Dejémonos guiar por el «himno a la caridad» – «yo en primer lugar – y ustedes conmigo», alentó el Papa Francisco. La Basílica de San Pedro volvió a acoger a Benedicto XVI y al Papa Bergoglio, esta vez para el segundo Consistorio ordinario público de su pontificado, la creación de 20 nuevos Cardenales, con la imposición de la birreta, la entrega del anillo y la asignación del título o diaconía. Cinco de los nuevos purpurados son de habla hispana. En su intensa alocución el Papa Francisco destacó que el cardenalato ciertamente es «una dignidad, pero no una distinción honorífica». Y reiterando que «en la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad», destacó que «la Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar».
Con el «himno a la caridad», como pauta de esta celebración y del ministerio también de los nuevos purpurados, que entran a formar parte del Colegio Cardenalicio, el Santo Padre deseó que María nuestra Madre y Madre de Jesús «nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura».
Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo, recordó asimismo el Papa, para luego añadir que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». «Esto es realmente un milagro de la caridad». «La caridad «no es mal educada ni egoísta», «te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo».
La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal»… «No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia». «Que Dios nos proteja y libre de ello, deseó el Papa, recordando luego que la caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» y pidió que «el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad».
Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites», señaló el Obispo de Roma haciendo hincapié en que «aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral».
«Queridos hermanos - fue la exhortación final del Papa Francisco»: todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5). Que así sea.
Reportaje fotográfico secuencial del acto final del consistorio de cardenales

El Papa llega al presbiterio de la Basílica de San Pedro, rodeado ya por los viejos y nuevos cardenales.

Nada más llegar a la basílica, Francisco acudió a saludar al Papa emérito, Benedicto XVI.

Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y uno de los nuevos purpurados, leyó ante el Papa la adhesión y lealtad de los cardenales al Papa.

En su breve alocución a los cardenales, Francisco insistió en la caridad como eje del servicio que deben prestar a la Iglesia los nuevos purpurados.

La basílica de San Pedro, que lucía como en las grandes ocasiones, guardó un impresionante silencio tras las palabras de Francisco.

Momento solemne de la creación de los cardenales.

El arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, en el centro de la imagen, escucha su nombre como nuevo cardenal de la Iglesia.

Tras ser creados cardenales, los nuevos purpurados rezaron el Credo e hicieron el juramento de fidelidad.

La birreta se impone sobre el capelo. En la imagen, monseñor Blázquez.

Una vez entregados los anillos y las bulas e impuestas los capelos y birretas, la Scola cantó la acción de gracias.

Mientras sonaba la música, los antiguos cardenales felicitaban a los nuevos, a punto ya de concluir la ceremonia.

Todos los fieles, ayudados por el misal, cantaron el Padrenuestro en latín.

El cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, pidió a continuación al Papa la canonización de tres nuevas santas.

Tras sancionar la canonización de las tres beatas, el Papa impartió a los presentes la bendición apostólica.

A continuación, todos los fieles cantaron en latín la Salve en homenaje a la Santísima Virgen María.

Francisco no abandonó la basílica sin antes despedirse de Benedicto XVI.

Muchos cardenales aprovecharon el final del acto para saludar al Papa emérito en una de las pocas ocasiones en las que participa en actos públicos.