Según él, en los dos últimos años se ha experimentado un fuerte retroceso en la libertad religiosa y son 81, sobre 196 países estudiados, los que suspenden el examen, encontrándose en ellos graves trabas a esa libertad. Incluso en cuatro de los seis países donde se ha notado una mejoría, las dificultades son aún muy grandes (es el caso de Cuba, Emiratos Árabes, Irán y Catar). De los 81 países donde ha disminuido la libertad religiosa, en 20 de ellos la situación es extremadamente grave y de esos, 14 son musulmanes o están afectados por el extremismo musulmán. No estamos hablando, en estos casos, de cualquier cosa: el asesinato de los esposos paquistaníes -quemados vivos- o la condena a muerte de Asia Bibi, ambos en Paquistán, nos dicen la gravedad de la situación. Las matanzas de cristianos en Irak o en Siria, o la reducción a la esclavitud de mujeres y niños en esos países, o en República Centroafricana o en Nigeria, son expresiones reales y tangibles de cómo están siendo tratados los cristianos en muchas partes del mundo. Es cierto, y hay que decirlo en honor a la verdad, que se han alzado voces de protesta en el ámbito musulmán contra esta persecución a los cristianos y que incluso alguno ha pagado con su vida por salir a defenderlos. Pero también es cierto que han sido siempre una minoría los que han protestado y que la mayoría de sus dirigentes ha guardado silencio.
Resulta muy difícil afrontar un diálogo serio con la comunidad musulmana cuando en tantos países donde ellos son mayoría o no se permite la libertad religiosa o incluso se acosa y persigue a los pocos cristianos que hay allí. Sin una ley de reciprocidad, todo diálogo quedará manchado por la sospecha del oportunismo por su parte.
Por lo que a nosotros respecta, no debemos dejar que el rencor nos nuble la mirada. El propio ejemplo de los mártires nos invita al perdón hacia nuestros enemigos y a la oración por aquellos que nos persiguen y calumnian. Es ese ejemplo, además, el que debe servirnos de estímulo para plantearnos cuánto estamos dispuestos a hacer por Cristo. ¿Daríamos la vida por Él, como la han dado ellos? Y si, con la gracia de Dios, estuviéramos dispuestos a dar esa medida suprema de nuestro amor, ¿por qué no hacer cosas menores, como defender a Cristo y a los valores que emanan del Evangelio en medio de una sociedad secularizada y relativista, como es aquella en la que la mayoría de nosotros vivimos? O dicho de otra manera, si no somos capaces de ser fieles en lo poco -que, en el fondo, es lo que nos sucede-, ¿cómo vamos a ser capaces de resistir la persecución abierta y cruel si ésta llegara a desatarse, como está sucediendo en Irak o en Siria?
La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Esto ocurrirá, sin duda, algún día en los países donde hoy esa sangre es derramada. Pero debe empezar a dar fruto ahora y entre nosotros, estimulándonos a ser más valientes en nuestra defensa pública de Cristo, a aceptar las críticas por ser seguidores suyos, a dedicar más tiempo y dinero a la evangelización y al servicio de los pobres. sólo así estaremos preparados por si algún día nos llega también a nosotros la hora del martirio.
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