una pregunta que procede hacer en este día de Navidad sería la siguiente: ¿cuál de estos errores cristológicos es el que está más presente en nuestros días? O dicho de otro modo, ¿qué aspecto del misterio de Cristo es el que corre el riesgo de quedarse arrinconado, desdibujado, cuando no negado? Sin duda alguna, en el momento presente son más frecuentes las desviaciones ligadas al segundo y al tercero de los errores señalados: la negación o el oscurecimiento de la divinidad de Jesucristo (creer en Jesús como hombre, pero no como Dios); y al mismo tiempo, la incorrecta formulación del misterio de Cristo, refiriéndonos a la humanidad de Jesucristo sin tener en cuenta suficientemente su singularidad. Analicemos algunos indicios de la presencia de estos errores:


En primer lugar, es sintomático el desuso hoy en día, de los títulos cristológicos presentes en la misma Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia: "Cristo", "Jesucristo", “Señor”, "Hijo de Dios", etc. Corremos el riesgo de sustituir la “Cristología” por una mera “Jesusología”. Incluso, en ocasiones, escuchamos expresiones del tipo "Jesús es un hombre que llegó a ser Dios" o "un hombre en quien Dios habita de una forma especial", en vez de afirmar explícitamente la divinidad del Señor: Jesucristo es Dios, es el Verbo hecho carne, es el Hijo único del Padre, etc.


Al mismo tiempo, hoy no son infrecuentes las referencias a Jesús como una persona humana, olvidando que en Jesús no hay dos personas (humana y divina), sino una única persona divina. La experiencia nos dice que no debemos prescindir de los términos “persona” y “naturaleza”, utilizados por los concilios cristológicos, so pena de desdibujar nuestra fe en Jesús de Nazaret. Él es una de las personas divinas, la segunda persona de la Santísima Trinidad (el Hijo), y tiene dos naturalezas: divina y humana. Por ello, le confesamos como verdadero Dios y verdadero hombre. Así lo proclama el Credo de la liturgia dominical de la Iglesia. Y no está de más recordar que esta formulación de la fe en Jesucristo nos une tanto a las iglesias protestantes como a las ortodoxas, que están también plenamente adheridas a la fe cristológica de los concilios del primer milenio de la Iglesia.


La conocida “ley del péndulo” tiene también su incidencia en lo que se refiere a la percepción de la figura de Jesucristo. Si en el preconcilio se corría el peligro opuesto de la tendencia “monofisita”, en la que la confesión de la divinidad de Jesucristo anula en la práctica la riqueza de la humanidad de Jesús; posteriormente hemos pasado al riesgo contrario. Cito un párrafo de la conferencia pronunciada en 1995 por Joseph Ratzinger en los Cursos de Verano de El Escorial: “Nuestro peligro actual es el de una cristología unilateral de la separación (nestorianismo), donde la atención centrada en la humanidad de Jesucristo va haciendo desaparecer la divinidad, la unidad de la persona se disgrega y dominan las reconstrucciones de Jesús como mero hombre, que reflejan más las ideas de nuestro tiempo que la verdadero figura de nuestro Señor”.


La superación de esta ley del péndulo, que responde a una falsa dialéctica entre la humanidad y la divinidad, solo la han podido lograr los enamorados del Señor Jesús, es decir, los santos. Estamos celebrando los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, una auténtica enamorada de la humanidad de Jesucristo, que entendió perfectamente que esa humanidad temblorosa que se nos muestra en el pesebre de Belén, es la puerta para penetrar en el misterio trinitario.


¡Os deseo una feliz y santa Pascua de Navidad, y un próspero Año Nuevo!



El arzobispo de Oviedo le explica la Navidad a los muñecos de «La casita sobre la roca» de Valiván

Un año más, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, felicita la Navidad a través de un vídeo publicado en Internet. Es el tercer año consecutivo en que opta por este formato (ver el vídeo abajo), y en esta ocasión ha contado con la colaboración de Valiván, un grupo familiar que produce audiovisuales infantiles de contenido católico y reside en Asturias desde hace años.

La felicitación se inspira en la conocida serie La Casita sobre la roca , que realiza Valiván y que se emite desde los Estados Unidos por EWTN, el canal católico de televisión de mayor cobertura mundial, por satélite y por cable, fundado en Estados Unidos por la Madre Angélica.


En dicha serie, Fray Juan, un monje que vive en una ermita junto al mar, le explica diversas cuestiones de la fe a sus amigos la muñeca Renata, la rana Leopoldo, el ratón Timoteo y Rodolfo el pelícano.


Los tres aparecen en el vídeo de este año, en el cual es esta vez no Fray Juan sino monseñor Sanz Montes quien responde las preguntas de los títeres y resuelve sus dudas, explicando el sentido de la Navidad y por qué y para qué se encarnó Dios en el pesebre de Belén.


La canción final, "Temblando estaba de frío”, en la que Jaime Olguín pone música a una letra de Santa Teresa de Jesús, pertenece a un álbum de canciones de Navidad de Valiván.


Pincha cualquiera de los siguientes enlaces para conocer algunas de las composiciones musicales y evangelizadoras de animación del grupo Valiván:


Parábola de la moneda perdida


Parábola del siervo injusto


Parábola del buen samaritano



Muere Ángel García Dorronsoro, «el cura de la tele» de los años 60 con «Tiempo de creer» en TVE







































Muere Ángel García Dorronsoro, «el cura de la tele» de los años 60 con «Tiempo de creer» en TVE

Ángel García Dorronsoro.




El sacerdote Ángel García Dorronsoro, pionero de la información religiosa en televisión con el espacio Tiempo de creer de TVE, ha fallecido este martes en Madrid a los 90 años de edad.

García Dorronsoro, con gran capacidad de comunicación y cercanía, se hizo popular en los hogares españoles gracias a su etapa como presentador del espacio Tiempo de creer, que TVE emitió en La 2 a finales de los años 60 y que otorgó gran popularidad a este sacerdote bilbaíno.


Tras estudiar Filosofía y Letras en Madrid, Valencia y Zaragoza, solicitó su admisión en el Opus Dei en 1944 y fue ordenado sacerdote en 1952. Con una amplia labor pastoral entre estudiantes, fue capellán de la Universidad de Navarra y profesor de su Escuela de Periodismo, germen de la posterior Facultad de Comunicación.


También fue capellán del Colegio Mayor Moncloa, en Madrid, ciudad donde atendió pastoralmente a miles de personas y colaboró con varios medios de comunicación. Su atrayente manera de predicar le catapultó a la televisión, y pasó a ser conocido como "el cura de la tele".


De aquel programa salieron muchos de sus libros y artículos, como Observaciones en un tiempo de crisis, Apuntes de esperanza, Charlas en la Televisión y Dios y la gente.




Nacido y enterrado en Iznatoraf


El pasado mes de junio falleció en el pueblo de Linares, el sacerdote diocesano, don Pedro José Agudo Agudo, quien había nacido en el pueblo de Iznatoraf, en la provincia de Jaén.

Estudió en el Seminario Diocesano, siendo ordenado presbítero cuando acabó sus estudios. Fue un buen pastor en varios lugares hasta que llegó a la parroquia de San José del pueblo de Linares, donde permaneció largos años y dando clases en la Safa linarense.


Con su sencilla labor y su sensata personalidad levantó numerosas vocaciones al sacerdocio entre los niños y jóvenes de la feligresía.


Su cuerpo descansa en el cementerio de su pueblo natal: Iznatoraf, en cuya excelente iglesia parroquial tuvo lugar el funeral de entierro.


Descanse en paz, don Pedro José.


Tomás de la Torre Lendínez




Rondel y el odio



Su odio, nuestra sonrisa es el mensaje navideño más impactante desde juguete completo, juguete Comansi. Por encima de El lobo, qué gran turrón, y al mismo nivel que Rondel oro, Rondel verde. Y ya que hablamos de cava hablemos de Barcelona, donde en estas fechas tan entrañables se ha presentado Pablo Iglesias en sociedad con el eslogan como credencial. Puede que tenga razón, que le odien, pero es un odio de ida y vuelta. El odio, hoy, es también el Cola Cao de siempre, el alimento de la juventud, edad en la que reside gran parte de los afiliados de Podemos, partido en cuyo programa político la venganza tiene casi la misma relevancia que el pleno empleo.


Aunque sus dirigentes abanderen el retorno del poder de las flores, Podemos es el contrapunto del movimiento hippy por la misma razón que La Internacional, entonada por Iglesias, es la antítesis de Viva la gente. A Podemos le conviene que no se descubra lo que le asemeja a Vietnam, pero su discurso se parece más al napalm que a Woodstock. Por lo pronto, Podemos advierte a la casta de que le llegará Hanoi. Tal vez un Hanoi sin muertos, pero no sin víctimas. Normal: en cuanto le das poder a las flores, acaban con el jardín.




Sectas

El paulatino desvelamiento de los tejemanejes de esa secta llamada muy pomposamente Orden y Mandato de San Miguel Arcángel (¡manda huevos que con ese nombre y con el hábito de colores chillones que se gastaban sus «prosélitas» obtuvieran autorización eclesiástica!) me pilla leyendo varios libros sobre las sectas de alumbrados que florecieron durante el siglo XVI. Resulta muy aleccionador comprobar cómo los alumbrados de antaño y los «miguelianos» de hogaño repiten miméticamente vicisitudes escabrosas y delirantes, rematadas por lo que los antiguos teólogos llamaban delectatio morosa, esa aberración que trata de fundir espiritualidad y cochinería.

Si algo nos enseña el estudio de la naturaleza humana en todas las épocas y circunstancias es que la vocación religiosa del hombre es irrefrenable; y que, allá donde esa vocación es reprimida por falta de transmisión de la fe o exaltada con turbias mistificaciones, no tardan en florecer las putrescencias religiosas más alambicadas y abracadabrantes. Y es natural que así ocurra: una vocación religiosa reprimida, torcida o desviada acaba degenerando, tarde o temprano, en creencias nebulosas o turbias, en idolatrías y supersticiones de diverso signo, en cultos más o menos esotéricos en los que, con frecuencia, Dios ha sido suplantado por un sucedáneo de naturaleza diabólica. Ocurre esto, sobre todo, en sociedades que, por debilitar hasta la consunción la transmisión de la fe, abocan a sus miembros a una incertidumbre en la que se extravía el sentido de su vida.


Y así, huérfano de asideros en los que poder afirmar su vocación sobrenatural, el hombre de nuestra época acaba en las garras de las sectas más estrafalarias, en las que la falsificación de los misterios de la fe se desarrolla de los modos más variopintos: a veces tales misterios son expuestos fragmentariamente, entremezclados con pacotillas sonrojantes; otras veces son parodiados sacrílegamente; otras, directamente sustituidos por misterios de naturaleza infernal. El sincretismo religioso, la contaminación gnóstica, el panteísmo y la brujería, la exaltación del apetito sexual o, por el contrario, la represión fanática del mismo, son algunas de las estrategias seguidas por la sectas en su captación de nuevos adeptos, a los que prometen una falsa salvación y acaban destruyendo, con frecuencia después de haberles vaciado los bolsillos y haberlos empleado en las actividades más sórdidas.


El proselitismo de las sectas alcanza, además, su mejor caldo de cultivo en sociedades donde la ruptura de los vínculos naturales creados por la tradición convierte las familias en campos de Agramante y hace de toda aspiración comunitaria una quimera. En sociedades así, parece inevitable que se multipliquen las personas inmaduras, inestables, infelices y soñadoras, también las personas desarraigadas y solitarias, que ante la falta de horizonte laboral o afectivo buscan consuelo espiritual en una especie de invernadero o coto cerrado religioso, donde se les prometen «cambios maravillosos» en su vida. Más alucinante es que este tipo de sectas puedan llegar a gozar de autorización eclesiástica; prueba evidente de que la proliferación de «carismas» que hemos padecido en las últimas décadas, más que un síntoma de riqueza espiritual, es una prueba evidente del grado de desconcierto y pachanga alcanzado, bajo coartada «carismática». Diríase que cualquier botarate o felón, dándoselas de devoto y haciéndole un poco la pelota al obispo de su diócesis, pudiese montar conventículo aparte. ¡Pobre Espíritu Santo, cuántos disparates se cometen en su nombre!


© Abc



¿Conoces Isaías 60,13? Es el texto que se usa en el ritual para bendecir los árboles de Navidad

En muchas familias se acostumbra colocar el árbol navideño en un lugar visible de la casa y adornarlo con luces, estrellas y regalos, pero ¿qué significado cristiano tiene hacer esto? Entérate aquí del mensaje que encierra y cómo bendecirlo en familia.

EL ÁRBOL mismo nos trae a la memoria el árbol del Paraíso (cf. Gn 2, 9 - 17) de cuyo fruto comieron Adán y Eva desobedeciendo a Dios. El árbol entonces nos recuerda el origen de nuestra desgracia: el pecado. Y nos recuerda que el niño que va a nacer de Santa María es el Mesías prometido que viene a traernos el don de la reconciliación.


LAS LUCES nos recuerdan que el Señor Jesús es la luz del mundo que ilumina nuestras vidas, sacándonos de las tinieblas del pecado y guiándonos en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre.


LA ESTRELLA. Así como en Belén hace dos mil un años una estrella se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño Jesús, sirviendo de guía a los Reyes Magos (ver Mt 2, 9 - 10); hoy una estrella corona el árbol recordando que el acontecimiento del nacimiento de Jesús ha traído la verdadera alegría a nuestras vidas.


LOS REGALOS colocados a los pies del árbol simbolizan aquellos dones con los que los reyes magos adoraron al Niño Dios. Además, nos recuerdan que tanto amó Dios Padre al mundo que le entregó (le regaló) a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.


RITO DE BENDICIÓN DEL ÁRBOL NAVIDEÑO

Todos los presentes, santiguándose, dicen:


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


El padre de familia dice:


Bendito sea Dios,

Padre de nuestro Señor Jesucristo,

Que nos ha llenado con toda clase de bendiciones espirituales.

En los cielos, en Cristo.


Todos responden:


Bendito sea el Señor por los siglos.


LECTURA

Uno de los presentes lee el siguiente texto de la Sagrada Escritura (Isaías 60,13):


Escuchemos con atención la lectura del profeta Isaías:


"Vendrá a ti, Jerusalén, el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estado".


ORACIÓN DE BENDICIÓN


Luego el padre de familia, con las manos juntas, dice la oración de bendición:


Oremos.

Bendito seas, Señor y Padre nuestro,

que nos concedes recordar con fe

en estos días de Navidad

los misterios del nacimiento del Señor Jesús.

Concédenos, a quienes hemos adornado este árbol

y lo hemos embellecido con luces

con la ilusión de celebrar

la Navidad del nuevo milenio,

que podamos vivir también a la luz de los ejemplos

de la vida plena de tu Hijo

y ser enriquecidos con las virtudes

que resplandecen en su santa infancia.

Gloria a Él por los siglos de los siglos.


Todos responden:


Amén.


Al final, todos los presentes, santiguándose, dicen:


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.