Para que las obras de la Iglesia continúen proyectando su sentido e identidad, es necesario trabajar a distintos niveles, favoreciendo un enfoque coordinado. De parte de las generaciones mayores que están próximas al retiro, compartir su experiencia y, sobre todo, ir capacitando a los que vienen llegando. Involucrarlos poco a poco, hasta poderlos soltar por completo. En lo que respecta a los nuevos, apertura al aprendizaje, no quererse anclar en etapas que ya terminaron, sino asumir retos, responsabilidades mayores en un mundo que exige coherencia y preparación. Hay que hablar también sobre el “primado del ejemplo”. Eso es lo que desata la “chispa”, aquello que contagia y que lleva a que una diócesis pase de la franca extinción a la vitalidad. Posteriormente, el nivel académico, la formación humana e intelectual. Un fraile dominico puede tener la mejor de las intenciones, pero si no estudia oratoria, su predicación estará muy limitada. Primero, el ejemplo y, posteriormente, cuidar la preparación porque no se puede improvisar al sacar adelante el ser y quehacer de la Iglesia.
Otro aspecto es superar la pastoral de la conservación. Me entregan un grupo de diez y, cuando termino mi periodo, lo entrego al que sigue con el mismo número de integrantes. Cierto, no se perdió ninguno, pero tampoco hubo crecimiento. Ni desquebrajar, ni mera conservación, sino esfuerzo por explorar nuevos horizontes, manteniendo siempre el fondo, la esencia, porque tampoco se trata de cambiar por cambiar. Qué gusto da encontrarse con una religiosa que termina su periodo de directora general tras haber dejado un colegio vivo: mayor atención espiritual a los estudiantes, la construcción de una cancha, el aumento de matrícula, etc. No se trata de una visión meramente administrativa, sino la suma de todo a fin de sacar adelante la tarea encomendada por Dios. Es verdad que depende mucho del carácter, de la situación histórica, pero también es cierto que cuando hay una persona decidida, los obstáculos se vuelven oportunidades. Basta recordar el caso de fundadores como Sta. Teresa de Ávila o San Ignacio de Loyola. De que se puede, ¡se puede! La cosa es aventurarse y hacerlo dentro de la obediencia.
Los que tenemos una o varias responsabilidades en la Iglesia, debemos pesar y pensar delante de Dios la siguiente pregunta: ¿estoy cuidando bien la parte que me toca? Si la respuesta va en sentido afirmativo, no olvidar que siempre se puede mejorar, crecer. Recordemos que no vamos abandonados a nuestras propias fuerzas, sino que Dios también cuenta e interviene. El momento es ahora.
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