Queridos amigos y hermanos de ReL: faltando días para la Navidad, podríamos decir que con los ojos de la fe, estamos ya viendo la estrella de Belén, y a toda la creación esperando la llegada de su Salvador y de su Rey, de su Señor y de su Dios.
La Historia Sagrada nos presenta al Rey David deseando construir una “casa”, un templo a Dios; pero el Señor le hace decir por el profeta Natán que su voluntad es otra: que más bien Dios mismo se preocupará de la casa de David, es decir de prolongar su descendencia, porque de ella deberá nacer el Salvador.
Muchas veces a través de las vicisitudes de la historia pareció que la estirpe de David estuviese para extinguirse, pero Dios la salvó para siempre, hasta que de ella tuvo origen “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”, a él “dará el Señor el trono de David, su padre, y reinará por los siglos y su reino no tendrá fin”.
Paralelamente la fidelidad de Dios la Sagrada Revelación nos presenta la fidelidad de María, en quien se cumplieron las antiguas profecías. Todo estaba previsto en el plan eterno de Dios y todo estaba dispuesto para la encarnación del Verbo en el seno de una virgen descendiente de la casa de David.
Como nos enseña el Concilio Vaticano II, en el momento en que este plan debía hacerse realidad, “el Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación del Verbo, la aceptación por parte de María”.
El Evangelio de San Lucas, en el capítulo 1, versículos 26 al 38, nos narra el diálogo sublime entre el Arcángel Gabriel y María Santísima, que se concluye con la humilde e incondicionada aceptación por parte suya: “He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El “hágase” de Dios creó de la nada todas las cosas; el “hágase” de María dio curso a la redención de todas las criaturas.
María es el templo de la Nueva Alianza, inmensamente más precioso que el que David deseaba construir al Señor, templo vivo que encierra en sí, no el arca santa, sino al Hijo de Dios.
“Al Dios solo sabio” sea “por Jesucristo” la gloria de este gran misterio de salvación; y a la humilde Virgen de Nazaret, dulce instrumento para la actuación del plan divino, el reconocimiento de todos los que somos salvados por Jesucristo, el Hijo de Dios y de María Santísima.
Hoy, tan cercanos a una nueva Navidad nos toca recibir en adoración el misterio de un Dios hecho Hombre, y nuestra fe debe amoldarse a imitación de María, que aceptó lo humanamente increíble: ser madre permaneciendo virgen.
Con mi bendición.
Padre José Medina
Le invito a escuchar el audio de estas reflexiones en el siguiente vínculo:
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