Cada vez que leo este párrafo no puedo por menos de pensar las pocas veces que somos conscientes del inmenso amor que Dios nos tiene: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3,16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados”(1 Jn 4,10).
Este texto nos enseña una cosa: que Dios nos quiere profundamente. Lo cual lleva consigo una contrapregunta. ¿Y yo a Dios le quiero? Recuerdo que fue un interrogante que me hice hace algún tiempo y a la que no me fue demasiado difícil contestar: “Le quiero, pero más bien poco”. Con lo cual llegué a la conclusión que tenía que pedirle dos gracias: la primera que me concediese la gracia de quererle y la segunda, que me concediese la gracia de saber aprovechar la gracia anterior.
Ciertamente Jesús nos enseñó que tenemos que responder al amor de Dios cumpliendo su voluntad y llevando una vida moral. Pero Jesús ha venido principalmente como nuestro Redentor y su misión primaria ha sido convertir a los hombres en hijos adoptivos de Dios, como nos dice San Pablo (cf. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef 1,5), hijos que tienen en Él una vida nueva, consistiendo la filiación divina sobre todo en participar del amor existente entre las personas divinas. El cristiano está cierto del cariño y de la fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades e incongruencias, y vive con la esperanza en el triunfo final de Dios. Con esta filiación divina se realiza el misterio de nuestra divinización, consecuencia del amor divino infinito y con el que la dignidad humana alcanza su máximo grado.
Todo esto está muy bien y nos lo creemos sinceramente. ¿Pero intentamos llevarlo a la práctica? Está claro que necesitamos rezar: ¿pero lo hacemos? Cuando Él intenta penetrar en nuestros corazones ¿tiene vía libre o se tropieza con el muro de nuestra indiferencia o de nuestro rechazo? Pidamos simplemente al Señor que nos dejemos amar por Él y tenga así vía libre para que pueda actuar en el mundo a través nuestro.
Pedro Trevijano
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